En
el Capítulo 2 de la obra “Sobre la
libertad” (On liberty)
Aristóteles afirmó categóricamente que todo
hombre por naturaleza desea saber (Metafísica, libro I), desea por tanto conocer
la verdad de las cosas. A través de la historia de la filosofía en occidente,
la verdad ha sido un tema apasionante como controvertido. Según Stuart Mill, la
libertad de expresión es la que permite el acercamiento a la verdad, la cual siempre
será relativa, debido a que está en constante evolución y conectada a la
utilidad. De aquí se entiende el valor que le concede a la opinión, como vía
para alcanzar una verdad: Negarse a oír
una opinión, porque se está seguro de que es falsa, equivale a afirmar que la
verdad que se posee es la verdad absoluta. Como consecuencia de ello, toda negativa a una discusión implica una
presunción de infalibilidad, es decir, el que se niega a discutir es porque
presume de estar en la verdad, y para el filósofo ingles nadie es infalible,
nadie está libre de no equivocarse, aparte de que una supuesta verdad
proclamada debe ser sometida a discusión, porque como ya se ha dicho, la verdad
siempre será relativa, no absoluta. No ha de extrañarse de que este modo de
pensar rivalice contra el Papa, a quien se considera infalible en temas de fe y
moral, y contra los dogmas que se consideran verdades de fe absolutas e
inmutables.
Mill argumenta a través de tres premisas que
la libertad de expresión fundamenta la búsqueda de la verdad, con las cuales
sustenta su defensa a favor de la falibilidad y en contra de la infalibilidad:
1. Que
la opinión tradicionalmente admitida puede resultar falsa.
En la Ilustración (siglo XVIII) se fragua la
emancipación de la tradición, se cuestiona si lo que se ha venido diciendo o
haciendo es verdad. Imponer silencio a la
expresión de una opinión constituye un robo a la especie humana, a la
posteridad tanto como a la generación existente. Si la opinión expresada,
la cual difiere de la tradicional, resulta cierta y se rechaza, se privará a la
humanidad de la posibilidad de abandonar el error por la verdad. Nunca podremos
estar seguros de que la opinión que tratamos de ahogar sea falsa, y si lo
estuviéramos, el ahogarla seria también un mal.
2. La
opinión admitida es verdadera, pero continua siendo necesaria la discusión.
La capacidad y actitud racional presentes en
el ser humano exige conocer los motivos de nuestras propias opiniones, a las
cuales se llega escuchando a los demás y analizando sus razones. La libre discusión,
por tanto, es saludable y beneficiosa, porque ayuda a alcanzar la validez de
una opinión y la falsedad de las otras: La
percepción más clara y la impresión más viva de la verdad, producida por su
colisión con el error.
¿Cuál es el resultado que se busca? Poseer
convicciones y no meras doctrinas impuestas, influyentes e ineficaces en la
conducta de los individuos y decadentes a futuro. Entre más se defiende una
opinión tenida como verdad, contrastándola con opiniones distintas en torno a
ella, más se comprende y se consolida. Por otra parte, no se ha de abandonar la
discusión, porque según dice Mill, no
existe cosa alguna absolutamente cierta. Eso da entender que sí se llega a
alcanzar opiniones verdaderas, pero nunca la verdad, porque quien afirme poseerla,
presume de infalible. Yo le preguntará a Mill: ¿Acaso tu cerrada insistencia de
que la vía para alcanzar una opinión verdadera, la cual afirmas que es por
medio de la discusión, no es acaso caer en la infalibilidad tan criticada por
ti? ¿Estás de acuerdo en que se cuestione y discuta tu principio propuesto como
camino para alcanzar una verdad?
3. Algunas
opiniones contrarias pueden compartir la verdad.
Teniendo en cuenta las dos hipótesis anteriores, puede darse el caso de que tanto la
opinión admitida, como la silenciada, sean en parte verdaderas cada una de
ellas. Es decir, ninguna contendría ni la verdad ni el error de modo absoluto, pero si con bastante seguridad para los
fines de la vida. Los fines del ser humano, por tanto, serán de acuerdo a
la utilidad vislumbrada por cada individuo, puesto que al anular una verdad
absoluta, el individuo establece sus propios fines de acuerdo a su opinión: Podemos y debemos suponer que nuestra
opinión es la verdadera como guía de nuestra propia conducta. En
consecuencia, todas las opiniones deben circular libremente, sean aceptadas o
no. El medio más reprobado que puede
emplearse en una polémica es estigmatizar como hombres peligrosos e inmorales a
los que profesan la opinión contraria.
En primer lugar, nos hace recordar la
división entre la crítica de la razón pura y la crítica de la razón práctica
hecha por Kant, por la ética es necesario que se existan realidades que por
medio de la razón pura no se pueden asegurar ni demostrar. Luego, no se puede
negar de que existen personas, grupos y elites que por mantenerse en el poder,
por interpelar su vida e intereses personales, tachan o etiquetan de polémicos,
inmorales y peligrosos a personas que realmente no están equivocadas en su
expresión, aunque también existen personas o grupos influyentes o con poder de
mando que machacan a los que profesan una opinión contraria a ellos, por
ignorancia o buena intención aunque errada objetivamente. Estas cosas, por
ejemplo, se dan en el interior de la Iglesia Católica, aunque por supuesto,
Stuart Mill está hablando de modo general.
Centrándonos en la postura de Stuart Mill
desarrollada en el presente comentario y conociendo en líneas muy generales su
pensamiento, es notable en él los efectos de la llamada Modernidad, como también,
la protesta al ambiente socio-político que le rodeaba, lo cual a mi juicio, no
le permitió ver lo suficiente las consecuencias de su pensamiento a la
posteridad, aunque por supuesto, sí realmente estaba dispuesto a que sus
opiniones fueran contradichas, posiblemente confió en que serían corregidas y
superadas en la posteridad, lo cual no ha sucedido así del todo. Hoy en día,
“medio mundo” se siente en condiciones de opinar y etiquetar negativamente a
quien exprese las que fueron consideradas verdades por siglos, cuyo areópago
contemporáneo favorito son las redes sociales. Por eso estoy de acuerdo con el filósofo
inglés Alasdair McIntyre, en que el lenguaje moral contemporáneo está
gravemente dañado y de que es difícil cada vez más entenderse en el dialogo,
puesto todo prácticamente es opinable y si se llega a una verdad, está abierta
a revisión y superación, y ay de aquel que piense que posee, exprese y enseñe
lo que considere verdadero u objetivamente es verdadero.
Ciertamente, se ha de brindar el espacio a la
opinión, a la libertad de expresión, al debate, como el estar abierto al
abandono de las opiniones y posturas erróneas, y a la profundización de lo
verdadero, pero tampoco sin caer en la radicalidad de que todo es opinable y al
infinito, que al fin y al cabo eso no es posible en el mundo real, por más que
se alegue lo contrario. Quien va a sostener, por ejemplo, que el alimento no es
necesario para vivir y sobrevivir, eso no es una opinión, es una verdad y quien
diga que sin alimento el ser humano puede vivir tranquilamente, o es tonto, o está
muy borracho o es un rico con el estómago siempre lleno…Por ello, siempre será
recomendable y necesario volver a la filosofía clásica, la cual nos ilustra en
torno a las verdades absolutas y relativas, objetivas y subjetivas, y porque no
decirlo también, en la doxa y el epistēmē de Platón.
Hecho por Gustavo Romero
Dirigido por el Profesor Dr. D. Enrique Moros
Universidad de Navarra, España
In Chapter 2 of the book "On liberty"