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martes, 29 de mayo de 2018

LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN COMO FUNDAMENTO DE LA BÚSQUEDA DE LA VERDAD, SEGÚN STUART MILL

En el Capítulo 2 de la obra “Sobre la libertad” (On liberty)


Aristóteles afirmó categóricamente que todo hombre por naturaleza desea saber (Metafísica, libro I), desea por tanto conocer la verdad de las cosas. A través de la historia de la filosofía en occidente, la verdad ha sido un tema apasionante como controvertido. Según Stuart Mill, la libertad de expresión es la que permite el acercamiento a la verdad, la cual siempre será relativa, debido a que está en constante evolución y conectada a la utilidad. De aquí se entiende el valor que le concede a la opinión, como vía para alcanzar una verdad: Negarse a oír una opinión, porque se está seguro de que es falsa, equivale a afirmar que la verdad que se posee es la verdad absoluta. Como consecuencia de ello, toda negativa a una discusión implica una presunción de infalibilidad, es decir, el que se niega a discutir es porque presume de estar en la verdad, y para el filósofo ingles nadie es infalible, nadie está libre de no equivocarse, aparte de que una supuesta verdad proclamada debe ser sometida a discusión, porque como ya se ha dicho, la verdad siempre será relativa, no absoluta. No ha de extrañarse de que este modo de pensar rivalice contra el Papa, a quien se considera infalible en temas de fe y moral, y contra los dogmas que se consideran verdades de fe absolutas e inmutables.

Mill argumenta a través de tres premisas que la libertad de expresión fundamenta la búsqueda de la verdad, con las cuales sustenta su defensa a favor de la falibilidad y en contra de la infalibilidad:

1.   Que la opinión tradicionalmente admitida puede resultar falsa.

En la Ilustración (siglo XVIII) se fragua la emancipación de la tradición, se cuestiona si lo que se ha venido diciendo o haciendo es verdad. Imponer silencio a la expresión de una opinión constituye un robo a la especie humana, a la posteridad tanto como a la generación existente. Si la opinión expresada, la cual difiere de la tradicional, resulta cierta y se rechaza, se privará a la humanidad de la posibilidad de abandonar el error por la verdad. Nunca podremos estar seguros de que la opinión que tratamos de ahogar sea falsa, y si lo estuviéramos, el ahogarla seria también un mal.

2.   La opinión admitida es verdadera, pero continua siendo necesaria la discusión.

La capacidad y actitud racional presentes en el ser humano exige conocer los motivos de nuestras propias opiniones, a las cuales se llega escuchando a los demás y analizando sus razones. La libre discusión, por tanto, es saludable y beneficiosa, porque ayuda a alcanzar la validez de una opinión y la falsedad de las otras: La percepción más clara y la impresión más viva de la verdad, producida por su colisión con el error.

¿Cuál es el resultado que se busca? Poseer convicciones y no meras doctrinas impuestas, influyentes e ineficaces en la conducta de los individuos y decadentes a futuro. Entre más se defiende una opinión tenida como verdad, contrastándola con opiniones distintas en torno a ella, más se comprende y se consolida. Por otra parte, no se ha de abandonar la discusión, porque según dice Mill, no existe cosa alguna absolutamente cierta. Eso da entender que sí se llega a alcanzar opiniones verdaderas, pero nunca la verdad, porque quien afirme poseerla, presume de infalible. Yo le preguntará a Mill: ¿Acaso tu cerrada insistencia de que la vía para alcanzar una opinión verdadera, la cual afirmas que es por medio de la discusión, no es acaso caer en la infalibilidad tan criticada por ti? ¿Estás de acuerdo en que se cuestione y discuta tu principio propuesto como camino para alcanzar una verdad?

3.   Algunas opiniones contrarias pueden compartir la verdad.

Teniendo en cuenta las dos hipótesis anteriores, puede darse el caso de que tanto la opinión admitida, como la silenciada, sean en parte verdaderas cada una de ellas. Es decir, ninguna contendría ni la verdad ni el error de modo absoluto, pero si con bastante seguridad para los fines de la vida. Los fines del ser humano, por tanto, serán de acuerdo a la utilidad vislumbrada por cada individuo, puesto que al anular una verdad absoluta, el individuo establece sus propios fines de acuerdo a su opinión: Podemos y debemos suponer que nuestra opinión es la verdadera como guía de nuestra propia conducta. En consecuencia, todas las opiniones deben circular libremente, sean aceptadas o no. El medio más reprobado que puede emplearse en una polémica es estigmatizar como hombres peligrosos e inmorales a los que profesan la opinión contraria. 

En primer lugar, nos hace recordar la división entre la crítica de la razón pura y la crítica de la razón práctica hecha por Kant, por la ética es necesario que se existan realidades que por medio de la razón pura no se pueden asegurar ni demostrar. Luego, no se puede negar de que existen personas, grupos y elites que por mantenerse en el poder, por interpelar su vida e intereses personales, tachan o etiquetan de polémicos, inmorales y peligrosos a personas que realmente no están equivocadas en su expresión, aunque también existen personas o grupos influyentes o con poder de mando que machacan a los que profesan una opinión contraria a ellos, por ignorancia o buena intención aunque errada objetivamente. Estas cosas, por ejemplo, se dan en el interior de la Iglesia Católica, aunque por supuesto, Stuart Mill está hablando de modo general.

Centrándonos en la postura de Stuart Mill desarrollada en el presente comentario y conociendo en líneas muy generales su pensamiento, es notable en él los efectos de la llamada Modernidad, como también, la protesta al ambiente socio-político que le rodeaba, lo cual a mi juicio, no le permitió ver lo suficiente las consecuencias de su pensamiento a la posteridad, aunque por supuesto, sí realmente estaba dispuesto a que sus opiniones fueran contradichas, posiblemente confió en que serían corregidas y superadas en la posteridad, lo cual no ha sucedido así del todo. Hoy en día, “medio mundo” se siente en condiciones de opinar y etiquetar negativamente a quien exprese las que fueron consideradas verdades por siglos, cuyo areópago contemporáneo favorito son las redes sociales. Por eso estoy de acuerdo con el filósofo inglés Alasdair McIntyre, en que el lenguaje moral contemporáneo está gravemente dañado y de que es difícil cada vez más entenderse en el dialogo, puesto todo prácticamente es opinable y si se llega a una verdad, está abierta a revisión y superación, y ay de aquel que piense que posee, exprese y enseñe lo que considere verdadero u objetivamente es verdadero.

Ciertamente, se ha de brindar el espacio a la opinión, a la libertad de expresión, al debate, como el estar abierto al abandono de las opiniones y posturas erróneas, y a la profundización de lo verdadero, pero tampoco sin caer en la radicalidad de que todo es opinable y al infinito, que al fin y al cabo eso no es posible en el mundo real, por más que se alegue lo contrario. Quien va a sostener, por ejemplo, que el alimento no es necesario para vivir y sobrevivir, eso no es una opinión, es una verdad y quien diga que sin alimento el ser humano puede vivir tranquilamente, o es tonto, o está muy borracho o es un rico con el estómago siempre lleno…Por ello, siempre será recomendable y necesario volver a la filosofía clásica, la cual nos ilustra en torno a las verdades absolutas y relativas, objetivas y subjetivas, y porque no decirlo también,  en la doxa y el epistēmē de Platón. 

Hecho por Gustavo Romero
Dirigido por el Profesor Dr. D. Enrique Moros
Universidad de Navarra, España

* FREEDOM OF EXPRESSION AS A BASIS OF THE SEARCH FOR THE TRUTH, IN STUART MILL
In Chapter 2 of the book "On liberty"