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sábado, 27 de febrero de 2021

JUNTAMENTE CON EL AYUNO Y LAS OBRAS DE MISERICORDIA, LA ORACIÓN FORMA LA ESTRUCTURA FUNDAMENTAL DE NUESTRA VIDA ESPIRITUAL

La liturgia católica propone para el Segundo Domingo de Cuaresma el célebre episodio de la Transfiguración de Jesucristo (cf. Mc 9, 2-10). Jesús quería que sus discípulos, de modo especial los que tendrían la responsabilidad de guiar a la Iglesia naciente, experimentaran directamente su gloria divina, para afrontar el escándalo de la cruz. En efecto, cuando llegue la hora de la traición y Jesús se retire a rezar a Getsemaní, tomará consigo a los mismos Pedro, Santiago y Juan, pidiéndoles que velen y oren con él (cf. Mt 26, 38). Ellos no lo lograrán, pero la gracia de Cristo los sostendrá y les ayudará a creer en la resurrección. El Papa Francisco señala en su Mensaje para la Cuaresma de este año 2021: "La Cuaresma es un tiempo para creer, es decir, para recibir a Dios en nuestra vida y permitirle “poner su morada” en nosotros (cf. Jn 14,23)". 

Quiero subrayar que la Transfiguración de Jesús fue esencialmente una experiencia de oración (cf. Lc 9, 28-29). En efecto, la oración alcanza su culmen, y por tanto se convierte en fuente de luz interior, cuando el espíritu del ser humano se adhiere al de Dios y sus voluntades se funden como formando una sola cosa. Por supuesto, Jesús tiene clara la razón de haber venido al mundo, pero ora para mantenerse adherido a ese plan divino que será cumplido con dolor y sangre. Muchos cristianos, sacerdotes y religiosas tenemos claro intelectualmente el plan salvifico de Dios, el "via crucis" del Maestro, pero al igual que El, hemos de orar para asimilarlo, mas aun, de amarlo!! Cuando Jesús subió al monte, se sumergió en la contemplación del designio de amor del Padre, que lo había mandado al mundo para salvar a la humanidad. Junto a Jesús aparecieron Elías y Moisés, para significar que las Sagradas Escrituras concordaban en anunciar el misterio de su Pascua, es decir, que Cristo debía sufrir y morir para entrar en su gloria (cf. Lc 24, 26. 46). En aquel momento Jesús vio perfilarse ante él la cruz, el extremo sacrificio necesario para liberarnos del dominio del pecado y de la muerte. Y en su corazón, una vez más, repitió su "Amén". Dijo "sí", "heme aquí", "hágase, oh Padre, tu voluntad de amor". Y, como había sucedido después del bautismo en el Jordán, llegaron del cielo los signos de la complacencia de Dios Padre: la luz, que transfiguró a Cristo, y la voz que lo proclamó "Hijo amado" (Mc 9, 7). El Papa Francisco nos ha dicho que "en cuaresma, el Espíritu Santo nos empuja también a nosotros, como a Jesús, a entrar en el desierto. No se trata de un lugar físico, sino de una dimensión existencial en la que hacer silencio y escuchar la Palabra de Dios, para que se cumpla en nosotros la verdadera conversión" (tweet 21/02) 

Juntamente con el ayuno y las obras de misericordia, la oración forma la estructura fundamental de nuestra vida espiritual. Queridos hermanos y hermanas les exhorto a encontrar en este tiempo de Cuaresma momentos prolongados de silencio, posiblemente de retiro, para revisar su vida a la luz del designio de amor del Padre celestial. En esta escucha más intensa de Dios déjense guiar por la Virgen María, maestra y modelo de oración. Ella, incluso en la densa oscuridad de la pasión de Cristo, no perdió la luz de su Hijo divino, sino que la custodió en su alma. Por eso, la invocamos como Madre de la confianza y de la esperanza. Y por San José, modelo de reconocer y seguir la voz de Dios en medio de aquellos descubrimiento que causan tristeza, dolor, confusión y resentimiento.