La Carta Encíclica “Fides et ratio”[1]
del Papa San Juan Pablo II y la Constitución “Veritatis Gaudium”[2]
del Papa Francisco, contienen
orientaciones magisteriales sobre la enseñanza de la filosofía en las
instituciones eclesiales. El deseo de San Juan Pablo II es darle
continuación a la convicción expresada en Lumen Gentium 25[3]
y a las reflexiones hechas por él mismo en la Encíclica “Veritatis Splendor”,
centrando la atención sobre el tema de la verdad
y de su fundamento en relación con la
fe. En cambio, en “Veritatis Gaudium”
se aborda la renovación de los estudios eclesiásticos, para contribuir a la
misión evangelizadora universal de una Iglesia “en salida”. Publicada casi
cuarenta años después de la Constitución Apostólica “Sapientia Christiana”[4],
incorpora las disposiciones normativas emanadas posteriormente teniendo en
cuenta, también, el nuevo contexto socio-cultural a escala global. “La
filosofía y la teología permiten adquirir las convicciones que estructuran y
fortalecen la inteligencia e iluminan la voluntad”[5],
expresa el Papa Francisco.
A continuación, resalto unas ideas de
ambos documentos, fundamentando especialmente la Ética. En primer lugar y como punto de partida en este ensayo, se
dirá que “reafirmando la verdad de la fe podemos devolver al hombre
contemporáneo la auténtica confianza en sus capacidades cognoscitivas y ofrecer
a la filosofía un estímulo para que pueda recuperar y desarrollar su plena
dignidad”[6].
Desde la publicación de “Fides et ratio” han pasado 20 años, en los cuales los
rápidos y complejos cambios son notorios, lamentablemente, han privado con
mayor intensidad de auténticos puntos de referencias a las nuevas generaciones,
a las cuales pertenece y depende el futuro, de una base sólida para construir
la existencia personal y social. San Juan Pablo II interviene “para que la
humanidad, en el umbral del tercer milenio de la era cristiana, tome conciencia
cada vez más clara de los grandes recursos que le han sido dados y se
comprometa con renovado ardor en llevar a cabo el plan de salvación en el cual
está inmersa su historia”[7].
Para comprender y “tomar conciencia de los grandes recursos” que posee el ser
humano, los cuales han sido socavados y manipulados paulatinamente desde el
inicio de la Modernidad, nos es de suma importancia la síntesis magistral hecha
por San Juan Pablo II, en torno a la historia relación razón y fe.
“El hombre tiene muchos medios para
progresar en el conocimiento de la verdad, de modo que puede hacer cada vez más
humana la propia existencia. Entre estos destaca la filosofía, que contribuye
directamente a formular la pregunta sobre el sentido de la vida y a trazar la
respuesta: ésta, en efecto, se configura como una de las tareas más
nobles de la humanidad”[8].
Está clara la fortísima influencia de lo que se conciba como
verdad, en orden a la dirección de la vida personal y la ajena (personal,
grupal o social), por ello, es clave “cuando la razón logra intuir y formular
los principios primeros y universales del ser y sacar correctamente de ellos
conclusiones coherentes de orden lógico y deontológico”[9].
Sin embargo, a pesar de que la Iglesia considera a la filosofía como una ayuda
indispensable para profundizar en la inteligencia de la fe, comunicar la verdad
del Evangelio a cuantos aún no la conocen y obtener resultados
positivos, “no se debe descuidar el hecho de que la razón misma, movida a
indagar de forma unilateral sobre el hombre como sujeto, parece haber olvidado
que éste está también llamado a orientarse hacia
una verdad que lo trasciende. Sin esta referencia, cada uno queda a merced del
arbitrio y su condición de persona acaba por ser valorada con criterios
pragmáticos basados esencialmente en el dato experimental, en el convencimiento
erróneo de que todo debe ser dominado por la técnica”[10].
Las múltiples interrogantes suscitadas en la etapa moderna de la filosofía, han
ido construyendo sistemas de pensamientos complejos e impulsando la formación y
consolidación de las variadas ciencias humanas y experimentales, donde la ética
juega un papel activo y fundamental, puesto que por una parte, se ha
atropellado al hombre al afirmarse tajantemente su incapacidad para conocer la
verdad, y por otra, el sostener que <<todo lo técnicamente posible, es
éticamente aceptable>>, debido a que la inteligencia es
ensalzada como infinita, omnipotente. Ciertamente, ambas posturas al final son
lo mismo, es decir, son un doblegamiento de la razón humana para levantar la
mirada hacia lo alto, pero con matices diferentes[11].
De ahí que la Iglesia sostiene y
enseña que “la Revelación cristiana es la verdadera estrella que orienta al
hombre que avanza entre los condicionamientos de la mentalidad inmanentista y
las estrecheces de una lógica tecnocrática… El hombre deseoso de conocer lo
verdadero, si aún es capaz de mirar más allá de sí mismo y levantar la mirada
por encima de los propios proyectos, recibe la posibilidad de recuperar la
relación auténtica con su vida, siguiendo el camino de la verdad”[12],
expresado en una conducta virtuosa. Tanto la filosofía como la teología, tienen
como objeto de estudio el fin último de la existencia personal[13],
un fin último negado, expulsado desde el surgimiento de la modernidad.
Teniendo en cuento los dos párrafos
anteriores, “no menos importante que la investigación en el ámbito teórico es
la que se lleva a cabo en el ámbito práctico: quiero aludir a la búsqueda de
la verdad en relación con el bien que hay que realizar. En efecto, con el
propio obrar ético la persona, actuando según su libre y recto querer, toma el
camino de la felicidad y tiende a la perfección. También en este caso se trata
de la verdad. He reafirmado esta convicción en la Encíclica Veritatis Splendor: <<No existe moral sin libertad (…) Si existe el derecho de ser
respetados en el propio camino de búsqueda de la verdad, existe aún antes la
obligación moral, grave para cada uno, de buscar la verdad y seguirla una vez
conocida>> Es, pues, necesario que los valores elegidos y que se
persiguen con la propia vida sean verdaderos, solamente los valores verdaderos
pueden perfeccionar a la persona realizando su naturaleza… Ésta es una condición necesaria para que cada uno llegue a ser
sí mismo y crezca como persona adulta y madura”[14].
En la encíclica se advierte que sin
la aportación de la filosofía no se podrían ilustrar contenidos teológicos, y
“las mismas consideraciones valen para diversos temas de la teología moral,
donde es inmediato el recurso a conceptos como ley moral, conciencia, libertad,
responsabilidad personal, culpa, etc., que son definidos por la ética filosófica”[15].
Por eso en los seminarios se estudia primero la ética y posteriormente la
teología moral, y es que en verdad “es necesario, por tanto, que la razón del
creyente tenga un conocimiento natural, verdadero y coherente de las cosas
creadas, del mundo y del hombre, que son también objeto de la revelación
divina; más todavía, debe ser capaz de articular dicho conocimiento de forma
conceptual y argumentativa”[16].
Si atendemos al ambiente social cotidiano, con relación a las consideraciones
definidas por la ética filosófica, se captan dos cosas: Muchísimas personas
rechazan el tema de la bondad, las virtudes y otros afines, por considerarlos
religiosos, o más aún, católicos; y por otra parte, se mantienen los conceptos
morales mencionados anteriormente, pero vaciados de su contenido auténtico,
manipulados, ejemplo de ello: el tema de la libertad, la justicia, el amor,
etc.
San Juan Pablo II resalta la Sagrada
Escritura, la cual brinda una visión del hombre y del mundo de gran valor
filosófico, le ayuda a la filosofía a encontrar de nuevo “su dimensión
sapiencial de búsqueda del sentido último y global de la vida”[17].
Insiste también en el elemento metafísico, fundamento de la ética, porque está
“convencido de que es el camino obligado para superar la situación de crisis
que afecta hoy grandes sectores de la filosofía y para corregir así algunos
comportamientos erróneos difundidos en nuestra sociedad”[18].
A continuación, se detiene brevemente en el peligro que se esconde en algunas
corrientes de pensamiento tan difundidas: El
cientificismo, relega al ámbito de la mera imaginación el saber ético[19];
el pragmatismo, actitud mental propia
de quien, al hacer sus opciones, excluye el recurso a reflexiones teoréticas o
a valoraciones basadas en principios éticos[20];
el nihilismo, al negar el ser y la
verdad objetiva, pierde el contacto con el fundamento de la dignidad humana[21].
El Sumo Pontífice nos ha dejado
claro, pues, que “ante los retos contemporáneos en el campo social, económico,
político y científico, la conciencia ética del hombre está desorientada”[22].
Una afirmación que muchísimos no aceptan, más aún, señalan a la Iglesia como
equivocada y estancada en principios cuestionables o ya superados, frenadora
del auténtico progreso humano-social; basta ir escuchando lo que dicen las
personas en “la calle” y ver varios programas televisivos, por ejemplo aquí
en España, para constatar lo que estoy abonando a la afirmación del Papa.
“Abandonada la idea de una verdad universal sobre el bien, que la razón humana
pueda conocer, ha cambiado también inevitablemente la concepción misma de la
conciencia… esta visión coincide con una ética individualista, para la cual
cada uno se encuentra ante su verdad, diversa de la verdad de los demás”[23].
A esa ética individualista, se ha de contraponer “una ética filosófica orientada a la verdad del bien; a una ética, pues,
que no sea subjetivista ni utilitarista. Esta ética implica y presupone una antropología filosófica y una metafísica del bien”[24].
La reciente Constitución Apostólica
“Veritatis Gaudium”, establece que la filosofía moral se encuadra entre las
disciplinas filosóficas principales y se ha de impartir en el primer ciclo[25].
Hacemos notar que sólo en el art. 66 se menciona la “filosofía
moral” o ideas explícitas relacionadas con la ética, sin embargo, considero que
a modo de fundamentación de dicha asignatura, podría aplicársele lo estipulado
al inicio del título III, lo cual vale para todas las disciplinas filosóficas: “La
Facultad Eclesiástica de Filosofía tiene como finalidad investigar con método
científico los problemas filosóficos y, basándose en el patrimonio filosófico
perennemente válido, buscar su solución a la luz natural de la razón, y
demostrar su coherencia con la visión cristiana del mundo, del hombre y de
Dios, poniendo de relieve las relaciones de la filosofía con la teología. Se
propone asimismo instruir a los alumnos para promover la cultura cristiana y
entablar un fructuoso diálogo con los hombres de nuestro tiempo”[26].
Ahora, volvamos a “Fides et ratio”, en cuyas páginas finales se hace un llamado
a los filósofos y profesores de filosofía, para “que se orienten siempre hacia
la verdad y estén atentos al bien que ella contiene. De este modo podrán
formular la ética auténtica que la humanidad necesita con urgencia,
particularmente en estos años”[27].
A continuación, exhorta a los científicos a “continuar en sus esfuerzos
permaneciendo siempre en el horizonte sapiencial,
en el cual los logros científicos y tecnológicos están acompañados por los valores
filosóficos y éticos, que son una manifestación característica e imprescindible
de la persona humana”[28].
Recordemos que son muchos los científicos que “juegan” a ser Dios, cuyos
efectos ya los estamos resintiendo.
Finalizamos con las palabras del Papa
Francisco: “Los estudios eclesiásticos no pueden limitarse a transmitir a los
hombres y mujeres de nuestro tiempo, conocimientos, competencias, experiencias,
sino que deben adquirir la tarea urgente de elaborar herramientas intelectuales
que puedan proponerse como paradigmas de acción y de pensamiento, y que sean
útiles para el anuncio en un mundo marcado por el pluralismo ético-religioso”[29].
[1] 14
de septiembre de 1998
[2] 27
de diciembre de 2017
[3] Los
Obispos son “testigos de la verdad divina y católica”
[4] 15
de abril de 1979
[5] PAPA FRANCISCO,
Veritatis Gaudium, San Pablo, Madrid
2018, n. 3
[6] S. JUAN PABLO
II, Fides et ratio, San Pablo, Madrid
1998, n. 6
[7] Ibíd.,
n. 6
[8] Ibíd.,
n. 3
[9] Ibíd.,
n. 4
[10] Ibíd.,
n. 5
[11]
Ibíd., n. 42: “El deseo de la verdad mueve, pues, a la razón a ir siempre más
allá; queda incluso como abrumada al constatar que su capacidad es siempre
mayor que lo que alcanza. En este punto, sin embargo, la razón es capaz de descubrir
dónde está el final de su camino”. A estas palabras sigue lo dicho por San
Anselmo, Monologio, 64: pl 158, 210.
[12]
Ibíd., n. 15
[13] Cfr.,
ibíd., n. 15
[14] Ibíd.,
n. 25
[15] Ibíd.,
n. 66
[16] Ibíd.,
n. 66
[17] Ibíd.,
n. 81
[18]
Ibíd., n. 83
[19]
Cfr. Ibíd., n. 88: “En esta perspectiva, al marginar la crítica proveniente de
la valoración ética, la mentalidad cientificista ha conseguido que muchos
acepten la idea según la cual lo que es técnicamente realizable llega a ser por
ello moralmente admisible” (n. 88).
[20]
Ibíd., n. 89
[21]
Cfr. Ibíd., n. 90
[22]
Ibíd., n. 98
[23]
Ibíd., n. 98
[24]
Ibíd., n, 98
[25]
CONGREGACION PARA LA EDUCACION CATOLICA,
Normas aplicativas en orden a la recta
ejecución de la Constitución Apostólica “Veritatis Gaudium”, art. 66, en PAPA
FRANCISCO, Veritatis Gaudium, San Pablo, Madrid 2018.
[26]
PAPA FRANCISCO,
Veritatis Gaudium, San Pablo, Madrid
2018, art., 81.
[27] S. JUAN PABLO
II, o.c., n. 106
[28]
Ibíd., n. 6
[29] PAPA FRANCISCO,
o.c., n. 5