MONSEÑOR
ROMERO, PROFETA AL MODELO DE
DEUTERONOMIO
18, 15-20
En aquellos días, habló Moisés al pueblo,
diciendo: “El Señor Dios hará surgir en medio de ustedes, entre sus hermanos,
un profeta como yo”.
Moisés
dice: “Un profeta como yo”. El sucesor ha de seguir su línea profética. ¿Cómo
era Moisés? ¿Cuáles son las características del ministerio profético de Moisés?
Debemos leer y analizar su vida y misión para responder a estas respuestas.
Quedémonos con la idea de que Moisés fue elegido por Dios, para liberar al
pueblo elegido de la esclavitud, para ser la voz de Dios y del pueblo, un
pueblo oprimido y silenciado, ante el poder del faraón y el pueblo egipcio.
Fundamentemos esto con el libro del Éxodo 3, 7-11: “Dijo Yahveh: "Bien vista tengo
la aflicción de mi pueblo en Egipto, y he escuchado su clamor en presencia de
sus opresores; pues ya conozco sus sufrimientos. He bajado para librarle de la
mano de los egipcios y para subirle de esta tierra a una tierra buena y
espaciosa... Así pues, el clamor de los israelitas ha llegado hasta mí y he
visto además la opresión con que los egipcios los oprimen. Ahora, pues, ve; yo
te envío a Faraón, para que saques a mi pueblo, los israelitas, de
Egipto." Dijo Moisés a Dios: ¿Quién soy yo para ir donde el Faraón y sacar
de Egipto a los israelitas?" Dios decide
liberar al pueblo de esa opresión, pero a través de un profeta. Esto lo podemos
aplicar a la historia de nuestro sufrido país. Moisés se pone al lado del
pueblo sufriente; Monseñor Romero hizo lo mismo. Aquí no hay donde perderse, si
alguien se pierde es porque está pensando subjetivamente o hasta
ideológicamente. La profecía de Moisés es que el profeta saldrá del pueblo, de
entre los mismos; Monseñor Romero es un profeta salvadoreño nacido y surgido de
estas tierras cuscatlecas. Es un hijo forjado en nuestra cultura.
A él lo escucharán. Eso es lo que pidieron al
Señor, su Dios, cuando estaban reunidos en el monte Horeb: ‘No queremos volver
a oír la voz del Señor nuestro Dios, ni volver a ver otra vez ese gran fuego;
pues no queremos morir’.
Un
profeta debe ser escuchado porque habla de parte de Dios. El pueblo israelita
pide un profeta y Dios ha escuchado la petición. El pueblo al pedir un profeta
debe estar dispuesto a cumplir unos requisitos y uno de ellos es aceptar lo que
Dios dice a través de él, es decir, el pueblo no debe esperar palabras que
ellos desean escuchar, en concreto las de su agrado y conveniencia, y por tanto,
tener al profeta como un simple intermediario, solo por no querer tratar con
Dios, al cual temen. El profeta goza de la autoridad divina y hablará con
verdad y rectitud. Recuerdo a una señora que con voz fuerte y un poco teatral
decía: “los fieles estamos hambrientos de la Palabra de Dios, queremos que los
sacerdotes nos prediquen mucho”, pero cuando escuchaba palabras exigentes en el
aspecto moral y otras clamando justicia, se molestaba, se incomodaba y prefería
retirarse. Eso lo consideraba no evangélico... Surge Monseñor Romero, la voz
profética de los sin voz, unas voz siempre actual en donde surja la injusticia
y que no desea ser escuchado por algunos, porque la Palabra de Dios es como
espada de doble filo (cfr. Hebreos 4, 12). Muchas personas quieren un profeta
en su tierra, pero que no les presione, que no les exija tanto, que vaya de
acuerdo a sus interés y conveniencias.
“Pero
el profeta que se atreva a decir en mi nombre lo que yo no le haya mandado, o
hable en nombre de otros dioses, será reo de muerte”.
Por eso,
el profeta Jeremías pedía la muerte a Dios por las consecuencias del mensaje
profético. Seguir a Jesucristo y la línea profética en todo su compromiso, es
estar expuesto a consecuencias. Todos los cristianos hemos sido ungidos en el bautismo
para ejercer el ministerio profético, estamos llamados a desarrollarlo. El
miedo, la comodidad, el respeto humano, las conveniencias, las seguridades
humanas no permiten en muchas ocasiones desarrollar la vocación cristiana
profética. Los sacerdotes estamos llamados por el oficio a ser profetas del
pueblo. El pecado en todas sus manifestaciones debe ser eliminado, la Palabra
de Dios es la base. Si muchos sacerdotes, congregaciones religiosas,
seminaristas, predicadores, etc., leen y estudian la Palabra de Dios, ¿por qué
no denuncian? ¿Por qué discriminan a los que lo hacen? ¿Por qué los tienen por
revoltosos? La Palabra es una y clara, pero pasa a través de nuestra libertad y
naturaleza humana. Cuando un profeta vive en relación con Dios y está libre de
ataduras, el Señor habla con fuerza y transparencia a través de él. El profeta,
la profetiza, debe tener claro que su compromiso es con Dios.
Cuando
Dios dice hablar en nombre de otros dioses, se refiere a los ídolos, dioses
circundantes al pueblo israelita, pero podemos pensar en los “dioses, ídolos
modernos”, que desean alienar al profeta a la hora de hablar. Por ejemplo no
denunciar la corrupción visible de un funcionario por estar a favor de él,
aunque la conciencia presione a hacerlo. Les invito a hacer un listado de estos
dioses e ídolos modernos o actuales presentes en la sociedad internacional y
local.
¿Acaso
no se cumplen las características de un profeta en la persona y mensaje de
Monseñor Oscar Arnulfo Romero? Razones suficientes hay para escucharle y
seguirle, pues su legado es fiel a la auténtica interpretación del Evangelio de
Jesucristo.
La primera
lectura del domingo tercero con la del domingo cuarto del tiempo ordinario
ciclo “b”, tienen una continuidad: La elección de un profeta y su misión
concreta. En el tercer domingo se menciona al profeta Jonás, a quien Dios le
pide anunciar la conversión en la ciudad de Nínive, en cambio en el cuarto
domingo se presenta la figura de Moisés y su sucesor, al frente del pueblo
peregrino de Israel.
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