BLOG PERSONAL E INDEPENDIENTE

HOMILÍAS CICLO "B"

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO

Primera lectura: Isaías 63, 16 b-17. 64, 2b-7
Salmo: 79
Segunda lectura: 1 Corintios 1, 3-9
Evangelio: Marcos 13, 33-37



Hoy, con el primer domingo de Adviento, comenzamos un nuevo año litúrgico. Este hecho nos invita a reflexionar sobre la dimensión del tiempo, que siempre ejerce en nosotros una gran fascinación. Sin embargo, siguiendo el ejemplo de lo que solía hacer Jesús, deseo partir de una constatación muy concreta: todos decimos que "nos falta tiempo", porque el ritmo de la vida diaria se ha vuelto frenético para todos.


También a este respecto, la Iglesia tiene una "buena nueva" que anunciar: Dios nos da su tiempo. Nosotros tenemos siempre poco tiempo; especialmente para el Señor no sabemos, o a veces no queremos, encontrarlo. Pues bien, Dios tiene tiempo para nosotros. Esto es lo primero que el inicio de un año litúrgico nos hace redescubrir con una admiración siempre nueva. Sí, Dios nos da su tiempo, pues ha entrado en la historia con su palabra y con sus obras de salvación, para abrirla a lo eterno, para convertirla en historia de alianza. Desde esta perspectiva, el tiempo ya es en sí mismo un signo fundamental del amor de Dios: un don que el hombre puede valorar, como cualquier otra cosa, o por el contrario desaprovechar; captar su significado o descuidarlo con necia superficialidad.


Además, el tiempo de la historia de la salvación se articula en tres grandes "momentos": al inicio, la creación; en el centro, la encarnación-redención; y al final, la "parusía", la venida final, que comprende también el juicio universal. Pero estos tres momentos no deben entenderse simplemente en sucesión cronológica. Ciertamente, la creación está en el origen de todo, pero también es continua y se realiza a lo largo de todo el arco del devenir cósmico, hasta el final de los tiempos. Del mismo modo, la encarnación-redención, aunque tuvo lugar en un momento histórico determinado —el período del paso de Jesús por la tierra—, extiende su radio de acción a todo el tiempo precedente y a todo el siguiente. A su vez, la última venida y el juicio final, que precisamente tuvieron una anticipación decisiva en la cruz de Cristo, influyen en la conducta de los hombres de todas las épocas.


El tiempo litúrgico de Adviento celebra la venida de Dios en sus dos momentos: primero, nos invita a esperar la vuelta gloriosa de Cristo; después, al acercarse la Navidad, nos llama a acoger al Verbo encarnado por nuestra salvación. Pero el Señor viene continuamente a nuestra vida.



Por tanto, es muy oportuna la exhortación de Jesús, que en este primer domingo se nos vuelve a proponer con fuerza: "Velen" (Mc 13, 33.35.37). Se dirige a los discípulos, pero también "a todos", porque cada uno, en la hora que sólo Dios conoce, será llamado a rendir cuentas de su existencia. Esto implica un justo desapego de los bienes terrenos, un sincero arrepentimiento de los propios errores, una caridad activa con el prójimo y, sobre todo, un abandono humilde y confiado en las manos de Dios, nuestro Padre tierno y misericordioso.


La Virgen María, Madre de Jesús, es icono del Adviento. Invoquémosla para que también a nosotros nos ayude a convertirnos en prolongación de la humanidad para el Señor que viene.

TERCER DOMINGO DE ADVIENTO

Primera lectura: Isaías 61, 1-2. 10-11
Salmo: Lucas 1
Segunda lectura: 1 Tesalonicenses 5, 16-24
Evangelio: Juan  1, 6-8. 19-28



Hubo un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. El evangelio de este domingo con el del domingo pasado tienen en común la figura de San Juan el Bautista. Se nos exponía que su misión la realizó en el desierto, su mensaje es el cumplimiento de la profecía de Isaías, su manera austera de presentarse. Juan es un nombre de origen hebreo que significa Dios es propicio o Dios se ha apiadado. En la persona de Juan y su mensaje de conversión, Dios muestra su compasión hacia el ser humano. 

Este vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. El no era la luz, sino testigo de la luz. Dios, en su sabiduría, suscita en el momento oportuno de la historia un hombre, con la misión específica de ser testigo. Juan no vino al tiempo histórico de la humanidad de paseo, o a nacer, crecer, morir y ya. Su responsabilidad histórica era ser testigo. ¿Qué significa el término testimonio? Significa la afirmación de algo; la demostración o aprobación de la veracidad. Juan con su mensaje y su conducta fue un testimonio convincente de la luz, es decir, Jesucristo. Su misión era iluminar la llegada del mesías esperado.  Se preocupó por preparar lo más que se pudiera la aceptación del Salvador en los corazones. Si Juan no hubiera asumido su misión histórica o él se hubiera tomado la atribución de luz, hubiera roto con el plan de Dios. Por eso, cuando le preguntan los sacerdotes y los levitas quién es él, Juan les responde: "Yo no soy el mesías", ni tampoco otro profeta del Antiguo Testamento. Afirma en cambio que es la voz que grita en el desierto: enderecen el camino del Señor. Debemos resaltar la humildad del bautista, pues estaba antes de Jesús, ya tenía seguidores, bien se hubiera apropiado el título de luz, pero no lo hizo porque tenía bien clara su identidad y misión. Cuántas veces los cristianos, llámese obispos, sacerdotes, religiosas, misioneros, predicadores, laicos deseamos ser el centro y el centro es Jesús. Entre más sirvamos a Jesús como preparadores, como iluminadores, más resplandecerá su luz en nosotros y en las comunidades, en la sociedad. El Papa Francisco cuando se reunió con los movimientos el año pasado, al escuchar los aplausos hacia él, dijo que el centro no es el Papa, sino Jesús.  No debemos olvidar que nuestra conducta en la linea de Juan, es más atrayente que las palabras, aunque seas impactantes.


A este domingo se le llama "gaudete", es decir, alégrense. Es que realmente al leer la palabra de Dios nos llenamos de alegría, de júbilo. Isaias dice: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido y me ha enviado para anunciar la buena nueva a los pobres, a curar los de corazón quebrantado, a proclamar el perdón a los cautivos, la libertad a los prisioneros y a pregonar el año de gracia del Señor". Hermanos y hermanas, todos los bautizados estamos ungidos, marcados por Dios para ser profetas, por tanto, se nos ha anunciado para anunciar la buena noticia, el evangelio, la palabra liberadadora a los pobres en todos sus sentidos. Para colaborar en la sanación de los corazones desgarrados, atribulados, lastimados, heridos y no ha terminarlos de partir. A ser una esperanza para los cautivos, prisioneros del pecado, el engaño y la tiniebla. Para como dice San Pablo en la segunda lectura, ser dadores de gracias en toda ocasión. Me llama la atención que Isaías pone como primera tarea el anuncio a los pobres. Bien decía Benedicto XVI que la evangelización es la primera tarea de la Iglesia.  


"En concreto, la liturgia de este domingo, llamado Gaudete, nos invita a la alegría, a una vigilancia no triste, sino gozosa. «Gaudete in Domino semper» —escribe san Pablo—. «Alegraos siempre en el Señor» (Flp 4, 4). La verdadera alegría no es fruto del divertirse, entendido en el sentido etimológico de la palabra di-vertere, es decir, desentenderse de los compromisos de la vida y de sus responsabilidades. La verdadera alegría está vinculada a algo más profundo. Ciertamente, en los ritmos diarios, a menudo frenéticos, es importante encontrar tiempo para el descanso, para la distensión, pero la alegría verdadera está vinculada a la relación con Dios. Quien ha encontrado a Cristo en su propia vida, experimenta en el corazón una serenidad y una alegría que nadie ni ninguna situación le pueden quitar. San Agustín lo había entendido muy bien; en su búsqueda de la verdad, de la paz, de la alegría, tras haber buscado en vano en múltiples cosas, concluye con la célebre frase de que el corazón del hombre está inquieto, no encuentra serenidad y paz hasta que descansa en Dios (cf. Confesiones, I, 1, 1). La verdadera alegría no es un simple estado de ánimo pasajero, ni algo que se logra con el propio esfuerzo, sino que es un don, nace del encuentro con la persona viva de Jesús, de hacerle espacio en nosotros, de acoger al Espíritu Santo que guía nuestra vida. Es la invitación que hace el apóstol san Pablo, que dice: «Que el mismo Dios de la paz os santifique totalmente, y que todo vuestro espíritu, alma y cuerpo se mantenga sin reproche hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo» (1 Ts 5, 23). En este tiempo de Adviento reforcemos la certeza de que el Señor ha venido en medio de nosotros y continuamente renueva su presencia de consolación, de amor y de alegría. Confiemos en él; como afirma también san Agustín, a la luz de su experiencia: el Señor está más cerca de nosotros que nosotros mismos: «interior intimo meo et superior summo meo» (Confesiones,III, 6, 11). 




CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO

Primera lectura: 2 Samuel 7, 1-5. 8-12. 14. 16
Salmo: 88
Segunda lectura: Romanos 16, 25-27
Evangelio: Lucas 1, 26-38



En este cuarto y último domingo de Adviento la liturgia nos presenta este año el relato del anuncio del ángel a María. Contemplando el estupendo icono de la Virgen santísima, en el momento en que recibe el mensaje divino y da su respuesta, nos ilumina interiormente la luz de verdad que proviene, siempre nueva, de ese misterio. En particular, quiero reflexionar brevemente sobre la importancia de la virginidad de María, es decir, del hecho de que ella concibió a Jesús permaneciendo virgen.

En el trasfondo del acontecimiento de Nazaret se halla la profecía de Isaías. «Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emanuel» (Is 7, 14). Esta antigua promesa encontró cumplimiento superabundante en la Encarnación del Hijo de Dios.

De hecho, la Virgen María no sólo concibió, sino que lo hizo por obra del Espíritu Santo, es decir, de Dios mismo. El ser humano que comienza a vivir en su seno toma la carne de María, pero su existencia deriva totalmente de Dios. Es plenamente hombre, hecho de tierra —para usar el símbolo bíblico—, pero viene de lo alto, del cielo. El hecho de que María conciba permaneciendo virgen es, por consiguiente, esencial para el conocimiento de Jesús y para nuestra fe, porque atestigua que la iniciativa fue de Dios y sobre todo revela quién es el concebido. Como dice el Evangelio: «Por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios» (Lc 1, 35). En este sentido, la virginidad de María y la divinidad de Jesús se garantizan recíprocamente.

Por eso es tan importante aquella única pregunta que María, «turbada grandemente», dirige al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco varón?» (Lc 1, 34). En su sencillez, María es muy sabia: no duda del poder de Dios, pero quiere entender mejor su voluntad, para adecuarse completamente a esa voluntad. María es superada infinitamente por el Misterio, y sin embargo ocupa perfectamente el lugar que le ha sido asignado en su centro. Su corazón y su mente son plenamente humildes, y, precisamente por su singular humildad, Dios espera el «sí» de esa joven para realizar su designio. Respeta su dignidad y su libertad. El «sí» de María implica a la vez la maternidad y la virginidad, y desea que todo en ella sea para gloria de Dios, y que el Hijo que nacerá de ella sea totalmente don de gracia.


Queridos amigos, la virginidad de María es única e irrepetible; pero su significado espiritual atañe a todo cristiano. En definitiva, está vinculado a la fe: de hecho, quien confía profundamente en el amor de Dios, acoge en sí a Jesús, su vida divina, por la acción del Espíritu Santo. ¡Este es el misterio de la Navidad! A todos les deseo que lo vivan con íntima alegría.

FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA




Primera lectura: Siracides 2-6. 12-14
Salmo: 127, 1-2. 3. 4-5
Segunda lectura: Colosenses 3, 12-21 
Evangelio: Lucas 2, 22-40


En este dia estamos celebrando a nivel eclesial la fiesta de la Sagrada Familia y a nivel civil el cierre del año 2017. "La fiesta de la sagrada Familia, que fue instituida con carácter universal en el pontificado de Juan XXIII, se celebra el domingo siguiente a la Navidad" (Jose Antonio Abad Ibáñez, "La celebración del Misterio cristiano", p, 547). 

Lo que impacta en esta celebración litúrgica es la consideración de que el Hijo de Dios quiso nacer en el seno de una familia, tener una familia humana. Esto no es una casualidad o capricho por parte de Dios. El Mesías, el Hijo de Dios, el Dios eterno eligió tener un padre y una madre; por consiguiente, de este principio biblico y teologico es que la Iglesia parte para señalar, valorar y defender la familia. "Por tanto, dirigimos, mejor, repetimos a todos la invitación de la liturgia a que miren con segura confianza el ejemplo de la Sagrada Familia que Jesús santificó con inefables virtudes" (Papa San Juan XXIII, 10 de enero de 1960). A la luz de la Sagrada Familia, reflexionemos brevemente sobre la situación, el valor y el papel fundamental de la familia, para ello me basaré en lo escrito por el Papa San Juan Pablo II, en los números iniciales de su Exhortación Apostólica "Familiaris Consortio" (1981).

La familia, en los tiempos modernos, ha sufrido quizá como ninguna otra institución o sociedad, el hostigamiento, los efectos de las transformaciones amplias, profundas y rápidas de la sociedad y de la cultura. ¿Cuál es el panorama que se observa en torno a la familia? Muchas familias viven la creciente situación de ataque, permaneciendo fieles a los valores que constituyen el fundamento de la institución familiar. Otras familias se sienten inciertas y desanimadas de cara a su finalidad, e incluso en estado de duda o de ignorancia respecto al significado último y a la verdad de la vida matrimonial y familiar. Otras familias, en fin, a causa de diferentes situaciones de injusticia se ven impedidas para realizar sus derechos fundamentales.

La Iglesia, de cara al panorama que acabamos de describirles y conscientes de que el matrimonio y la familia constituyen uno de los bienes más preciosos de la humanidad, un auténtico tesoro, quiere hacer sentir su voz y ofrecer su ayuda, su apoyo, su cercanía a todo aquel que, conociendo ya el valor del matrimonio y de la familia, trata de vivirlo fielmente; a todo aquel que, en medio de la incertidumbre o de la ansiedad, busca la verdad y a todo aquel que se ve injustamente impedido para vivir con libertad el propio proyecto familiar. Por tanto, nadie se sienta solo, ninguna familia se sienta abandonada, porque la Iglesia está con ustedes y permanecerá firme a los valores cristianos, sin importar que las ideologías están pretendiendo destruir de raíz los principios y valores cristianos del matrimonio y de la familia, tal como Dios lo ha querido desde el inicio de la creación humana. Sosteniendo a los primeros, iluminando a los segundos y ayudando a los demás, la Iglesia ofrece su servicio a todo hombre preocupado por los destinos, por el futuro del matrimonio y de la familia aquí en España, en el continente europeo y en los demas paises. De manera especial, la Iglesia se dirige a los jóvenes que están a punto de emprender su camino como matrimonio y familia, con el fin de abrirles nuevos horizontes, ayudándoles a descubrir la belleza y la grandeza de la vocación al amor y al servicio de la vida. Queridos jóvenes en general, sepan distinguir el amor del egoismo. El egoísmo consiste en buscar siempre mis propias satisfacciones, en buscar hacer realidad mis caprichos, mis "fantasías sexuales", sin importar que estas cosas sean contrarias a la voluntad de Dios y a las enseñanzas de la Iglesia. 

En un momento histórico en que la familia esta siendo objeto de muchas fuerzas, ideologías, políticas que tratan de destruirla o deformarla, de llamarle "familia" a lo que nunca por naturaleza lo será, la Iglesia, consciente de que el bien de la sociedad, de una nación y de sí misma como Iglesia, está profundamente vinculado al bien de la familia, si quieren que lo diga con palabras sencillas y directas: la muerte de la familia, implica el envejecimiento y muerte de una sociedad y en parte, hasta de la Iglesia que vive en esa sociedad. La familia es la pieza fundamental para renovar la sociedad, nuestra sociedad, como también para renovar el mismo Pueblo de Dios, por que la Iglesia esta formada de familias. Por ejemplo, las vocaciones sacerdotales, religiosas y misioneras surgen de las familias, pero si no hay hijos en una familia o en una sociedad, ¿de donde van a nacer las vocaciones? Si no hay hijos, no hay vocaciones y si no hay vocaciones no tendremos sacerdotes. ¿Lo Ven?

En fin, hermanos y hermanas, queridas familias, "el Evangelio de hoy invita a las familias a acoger la luz de esperanza que proviene de la casa de Nazaret, en la cual se ha desarrollado en la alegría la infancia de Jesús, quien —dice san Lucas— «iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres» (2, 52). El núcleo familiar de Jesús, María y José es para todo creyente, y en especial para las familias, una auténtica escuela del Evangelio. Aquí admiramos el cumplimiento del plan divino de hacer de la familia una especial comunidad de vida y amor. Aquí aprendemos que todo núcleo familiar cristiano está llamado a ser «iglesia doméstica», para hacer resplandecer las virtudes evangélicas y llegar a ser fermento de bien en la sociedad. Los rasgos típicos de la Sagrada Familia son: recogimiento y oración, mutua comprensión y respeto, espíritu de sacrificio, trabajo y solidaridad" (Papa Francisco, 2015).

"Jesús, María y José
en vosotros contemplamos
el esplendor del verdadero amor,
a vosotros, confiados, nos dirigimos.

Santa Familia de Nazaret,
haz también de nuestras familias
lugar de comunión y cenáculo de oración,
auténticas escuelas del Evangelio
y pequeñas Iglesias domésticas" (Papa Francisco).



*31-Diciembre-2017
Parroquia "San Blas", Navarra, España. 


SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR
CICLO "B"


Primera lectura: Isaías 60, 1-6
Salmo: 71, 1-2. 7-8.10-11. 12-13
Segunda lectura: Efesios 3, 2-6
Evangelio: Mateo 2, 1-12


«¿Dónde está el Rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella y hemos venido a adorarlo?» (Mateo 2, 2). Estas fueron las palabras dichas por los magos de Oriente al presentarse en Jerusalén, palabras muy precisas por cierto. Estos hombres de Oriente, es decir, los Reyes Magos, llegaron a Jerusalén con el objetivo de adorar al niño recién nacido, el cual es un rey, por supuesto, para nosotros los cristianos el Niño Dios no es un rey más, sino el Rey de reyes. Por lo narrado por san Mateo, los Reyes Magos fueron a buscar al Niño Rey al lugar propio de un rey, es decir, al Palacio. Y esto es importante, allí llegaron ellos con su búsqueda, era el lugar indicado por lógica humana: pues es propio de un rey nacer en un palacio, y tener su corte y súbditos. Es signo de poder, de éxito, de vida lograda o realizada. Y por el conocimiento y análisis de la historia humana, es de esperar que el rey sea venerado, temido y adulado, sí; pero no necesariamente amado. "Esos son los esquemas mundanos, los pequeños ídolos a los que el ser humano le  rinde culto: el culto al poder, a la apariencia y a la superioridad. Ídolos que solo prometen tristeza, esclavitud, miedo" (Papa Francisco, 6 de enero de 2017). Y fue precisamente ahí, ante el rey Herodes y en el palacio real, donde comenzó el camino más largo que tuvieron que andar esos hombres venidos de lejos. Ahí comenzó la osadía más difícil y complicada. En qué sentido? En descubrir que lo que ellos buscaban no estaba en el palacio, sino que se encontraba en otro lugar, no sólo geográfico sino existencial. Esto es una tremenda leccion: El Dios todopoderoso, Creador de todo no nació, no estaba en el palacio-fortaleza real de Jerusalén, como ya he señalado, no estaba en el palacio símbolo de poder, riqueza y orgullo. "Allí no veían la estrella que los conducía a descubrir un Dios que quiere ser amado, y eso sólo es posible bajo el signo de la libertad y no de la tiranía (Jesús recien nacido representa la libertad, mientras que el rey Herodes la tiranía); descubrir que la mirada de este Rey desconocido ―pero deseado― no humilla, no esclaviza, no encierra. Descubrir que la mirada de Dios levanta, perdona, sana. Descubrir que Dios ha querido nacer allí donde no lo esperamos, donde quizá no lo queremos y donde tantas veces lo negamos. Descubrir que en la mirada de Dios hay espacio para los heridos, los cansados, los maltratados, abandonados, incomprendidos: que su fuerza y su poder se llama misericordia. Qué lejos se encuentra, para algunos, Jerusalén de Belén" (Ibid.). 

Herodes no pudo adorar porque no quiso, no fue capaz de cambiar su mirada. No quiso dejar de rendirse culto a sí mismo creyendo que todo comenzaba y terminaba con él. Era esclavo del poder y de las posesiones que tenia, las cuales se apoderaron de su libertad e inteligencia, y lo llevaron a ser un idólatra de sí mismo. Herodes No pudo adorar porque buscaba que lo adoraran a él. Los sacerdotes judíos tampoco pudieron adorar al Niño Jesus porque ellos sabían mucho, conocían las profecías, pero no estaban dispuestos ni a caminar ni a cambiar. Ellos también se volvieron esclavos del poder que tenían, de sus preceptos humanos y comodidades. Por lo tanto, «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mateo 5,3), y añadamosle en esta ocasión: bienaventurados los pobres de espíritu, porque son los unicos capaces de cambiar la mirada, reorientar la vida y ponerse de rodillas en signo de adoración ante Dios, ante el Dios hecho niño. 

Los magos no querían ya más de lo mismo. Estaban acostumbrados, habituados y cansados de los Herodes de su tiempo. Pero allí, en Belén, había promesa de novedad, había promesa de gratuidad. Allí estaba sucediendo algo nuevo. Los Magos pudieron adorar porque se animaron a caminar y caminaron porque su mirada estaba dirigida hacia la Verdad, libre del mundo aparente representado en el poder, la riqueza y la soberbia del rey Herodes. "Y postrándose ante el pequeño, postrándose ante el pobre, postrándose ante el indefenso, postrándose ante el extraño y desconocido Niño de Belén, allí descubrieron la Gloria de Dios" (Ibid.). "Caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de la aurora", nos dice la primera lectura. 

Que por la intercesión de Santa Maria, Madre de Dios; San José, al igual que los reyes magos nos postremos ante Jesucristo, Señor de todos los pueblos de la tierra. Seamos estrellas luminosas que conduzcan a nuestros familiares, amigos y personas que nos vayamos encontrando en la vida, al descubrimiento o redescubrimiento de Jesus, quien es "el mismo ayer, ahora y siempre" (Hebreos 13, 8). Solo adorando a Jesucristo, al Niño Dios, somos libres de la esclavitud de la poderosisima cultura y tentación de la apariencia. Dios los bendiga.



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PROPUESTA DE MONICION:
Queridos hermanos y hermanas, celebramos hoy la Solemnidad de la Epifanía del Señor o manifestación del Hijo de Dios a los Reyes Magos. En esta celebración litúrgica se acentúa la revelación de Cristo a los paganos, cuyas primicias son los Magos: revelación de la universalidad de la salvación. En los Reyes Magos debemos ver “las primicias de las naciones que acogen, por la Encarnación del Hijo de Dios, la Buena Nueva de la salvación” (Catecismo de la Iglesia Católica, 528). En esas naciones entramos todos nosotros. Gracias, Señor, por hacernos partícipes de tu salvación. 



*6-Enero-2018
Parroquia "San Blas", Navarra, España. 


SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD


Resultado de imagen para Santisima Trinidad

Primera lectura: Deuteronomio 4, 32-34. 39-40
Salmo: 32, 4-6. 9. 18 - 20. 22
Segunda lectura: Romanos 8, 14-17
Evangelio: Mateo 28, 16 - 20

Los que se dejan conducir por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios, afirma san Pablo. En estas palabras se encuentra implícito el Misterio de la Santísima Trinidad. Dios es Padre, y cada uno de nosotros somos su hijo, su hija, pero en su Hijo amado Jesucristo, El cual es de su misma naturaleza divina, y eso es posible gracias a la acción del Espíritu Santo, por quien los seres humanos llegamos a convertirnos en hijos de Dios y capaces para vivir de acuerdo a esa dignidad recibida. Id, pues, y haced discípulos a los habitantes de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Por el sacramento del bautismo, los seres humanos participamos de la vida intratrinitaria de Dios, por ello con justa razón, los obispos de América Latina reunidos en Brasil, hablaron de que los cristianos hemos de tener una espiritualidad trinitaria: "La experiencia bautismal es el punto de inicio de toda espiritualidad cristiana que se funda en la Trinidad" (Documento de Aparecida, 240). En la Iglesia Católica hay una variedad en el modo de vivir la espiritualidad cristiana, pero la raíz universal ha de alimentarse de la Santísima trinidad, nuestra espiritualidad cristiana ha de estar enchufada, conectada a Dios Uno y Trino. Nadie diga que esto imposible, porque para ello descendió el Espíritu Santo: "Os digo la verdad: Os es necesario que yo me vaya; porque si yo no me fuere, el Consolador no vendría a vosotros". 

*24-Mayo-2018
Logroño, España

SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO

Primera lectura: Éxodo 24, 3-8
Salmo: 115, 12-18
Segunda lectura: Hebreos 9, 11-15
Evangelio: Marcos 14, 12-16. 22-26


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El domingo pasado celebramos el misterio de la Santísima Trinidad, "misterio central de la fe y de la vida cristiana" (Catecismo de la Iglesia Católica 234), y hoy celebramos y consideramos otro gran misterio de fe y amor: Jesucristo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, realmente presente en la Santísima Eucaristía. "Hablar de la eucaristía y la Trinidad significa penetrar en lo más profundo del misterio de Dios. Por un lado, la eucaristía es santa no sólo porque está ordenada a la santidad, sino porque es la santidad misma: es la presencia real, sustancial de Cristo. La participación en la eucaristía es la participación en la misma vida divina. Por otro lado, la Santísima Trinidad es la misma vida divina... La eucaristía nos permite una intimidad sobrecogedora con Cristo, una intimidad en esta vida y en la vida futura. Jesús dijo: 'el que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí' (Jn 6,56-57)" (Prof. Michael F. Hull, La Eucaristía y la Trinidad). Así que hermanos y hermanas, cuando estamos ante la presencia de Jesús Eucaristía, estamos ante la presencia de la Santísima Trinidad; cuando comulgamos el santísimo cuerpo del Señor Jesús, intimamos con las tres divinas personas. Esto es maravilloso!! 

Hay un elemento sobresaliente tanto en la primera lectura como el evangelio, bueno, más que elemento es una virtud, me estoy refiriendo a la obediencia. Cuando Moisés tomó el libro de la alianza y lo leyó en voz alta al pueblo, éste respondió: Nosotros obedeceremos al Señor, y en el santo evangelio, los discípulos obedecen a las instrucciones dadas por Jesús, sobre la preparación de la cena pascual. Podríamos decir que en la eucaristía se va comprendiendo y creciendo en la difícil virtud de la obediencia. He dicho difícil, no imposible. Hay una fuerte desobediencia y rebeldía contra Dios, y no solo fuera de la Iglesia eh. Algunos piensan que Dios quita la libertad y por eso hay que rebelarse contra Él, otros piensan que no hay que obedecerle, porque simplemente Él no existe, no es real; tal como sostenía el filósofo Feuerbach, para quien Dios es solo una proyección del ser humano. Hermanos y hermanas, en la eucaristía aprendemos la obediencia perfecta de Jesús al Padre en el Espíritu: " Mi comida es hacer la voluntad del que me envió y llevar a cabo su obra". Por ello, la sagrada comunión o cada que vez que comulgamos, se acrecienta nuestra comunión con Cristo, y si acrecienta nuestra comunión con Él, logicamente deberia crecer nuestro seguimiento hacia Él, nuestra obediencia alegre hacia sus enseñanzas y mandatos, los cuales son indicadores del camino que conduce a la verdadera vida y libertad.

"María está presente con la Iglesia, y como Madre de la Iglesia, en todas nuestras celebraciones eucarísticas. Así como Iglesia y Eucaristía son un binomio inseparable, lo mismo se puede decir del binomio María y Eucaristía. Por eso, el recuerdo de María en la celebración eucarística es unánime, ya desde la antigüedad, en las Iglesias de Oriente y Occidente" (Ecclesia de Eucharistia, n. 57).

*2-Junio-2018
Cizur Menor, Navarra

PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL:


- Consideras que estás esforzándote por obedecer a Dios y sus mandatos? Crees que si mejoras tu trato íntimo con Jesús Sacramentado, crecerá tu obediencia alegre y confiada al Señor? 


DOMINGO X DEL TIEMPO ORDINARIO

Primera lectura: Génesis 3, 9-15
Salmo: 129, 1-8
Segunda lectura: 2 Corintios 4, 13-5, 1
Evangelio: Marcos 3, 20-35


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Como hemos celebrado en los domingos anteriores los misterios de la Santísima Trinidad y del Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo, podríamos decir entonces, que hoy recomenzamos los domingos correspondientes al tiempo ordinario. En el santo evangelio vemos a Jesús rodeado de mucha gente, pero de entre toda esa gente sobresalen tres tipos de personajes: los parientes, los maestros de la ley y una persona anónima.

Los parientes quieren llevárselo a la fuerza porque consideraban que estaba loco, puesto que ni comía por atender pastoralmente a las personas que se le acercaban. Los maestros de la ley afirmaban que Jesús estaba poseído por Belcebú, a lo que el Señor rebatió con un preciso y claro razonamiento: ¿cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Y si Satanás se hace la guerra y actúa contra sí mismo, tampoco podrá subsistir. Por consiguiente, el diablo busca dividir, pero no se ataca a sí mismo o planes. Por último, alguien de la gente que estaba sentada alrededor de Jesús le avisó: tu madre y tus hermanos están ahí fuera y te buscan. Notemos que para el primer grupo san Marcos escribe parientes, ello nos da la sensación de familiares en sentido amplio, mientras que en el tercer grupo es preciso: madre y hermanos. La reacción de Jesús es inesperada, pero importantísima.
¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? Y, mirando a quienes estaban sentados a su alrededor, añadió: Estos son mi madre y mis hermanos. Porque todo el que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, y mi hermana, y mi madre. Con estas palabras Jesús nos está diciendo, nos está afirmando que ha venido a constituir una familia, basada en una nueva alianza, sellada con su sangre, es decir, la gran familia de Dios. La familia de Dios trasciende, va más allá de los lazos puramente carnales. De ahí se comprende mejor lo afirmado por san Pablo: "Ya no hay diferencia entre judío y griego, entre esclavo y hombre libre; no se hace diferencia entre hombre y mujer, pues todos ustedes son uno solo en Cristo Jesús" (Gálatas 3, 28). Entonces, hermanos y hermanas, queda al descubierto que las divisiones las hacemos y queremos mantenerlas nosotros los seres humanos, porque en Jesús formamos una unidad familiar. Y, ¿en qué momento entramos a formar parte de la familia de Dios? En el bautismo. Desde esta óptica bien podemos decir que en Cristo Jesús ya no hay europeo, americano, asiático, oceánico y africano, por eso un cristiano no debería ser racista, porque el otro distinto a él racialmente, culturalmente, es su hermano, su hermana. Esta consideración nos lleva automáticamente a la solidaridad e inclusión del otro, de los demás diferentes a mí, racial o incluso regionalmente. 
Falta algo más y lo más importante. Las personas que saben escuchar la Palabra y hacen la voluntad de Dios, son la verdadera familia del Señor, es decir, no basta entra a formar parte de la familia de Dios, sino comportarse, vivir de acuerdo a esa dignidad tan excelsa. Por eso en el saludo de la Misa el sacerdote exclama: La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros. Si estoy bautizado pero no vivo de acuerdo a las exigencias del bautismo, día a día, estoy fuera de tan excelsa familia y pongo en peligro mi ingreso a la vida eterna. Que bello y santo es vivir día a día en relación con Dios teniéndolo como Padre, con el Hijo como mi hermano mayor y con el Santo Espíritu de amor y santidad, y por supuesto, en la máxima comunión posible con los demás, quienes en Cristo Jesús son mis hermanos. La familia de Dios, en fin, es la Iglesia, y la Iglesia "es la casa de Jesús con las puertas abiertas siempre para todos" (Papa Francisco, 2015). 

Que la Virgen María nos ayude a que tengamos un corazón más universal, solidario, fraterno y santo como el de su Hijo.

*9-Junio-2018
Cizur Menor, Navarra

DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARIO

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Primera lectura: Éxodo 16, 2-4. 12-15
Salmo: 77, 3-4. 23-25. 54
Segunda lectura: Efesios 4, 17. 20-24
Evangelio: San Juan 6, 24-35

En la liturgia de la Palabra de este domingo prosigue la lectura del capítulo sexto del Evangelio de san Juan. Nos encontramos en la sinagoga de Cafarnaúm, en donde Jesús está pronunciando su conocido discurso después de la multiplicación de los panes. La gente había tratado de hacerlo rey, pero Jesús se había retirado, primero al monte con Dios, con el Padre, y luego a Cafarnaúm (cf. Juan 6, 15). Al no verlo, se había puesto a buscarlo, había subido a las barcas para alcanzar la otra orilla del lago y por fin lo había encontrado. Pero Jesús sabía bien el porqué de tanto entusiasmo al seguirlo y lo dice también con claridad: «Me buscáis no porque habéis visto signos (porque vuestro corazón quedó impresionado), sino porque comisteis pan hasta saciaros» (v. 26). Jesús quiere ayudar a la gente a ir más allá de la satisfacción inmediata de sus necesidades materiales, por más importantes que sean. Quiere abrir a un horizonte de la existencia que no sea simplemente el de las preocupaciones diarias de comer, de vestir, de la carrera. Jesús habla de un alimento que no perece, que es importante buscar y acoger. Afirma: «Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre» (v. 27).

La muchedumbre no comprende, cree que Jesús pide observar preceptos para poder obtener la continuación de aquel milagro, y pregunta: «¿Qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?» (v. 28). La respuesta de Jesús es clara: «La obra de Dios es ésta: que creáis en su enviado» (v. 29). El centro de la existencia, lo que da sentido y firme esperanza al camino de la vida, a menudo difícil, es la fe en Jesús, el encuentro con Cristo. También nosotros preguntamos: «¿Qué tenemos que hacer para alcanzar la vida eterna?». Y Jesús dice: «Creed en mí». La fe es lo fundamental. Aquí no se trata de seguir una idea, un proyecto, sino de encontrarse con Jesús como una Persona viva, de dejarse conquistar totalmente por él y por su Evangelio. Jesús invita a no quedarse en el horizonte puramente humano y a abrirse al horizonte de Dios, al horizonte de la fe. Exige sólo una obra: acoger el plan de Dios, es decir, «creer en su enviado» (cf. v. 29). Moisés había dado a Israel el maná, el pan del cielo, con el que Dios mismo había alimentado a su pueblo. Jesús no da algo, se da a sí mismo: él es el «pan verdadero, bajado del cielo», él la Palabra viva del Padre que en cada Misa se nos da como santo y humilde alimento; en el encuentro con Jesús, pan bajado del cielo, encontramos al Dios vivo y verdadero.

«¿Qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?» (v. 28) pregunta la muchedumbre, dispuesta a actuar, para que el milagro del pan continúe. Pero Jesús, verdadero pan de vida que sacia nuestra hambre de sentido, de verdad, no se puede «ganar» con el trabajo humano; sólo viene a nosotros como don del amor de Dios, como obra de Dios que es preciso pedir y acoger.

Queridos hermanos y hermanas, en los días llenos de ocupaciones y de problemas, pero también en los de descanso y relajación o sana diversión, el Señor nos invita a no olvidar que, aunque es necesario preocuparnos por el pan material y recuperar las fuerzas, más fundamental aún es hacer que crezca la relación con él, reforzar nuestra fe en Aquel que es el «pan de vida», que colma nuestro deseo natural de verdad y de amor. 

Que la Virgen María nos sostenga en nuestro camino de fe.

*Parroquia de San Blas, Navarra
5-Agosto-2018

DOMINGO XX DEL TIEMPO ORDINARIO


Primera lectura: Proverbios 9, 1-6
Salmo: 33, 2-3. 10-15
Segunda lectura: Efesios 5, 15-20
Evangelio: San Juan 6, 51-58

El Evangelio de este domingo es la parte final y culminante del discurso pronunciado por Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm, después de que el día anterior había dado de comer a miles de personas con sólo cinco panes y dos peces; y el próximo domingo, se concluye completamente la lectura del capítulo 6 de San Juan, dándonos a conocer  la reacción de los discípulos a ese discurso. 


"Jesús revela el significado de ese milagro, es decir, que el tiempo de las promesas han concluido: Dios Padre, que con el maná había alimentado a los israelitas en el desierto, ahora lo envió a él, el Hijo, como verdadero Pan de vida, y este pan es su carne, su vida, ofrecida en sacrificio por nosotros. Se trata, por lo tanto, de acogerlo con fe, sin escandalizarse de su humanidad; y se trata de «comer su carne y beber su sangre» (cf. Juan 6, 54), para tener en sí mismos la plenitud de la vida" (Benedicto XVI, 2012). Hemos leido que los judíos discutían entre sí, debido al escándalo provocado por las palabras de Jesús: "¿cómo puede éste darnos a comer su carne?". No nos escandalicemos de la humanidad de Jesús: ¿Como es posible que ese niño debil y lloron, que ha nacido en un pobre pesebre sea Dios? ¿Cómo es posible que Jesús, el Mesías prometido, experimente hambre, cansancio y dolor? ¿Cómo es posible que Dios inmensamente grande permanezca en una pequeña y humilde hostia consagrada? El acercamiento y amor de Dios reta nuestra lógica, pone contra las cuerdas nuestros razonamientos puramente humanos. Por eso, Jesús dijo que la obra consiste en creer en Él y en Aquel que lo ha enviado. Sin fe no se debe comulgar. Jesús insiste en el evangelio propuesto para este domingo que lo comamos, que lo comulguemos, para llevar a plenitud nuestra vida terrena y ser resucitados en el dia final. Los que comulgamos domingo a domingo, es porque no somos como aquellos judíos, es decir, nosotros tenemos fe. Por ello, después de creer en sus palabras, de aceptarlo, debemos acogerlo. Como decía el Papa San Juan Pablo II, asistir a la Misa sin comulgar es quedarse a medias en nuestro cumplimiento cristiano dominical, no llega a plenitud, puesto que Jesús desea ardientemente alimentarnos con el banquete de la eucaristía, después de haber escuchado las lecturas y hacer la profesión de fe en comunidad. Queda claro, por tanto, que hemos de comulgar, no obstante, sin descuidar la advertencia hecha por San Pablo: "Quien come y bebe indignamente, sin discernir el cuerpo del Señor, come y bebe su propia condenación" (1 Corintios 11, 26). No se debe mezclar el pecado con la gracia (ver Mateo 7, 6). Por consiguiente, "para responder a esta invitación, debemos prepararnos para este momento tan grande y santo" (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1385). ¿Cómo procedes tu? 

Que la Virgen María, Madre nuestra, nos ayude a redescubrir la belleza del sacramento de la Eucaristía, la cual expresa toda la humildad y la santidad de Dios, como también, nos enseñe a vivir siempre en profunda unión con su Hijo, convertido en santo alimento para nuestro bien. 

*Parroquia de San Blas, Navarra
19-Agosto-2018

DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO
-Domingo 21 del tiempo ordinario-




Primera lectura: Josué 24, 1-2a. 15-17-18b
Salmo: 33, 2-3. 16-23
Segunda lectura: Efesios 5, 21-32
Evangelio: San Juan 6, 61-70


En los cuatro domingos anteriores, hemos meditado el discurso sobre el «pan de vida», el cual Jesús pronunció en la sinagoga de Cafarnaúm, después de alimentar a miles de personas con cinco panes y dos peces. Hoy, el Evangelio nos presenta la reacción de los discípulos a ese discurso, una reacción que Cristo mismo, de manera consciente, provocó. Por la reacciones quedará al descubierto el interior de los presentes. Ante todo, el evangelista Juan —que se hallaba presente junto a los demás Apóstoles—, relató que «desde entonces muchos de sus discípulos se echaron atrás y no volvieron a ir con él» (Juan 6, 66). Y ahora nos preguntamos: ¿Por qué? Porque no creyeron en las palabras de Jesús, que decía: Yo soy el pan vivo bajado del cielo, el que coma mi carne y beba mi sangre vivirá para siempre (cf. Juan 6, 51.54); ciertamente, palabras en ese momento difícilmente aceptables, difícilmente comprensibles. Esta revelación —como he dicho— les resultaba incomprensible, porque la entendían en sentido material, cuando en realidad, en esas palabras se anunciaba el misterio pascual de Jesús, en el que él se entregaría por la salvación del mundo y el signo visible de ese sacrificio es su nueva presencia en la Sagrada Eucaristía (Cfr. Concilio de Trento, Ses. 22.a, DS 1740.

Al ver Jesús que muchos de sus discípulos se iban, se retiraban, no se puso a detenerlos con otro discurso, sino que se dirigió a los Apóstoles diciendo: «¿También vosotros queréis marcharos?» (Juan 6, 67). Como en otros casos, es Pedro quien responde en nombre de los Doce: «Señor, ¿a quién iremos? —también nosotros podemos reflexionar: ¿a quién iremos?— Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros hemos creído y sabemos que tú eres el Santo de Dios» (Juan 6, 68-69). Sobre este pasaje tenemos un bellísimo comentario de san Agustín, que dice, en una de sus predicaciones sobre el capítulo 6 de san Juan: «¿Veis cómo Pedro, por gracia de Dios, por inspiración del Espíritu Santo, entendió? ¿Por qué entendió? Porque creyó. Tú tienes palabras de vida eterna. Tú nos das la vida eterna, ofreciéndonos tu cuerpo [resucitado] y tu sangre [a ti mismo]. Y nosotros hemos creído y conocido. No dice: hemos conocido y después creído, sino: hemos creído y después conocido. Hemos creído para poder conocer. En efecto, si hubiéramos querido conocer antes de creer, no hubiéramos sido capaces ni de conocer ni de creer. ¿Qué hemos creído y qué hemos conocido? Que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, es decir, que tú eres la vida eterna misma, y en la carne y en la sangre nos das lo que tú mismo eres» (Comentario al Evangelio de Juan  27, 9). "Si alguien quiere ser mi discípulo, tiene que negarse a sí mismo" (Mateo 16, 24), y negarse a sí mismo, incluye someter la propia razón a la fe, es decir, no quebrarse la cabeza primero, para luego decidir si creer o no creer en la Revelación divina, en las palabras del Maestro Jesús. 

Los que venimos a Misa se supone que venimos porque creemos en que Dios nos ha convocado, porque creemos que nos habla a través de su Palabra y nos alimenta con el Cuerpo y la Sangre de su Hijo Jesucristo, sin lugar a dudas, Dios a cada uno le recompensará, le bendecirá por asistir a la Santa Misa, pero también, tenemos que reconocer que solo Dios y cada uno de ustedes sabe hasta qué punto le cree a Jesús y a los que hablamos en su nombre en la Iglesia. Por ello, pidamos hermanos y hermanas a la Virgen María, que nos ayude a creer en Jesús, como lo hizo san Pedro, y a ser siempre sinceros con Él y con nosotros mismos.

*Parroquia de San Blas, Navarra
Homilía del 26 de Agosto de 2018

DOMINGO XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO

Primera lectura: Daniel 12, 1-3
Salmo: 15, 5. 8.-11
Segunda lectura: Hebreos 10, 11-14. 18
Evangelio: San Marcos 13, 24-32



Hemos llegado a las últimas dos semanas del año litúrgico. Demos gracias al Señor porque nos ha concedido recorrer, una vez más, este camino de fe —antiguo y siempre nuevo— en la gran familia espiritual de la Iglesia. Es un don inestimable, que nos permite vivir en la historia el misterio de Cristo, acogiendo en los surcos de nuestra existencia personal y comunitaria la semilla de la Palabra de Dios, semilla de eternidad que transforma desde dentro este mundo y lo abre al reino de los cielos. En el itinerario de las lecturas bíblicas dominicales, este año nos ha acompañado el evangelio de san Marcos, que hoy presenta una parte del discurso de Jesús sobre el final de los tiempos. En este discurso hay una frase que impresiona por su claridad sintética: "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán" (Mc 13, 31). Detengámonos un momento a reflexionar sobre esta profecía de Cristo.

La expresión "el cielo y la tierra" aparece con frecuencia en la Biblia para indicar todo el universo, todo el cosmos. Jesús declara que todo esto está destinado a "pasar". No sólo la tierra, sino también el cielo, que aquí se entiende en sentido cósmico, no como sinónimo de Dios. La Sagrada Escritura no conoce ambigüedad: toda la creación está marcada por la finitud, incluidos los elementos divinizados por las antiguas mitologías: en ningún caso se confunde la creación y el Creador, sino que existe una diferencia precisa. Con esta clara distinción, Jesús afirma que sus palabras "no pasarán", es decir, están de la parte de Dios y, por consiguiente, son eternas. Aunque fueron pronunciadas en su existencia terrena concreta, son palabras proféticas por antonomasia, como afirma en otro lugar Jesús dirigiéndose al Padre celestial: "Las palabras que tú me diste se las he dado a ellos, y ellos las han aceptado y han reconocido verdaderamente que vengo de ti, y han creído que tú me has enviado" (Jn 17, 8).

En una célebre parábola, Cristo se compara con el sembrador y explica que la semilla es la Palabra (cf. Mc 4, 14): quienes oyen la Palabra, la acogen y dan fruto (cf. Mc 4, 20), forman parte del reino de Dios, es decir, viven bajo su señorío; están en el mundo, pero ya no son del mundo; llevan dentro una semilla de eternidad, un principio de transformación que se manifiesta ya ahora en una vida buena, animada por la caridad, y al final producirá la resurrección de la carne. Este es el poder de la Palabra de Cristo.

Queridos amigos, la Virgen María es el signo vivo de esta verdad. Su corazón fue "tierra buena" que acogió con plena disponibilidad la Palabra de Dios, de modo que toda su existencia, transformada según la imagen del Hijo, fue introducida en la eternidad, cuerpo y alma, anticipando la vocación eterna de todo ser humano. Ahora, en la oración, hagamos nuestra su respuesta al ángel: "Hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38), para que, siguiendo a Cristo por el camino de la cruz, también nosotros alcancemos la gloria de la resurrección.


DOMINGO XXXI DEL TIEMPO ORDINARIO

Primera lectura: Deuteronomio 6, 2-6
Salmo: 17
Segunda lectura: Hebreos 7, 23-28
Evangelio: Marcos 12, 28b-34



En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: “¿Qué mandamiento es el primero de todos?” De entrada, hay dos cosas por considerar: la primera es considerar sobre quién era un escriba y la segunda, por qué el escriba le hace esa pregunta al Señor. En primer lugar, desde el tiempo de Esdras, el escriba es un entendido en las cosas de la Ley. Por eso es también llamado doctor de la Ley o Rabi. Estos pertenecían al grupo de los Fariseos. Con el fin del profetismo, competía sobretodo al doctor de la Ley la enseñanza y la interpretación de la Ley al pueblo (Sirácides 38, 24). Por eso, ellos se volvieron los jefes espirituales de la nación. Después de largos estudios, por cuarenta años, el alumno era hecho escriba, con el rito de imposición de las manos.

Como pueden notar, un experto en la Ley le está preguntando a Jesús sobre el mandamiento primero de todos. Un hombre por lo visto mayor que Jesús en años. Ahora, ¿Por qué el escriba le pregunta a Jesús sobre cual es el mandamiento primero de todos los existentes? Porque en el tiempo de Jesús, había 613 mandatos, reglas, siendo 248 preceptos de formulación positiva y 365 de formulación negativa. Esta pregunta de buena fe, tenía cierta razón de ser, dado el gran numero de preceptos y tradiciones existentes en el tiempo de Jesús.

La respuesta de Jesús fue: “El primero es: ‘Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser’. El segundo es éste: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. No hay mandamiento mayor que éstos”. Jesús no cita el Decálogo sino el “Chemá Israel” (Escucha, Israel: Deuteronomio 6, 4-5). Este texto constituía la oración privilegiada del devocionario judaico. Por otra parte, es interesante notar que el escriba le hizo una pregunta en singular, no en plural: Cuál es el mandamiento… No, cuáles son los mandamientos… pero Jesús le responde en plural, más aún, con un binomio inseparable: el amor a Dios y al prójimo. Es que San Juan nos lo dice muy bien: “Si alguien dice: ‘yo amo a Dios’, pero tuviera odio al hermano, ese sería un mentiroso; pues aquel que no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. Y nosotros recibimos de él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano” (1 Juan 4, 20-21).

Actualmente, percibimos en el ambiente familiar, social, laboral y hasta eclesial, realidades adversas al amor, como: ausencia de amor, mal interpretación del concepto amor, manipulación del amor, lo cual viene a afectar las diversas facetas de la vida. Por eso bien dice Benedicto XVI: “El término amor es una de las palabras hoy en día más usadas, pero también de las más abusadas” (Deus Caritas est). Se dice que el amor consiste en desear el bien al otro, pero no es solo un deseo como mero sentimiento o solo por fingir buena intención, sino en buscar la superación del otro, la realización personal del otro, el crecimiento humano, espiritual, cristiano de otro. Dios es el Sumo Bien, nos lo dice Santo Tomás de Aquino, y si nosotros estamos unidos a Dios, estamos dejándonos amar por Él y al mismo tiempo, respondiendo a su amor, y en esto consiste nuestro máximo bien: dejarnos amar por Dios y corresponderle a su amor, por eso, el amor es reciproco: yo te amo porque tu me amas. Ahora bien, si realmente hemos llegado a esa comprensión y a esa relación con Dios, lo demostraremos o reflejaremos con el prójimo, o sea, con el cercano, con la otra persona.

DÉCIMO PRIMER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
CICLO "B"


EL REINO DE DIOS:
ELECCIÓN DE LO PEQUEÑO CON VISTAS A SER GRANDE

El lunes 28 de mayo de 2012 se reanudó el tiempo ordinario (semana VIII), pero los domingos sucesivos han estado marcados por dos solemnidades (Santísima Trinidad y Corpus Christi), ahora, décimo primer domingo del tiempo ordinario, se medita en si las lecturas correspondientes a este amplio tiempo litúrgico. 

San Marcos 4, 26-34

«También decía: "El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. Y cuando el fruto lo admite, en seguida se le mete la hoz, porque ha llegado la siega".

Decía también: "¿Con qué compararemos el Reino de Dios o con qué parábola lo expondremos? Es como un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es más pequeña que cualquier semilla que se siembra en la tierra; pero una vez sembrada, crece y se hace mayor que todas las hortalizas y echa ramas tan grandes que las aves del cielo anidan a su sombra". Y les anunciaba la Palabra con muchas parábolas como éstas, según podían entenderle; no les hablaba sin parábolas; pero a sus propios discípulos se lo explicaba todo en privado». En dicho texto evangélico, Jesús explica el misterio del Reino de Dios mediante dos parábolas: el Reino de Dios es como un grano de trigo echado en la tierra, que brota y crece hasta que, sin saber cómo, llega a ser trigo abun­dante; el Reino de Dios es como un grano de mostaza, que siendo la más pequeña de las semillas, crece hasta hacerse la mayor de las hortalizas, de modo que las aves del cielo anidan en sus ramas.

En Tierra Santa crecen varios tipos de plantas de mostaza, ya sea silvestres como la mostaza de campo,Sinapis arvensis, y la mostaza blanca, S. alba, o cultivadas, como la mostaza negra (ajenabe), S. nigra, de las cuales esta última parece ser la mencionada en el Evangelio. Nuestro Señor compara el Reino de Dios a un grano de mostaza , un término familiar para denotar la cosa más pequeña posible (cf. Talmud Jerus. Peah, 7; T. Babyl. Kethub., III B), "que tomó un hombre y la sembró en su campo" y que "cuando crece es mayor que las hortalizas". El árbol de mostaza en Palestina alcanza una altura de diez pies (3.5 metros) y es el refugio favorito de jilgueros y pinzones.

Las parábolas del trigo que crece indefectiblemente y del grano de mostaza que crece hasta un árbol magnífico, destacan el crecimiento del Reino de Dios en el mundo. Jesús extiende su mirada hacia el futuro y ve que, a pesar de la modestia de los orígenes, la Iglesia crecerá y llenará el mundo (con 12 humildes y sencillos apóstoles, y otros seguidores, pero con apertura y disponibilidad al servicio del Reino de Dios). Sólo dentro de la Iglesia de Cristo tenemos expe­riencia del Reino de Dios.

Si nos preguntamos: ¿Qué es el Reino de Dios?, el Beato Juan Pablo II nos lo responde en su Encíclica "Redemptoris Missio": «El Reino de Dios no es un concepto, no es una doctrina, no es un programa sujeto a libre elaboración; el Reino de Dios es ante todo una persona, que tiene el rostro y el nombre de Jesús de Nazaret, imagen del Dios invisible» (n. 18) Por eso es que se puede encontrar sólo dentro de la Iglesia. Es que «la luz de los pueblos, que es Cristo, resplan­dece sobre la faz de la Iglesia», como leemos en la Lumen Gentium.

Las parábolas del crecimiento del Reino de Dios deberían ser suficientes para comprender que Jesucristo es el Señor de la historia. No es necesario tener fe para entender que aquí hay una auténtica profecía, demos una panorámica sobre el Reino de Dios en la historia humana y para mayor convicción, por supuesto se puede hacer un razonamiento en torno a ello. Esta ense­ñanza fue propuesta por Jesús alrededor del año 30 de nuestra era y fue registrada por escrito en el Evangelio de San Marcos no después del año 70 (en realidad, mucho an­tes). A la luz del desarrollo posterior y de la situación actual del cristianismo en el mundo, cualquier persona inteligente debe reconocer que Jesús fue de una clarivi­dencia extraordinaria. Él anunció este desarrollo de su Iglesia cuando nada hacía preverlo y cuando nadie lo habría imaginado. Al contrario, todo hacía suponer que ese movimiento había sido sofocado con la muerte de Jesús en la cruz, más aún, las autoridades judías intentaron terminar con esa realidad antes sus ojos (Mateo 20, 11-15). 

En fin, considero las palabras del  rabino Gamaliel como el criterio objetivo a seguir. En un momento en que los seguidores de Jesús eran un minúsculo grupo, aconsejó al tribunal judío: «'Desentendeos de estos hombres y dejadlos. Porque si esta idea o esta obra es de los hombres, se destrui­rá; pero si es de Dios, no conseguiréis destruirlos. No sea que os encontréis luchando contra Dios'. Todos aceptaron su parecer» (Hch 5,38-39). La historia ha registrado numero­sos episodios de persecución; pero no han conseguido destruir la Iglesia. Incluso, Benedicto XVI ha dicho que los enemigos de la Iglesia están dentro de Ella., u aun así el proyecto del Reino sigue adelante. Realmente, hay pruebas, datos, circunstancias, acontecimientos que conducen a una afirmación sensata sobre la Iglesia como obra de Dios. Hasta parece terquedad el estar contradiciendo algo tan evidente. 

PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL:

- Como cristiano, ¿estás esforzándote secundado por la gracia divina para que el Reino de Dios se desarrolle en tu interior?

- ¿Estás colaborando por la extensión del Reino de Dios? ¿De qué manera?

-  Si estás trabando en la Iglesia de acuerdo a tu vocación particular, ¿crees que el desarrollo del Reino de Dios es obra de Dios? ¿si ves frutos te entra la tentación de pensar que todo es gracias solo a tu esfuerzo, capacidades o cualidades personales?


- Ante las decepciones provocadas por ciertas situaciones negativas en la Iglesia, ¿dudas de  la veracidad sobre la fundación y desarrollo de dicha institución divina-.humana? 




SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO

Primera lectura: Daniel 7, 13-14
Salmo: 92, 1-2. 5
Segunda lectura: Apocalipsis 1, 5-8
Evangelio: Juan 18, 33-37



Queridos hermanos y hermanas:

En este último domingo del año litúrgico celebramos la solemnidad de Jesucristo, Rey del universo, una fiesta de institución relativamente reciente, pero que tiene profundas raíces bíblicas y teológicas. El título de "rey", referido a Jesús, es muy importante en los Evangelios y permite dar una lectura completa de su figura y de su misión de salvación. Se puede observar una progresión al respecto: se parte de la expresión "rey de Israel" y se llega a la de rey universal, Señor del cosmos y de la historia; por lo tanto, mucho más allá de las expectativas del pueblo judío. En el centro de este itinerario de revelación de la realeza de Jesucristo está, una vez más, el misterio de su muerte y resurrección. Cuando crucificaron a Jesús, los sacerdotes, los escribas y los ancianos se burlaban de él diciendo: "Es el rey de Israel: que baje ahora de la cruz y creeremos en él" (Mt 27, 42). En realidad, precisamente porque era el Hijo de Dios, Jesús se entregó libremente a su pasión, y la cruz es el signo paradójico de su realeza, que consiste en la voluntad de amor de Dios Padre por encima de la desobediencia del pecado. Precisamente ofreciéndose a sí mismo en el sacrificio de expiación Jesús se convierte en el Rey del universo, como declarará él mismo al aparecerse a los Apóstoles después de la resurrección: "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra." (Mt28, 18).

Pero, ¿en qué consiste el "poder" de Jesucristo Rey? No es el poder de los reyes y de los grandes de este mundo; es el poder divino de dar la vida eterna, de librar del mal, de vencer el dominio de la muerte. Es el poder del Amor, que sabe sacar el bien del mal, ablandar un corazón endurecido, llevar la paz al conflicto más violento, encender la esperanza en la oscuridad más densa. Este Reino de la gracia nunca se impone y siempre respeta nuestra libertad. Cristo vino "para dar testimonio de la verdad" (Jn 18, 37) —como declaró ante Pilato—: quien acoge su testimonio se pone bajo su "bandera", según la imagen que gustaba a san Ignacio de Loyola. Por lo tanto, es necesario —esto sí— que cada conciencia elija: ¿a quién quiero seguir? ¿A Dios o al maligno? ¿La verdad o la mentira? Elegir a Cristo no garantiza el éxito según los criterios del mundo, pero asegura la paz y la alegría que sólo él puede dar. Lo demuestra, en todas las épocas, la experiencia de muchos hombres y mujeres que, en nombre de Cristo, en nombre de la verdad y de la justicia, han sabido oponerse a los halagos de los poderes terrenos con sus diversas máscaras, hasta sellar su fidelidad con el martirio.


Queridos hermanos y hermanas, cuando el ángel Gabriel llevó el anuncio a María, le predijo que su Hijo heredaría el trono de David y reinaría para siempre (cf. Lc 1, 32-33). Y la Virgen santísima creyó antes de darlo al mundo. Sin duda se preguntó qué nuevo tipo de realeza sería la de Jesús, y lo comprendió escuchando sus palabras y sobre todo participando íntimamente en el misterio de su muerte en la cruz y de su resurrección. Pidamos a María que nos ayude también a nosotros a seguir a Jesús, nuestro Rey, como hizo ella, y a dar testimonio de él con toda nuestra existencia.

1 comentario:

Unknown dijo...


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