BLOG PERSONAL E INDEPENDIENTE

HOMILÍAS. CICLO "C"

TIEMPO ORDINARIO


DOMINGO XIV




Primera lectura: Isaías 66, 10-14c
Salmo: 65, 1b-3a.4-7a.16.20
Segundo lectura: Gálatas 6, 14-18
Evangelio: Lucas 10, 1-12.17-20


En primer lugar, felices fiestas!! Tanto para los que son de Navarra, como para los que vivimos o estamos "de paso" por Navarra. 

Podríamos decir que las lecturas del domingo pasado tenían como tema central "la vocación", en su doble dimensión: universal y particular. Mientras que las lecturas para este domingo están más enfocadas en la misión, aunque hemos de afirmar que vocación y misión están entrelazadas. La Sagrada Escritura nos revela que, cuando Dios llama, confiere una misión determinada: Dios siempre llama a alguien para algo (cfr. Génesis 12,1-2; Éxodo 3,4-10; Isaías 6,1-10; Romanos 1,1; Gálatas 1,15-16). El concepto de vocación incluye el de misión: toda vocación comporta una misión concreta (Cfr. Juan Pablo II, Redemptoris missio, 7-XII-1990, n. 2).

Jesucristo, el primer y más grande misionero del Padre, el fundador de nuestra Iglesia, desde un inicio la quiso misionera. Como bien señala el Decreto del Concilio Vaticano II titulado "Lumen Gentium", en el numeral 2: "La Iglesia peregrinante es misionera por su naturaleza, puesto que toma su origen de la misión del Hijo y del Espíritu Santo, según el designio de Dios Padre". Por eso, el Papa Francisco ha insistido en que quiere una "Iglesia en salida", pero es porque nuestro Señor Jesucristo así la diseñó. Es posible que tú te estés preguntando: y qué significa que la Iglesia es misionera? Qué significa eso de "Iglesia en salida"? Pues, la respuesta la tenemos en el Evangelio para este día, tomado de Lucas 10, 1-20: "Ir a todos los pueblos y lugares donde pensaba ir Él (Jesús)... y díganles: el Reino de Dios ha llegado a vosotros". La Iglesia, por tanto, nació, fue fundada para llevar la Palabra de Dios, la única Palabra que te puede brindar esa felicidad plena que no logras encontrar en otra parte, es la única Palabra que puede concederte la  la salvación definitiva.  

Las personas de este siglo XXI estamos muy deslumbradas por los avances de la ciencia experimental, la tecnología y la medicina. Y quizá esta sea la causa de que mucha gente ya vea como innecesaria e inservible la Palabra de Dios en sus vidas, porque ven en la ciencia, la tecnología y la medicina la solución a sus problemas. Por ejemplo, en el evangelio de hoy los discípulos están contentos porque han podido sanar enfermos con el poder de Dios. Hoy en día, la medicina ha logrado curar enfermedades que hace siglos era impensable.  O para situaciones irregulares se recurría más al cura, ahora se prefiere mucho más ir al psicólogo (lo cual no está mal), al dictamen de las cartas, etc.  Ante eso surge una pregunta, la cual no se si los jóvenes se la harán: ¿las personas del siglo XXI necesitamos a Dios? ¿Necesitamos su Palabra, su Evangelio, la Biblia?.. Pues, si somos muy críticos veremos que muchas cosas no andan bien. Nos estamos elogiando de algunas situaciones presentes tenidas por progreso, pero que en verdad, están comprometiendo seriamente el futuro de esta nación.  Solo por poner dos ejemplos de una gran cantidad. Varios analistas, sociólogos y periodistas de este país se están preguntando: Por qué se están dando tantas violaciones en grupo? Por otra parte, los noticieros con frecuencia están hablando de la preocupante despoblación. España se está vaciando!!... Es que realmente cuando se quita a Dios y sus sabios mandatos de enmedio, ya solo importa saciar el egoísmo personal y social, y eliminar a quien nos pueda estorbar. 

Las lecturas de este dia, sobretodo la del Evangelio, nos viene como "anillo al dedo", porque hoy celebramos a San Fermín. Sin este santo, no se entienden las fiestas mundialmente famosas de Pamplona. La ciudad de Pamplona, como también la comunidad foral de Navarra, están cimentadas en labor misionera y en la sangre derramada por este santo obispo. San Fermín entendió qué vale la pena entregar la vida por causa del Reino de Dios. Este es el verdadero significado de amor: desear que las otras personas tengan una vida mejor, que sean felices; y esto solo es posible si estamos "conectados" a Dios. 

Permítanme compartirles un comentario más personal. Desde niño yo ya veía por la televisión los encierros. Las fiestas de San Fermín son muy famosas, muy conocidas. Pero ahora que he tenido la oportunidad de meterme en el ambiente, veo muchas mas detalles, es decir, los sanfermines van más allá de los toros. Una de las cosas que más me ha gustado y admirado es ver como disfrutan la personas en familia. Ver a mamá, papá, con sus niños. A cada momento "las crías" están expresándoles a sus papás lo bien que la están pasando. Esa alegría en familia no tiene precio. Diganme hermanos y hermanas: Que serían los sanfermines sin la presencia de familias enteras!!  

Que la Virgen María, que San Fermín, nos ayuden a comprender que la vida no se reduce a vivir solamente mi presente, sino también a dejar un futuro sólido para que los vendrán después de nosotros, y para esto es absolutamente necesario volver a las raíces cristianas, no arrancarlas ni despreciarlas. He aquí nuestra misión. 

7-Julio-2019
Parroquia de "San Blas" (Burlada, Navarra)


                                         DOMINGO XVI


Primera lectura: Genesis 18, 1-10a
Salmo: 14, 2-5
Segundo lectura: Colosenses 1, 24-28
Evangelio: Lucas 10, 38-42

Entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Ésta tenía una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. 

Por el modo de relatar de Lucas parece que Marta, María y Jesús no son aun amigos, sino que sería como una especie de visita evangelizadora que andaba haciendo Jesús, y que en la casa de estas hermanas fue recibido. ¡Que bendición tener dentro de la casa al Misionero del Padre!... Pero, también, lo más probable es que ya lo esperaban, puesto que María se sentó a sus pies, y la otra hermana estaba absorta con los preparativos. Para los dos era importante Jesús; las dos se consideraban dichosas de tenerlo en su casa. 

No me hago la idea de que María fuera haragana o evasora de responsabilidades, sino que ella comprendió -con conocimiento de causa o por intuición- de que tenía al Mesías prometido "aquí y ahora", y por lo tanto, cada segundo contaba. El Señor luego seguirá su camino, por eso había que aprovecharlo al máximo, teniendo en cuenta que El había hecho tiempo para ellas. El Resucitado que no esta limitado por espacio-tiempo tiene tiempo para todos nosotros. 

María escuchaba su palabra. "¡Nadie ha hablado nunca como ese hombre!" (San Juan 7, 46); "Sus palabras son espíritu y vida" (San Juan 6, 63); "Señor ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios" (San Juan 6, 68). !Como no escuchar a Jesús! Hermano y hermana, amigo y amiga, te propongo dos preguntas para que reflexiones:

    1. ¿Para ti las palabras de Jesucristo son prioritarias? o ¿son las que menos escuchas en el día a día?

    2. ¿Crees que vale la pena escuchar a Jesús?, y, si afirmas que vale la pena ¿Cuánto tiempo le dedicas en la semana a escuchar, meditar y estudiar sus palabras?

Y Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio, hasta que se paró y dijo: "Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano". Pero el Señor le contestó: Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; solo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán". 

En las casas se dan reclamos entre hermanos ante los papás porque no todos asumen las responsabilidades, al párroco le llevan las quejas por ciertos hermanos que no responden al accionar pastoral, al jefe le reclaman porque no todos trabajan igual y ganan lo mismo... El Señor con serenidad, sabiduría y sencillez (sin razonamientos) le hace ver a María que su hermana ha hecho la mejor elección: aprovechar el tiempo para escucharlo a Él. Imagino a Jesús despreocupado por el tipo de comida que le darán o por ser recibido en una casa reluciente. Él ha ido donde esas hermanas para ser su alimento: "Trabajen no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre" (San Juan 6, 27). 

Por otra parte, se ha de evitar condenar a Marta, tachándola de activista y materialista, puesto que ella actuó de buena con fe y con buena intención, simplemente le falto llegar a la claridad que alcanzó su hermana. El Papa Emérito Benedicto XVI nos ofrece un rico comentario al respecto: "La palabra de Cristo es clarísima: ningún desprecio por la vida activa, ni mucho menos por la generosa hospitalidad; sino una llamada clara al hecho de que lo único verdaderamente necesario es otra cosa: escuchar la Palabra del Señor; y el Señor en aquel momento está allí, ¡presente en la Persona de Jesús! Todo lo demás pasará y se nos quitará, pero la Palabra de Dios es eterna y da sentido a nuestra actividad cotidiana.

…la persona humana tiene necesidad de Dios, que es luz interior de amor y de verdad. Sin amor, hasta las actividades más importantes pierden valor y no dan alegría. Sin un significado profundo, toda nuestra acción se reduce a activismo estéril y desordenado. Y ¿Quién nos da el amor y la verdad sino Jesucristo? Por eso aprendamos, hermanos, a ayudarnos los unos a los otros, a colaborar; pero antes aún a elegir juntos la parte mejor, que es y será siempre nuestro mayor bien" (18 de julio de 2010). La elección de esa mejor parte es la que nos impulsa a entregarnos más o del todo, a hacernos caridad y generosidad. 

Oportunamente bien podemos citar a San Benito de Nursia con su clásica frase: Ora et labora. Los cristianos tenemos que ser Marta y María al mismo tiempo, ni solo trabajo ni solo oración. 


DOMINGO XVIII


Queridos hermanos y hermanas, en esta Santa Misa correspondiente al Domingo XVIII del tiempo ordinario, ciclo “C”, tenemos en cuenta las siguientes intenciones y celebraciones: En primer lugar, con esta Eucaristía abrimos formalmente el sexto festival del Maíz, en nuestra Parroquia “El Calvario”, San Vicente. En segundo lugar, nos unimos a la clausura de la XXXI Jornada Mundial de la Juventud, en Cracovia, Polonia, pedimos por los frutos de esta celebración, en la cual está presente nuestro obispo y representantes de nuestro país. Por último, ahora es el día de san Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, los jesuitas, cuyo lema principal es: “En todo amar y servir para la mayor gloria de Dios”, encomendamos por ello también, al Papa Francisco, quien es jesuita.

Hoy en la liturgia resuena la palabra provocadora de Qoèlet: « ¡Vanidad de vanidades; todo es vanidad!» (1, 2), también se puede traducir por “ilusión de ilusiones”. “Este término, que es frecuente, puede referirse tanto al carácter ilusorio de las cosas y la decepción que ellas proporcionan a las personas, como el hecho de la personas que no perciben el sentido global de la realidad que la envuelve, que gira a su alrededor” (Biblia Sagrada, Franciscanos capuchinos, 2002).

En el Evangelio de este domingo, la enseñanza de Jesús se refiere precisamente a la verdadera sabiduría, la cual distingue la verdad de la falsedad, la ilusión de lo real, lo frágil de lo sólido, y está introducida por la petición de uno entre la multitud: «Maestro, di a mi hermano que reparta conmigo la herencia» (Lc 12, 13). Jesús, respondiendo: “Amigo, quien me ha puesto como juez en la distribución de la herencia?, advierte a quienes le oyen sobre la codicia de los bienes terrenos con la parábola del rico necio, quien, habiendo acumulado para él una abundante cosecha, deja de trabajar, consume sus bienes divirtiéndose y se hace la ilusión hasta de poder alejar la muerte. «Pero Dios le dijo: “¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán?”» (Lc 12, 20). Y dirigiéndose a la multitud, dijo: “Eviten toda clase de avaricia, porque el alma del hombre no depende de la abundancia de los bienes que posea”. Palabras precisas y contundentes del Maestro.

La avaricia es uno de los pecados capitales, está prohibido por el noveno y décimo mandamiento. (CIC 2514, 2534). Es importante en la vida del cristiano saber sobre este mal, para no caer en la insensatez, en la imprudencia y en la necedad.

Recordemos que el Señor también nos dice: El que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser discípulo mío (Lc 14,33) y en el Catecismo Católico (n. 2536) se dice que el décimo mandamiento proscribe la avaricia y el deseo de una apropiación inmoderada de los bienes terrenos. Prohíbe el deseo desordenado nacido de la pasión inmoderada de las riquezas y de su poder. Prohíbe también el deseo de cometer una injusticia mediante la cual se dañaría al prójimo en sus bienes temporales:

Ayer aparecía en los noticieros, el caso de un ex diputado suplente, servidor público del pueblo, el cual fue condenado por haber lavado unos de 20 millones de dólares que provenían del narcotráfico, incluidos su mujer e hijo. Cuando la Ley nos dice: "No codiciarás", nos dice, en otros términos, que apartemos nuestros deseos de todo lo que no nos pertenece. Porque la sed del bien del prójimo es inmensa, infinita y jamás saciada, como está escrito: "El ojo del avaro no se satisface con su suerte" (Si 14,9) (Catec. R. 3,37) (1 Co 6,10). "No robarás" (Dt 5,19). "Ni los ladrones, ni los avaros...ni los rapaces heredarán el Reino de Dios"  (CC 2450).

La avaricia es el afán excesivo de poseer y de adquirir riquezas para atesorarlas o la Inclinación o deseo desordenado de placeres o de posesiones.

“La avaricia (del latín "avarus", "codicioso", "ansiar") es el ansia o deseo desordenado y excesivo por la riqueza. Su especial malicia, ampliamente hablando, consiste en conseguir y mantener dinero, propiedades, y demás, con el solo propósito de vivir para eso”.

Nadie es eterno en el mundo dice una canción. Qué triste cuando se cae en el pensamiento y actitud del rico: ¡Que hago con tanto!! Cuando hay tantas penurias ajenas y validas por solventar, acciones que enriquecerían plenamente al dador generoso y creativo. En la sociedad tenemos disparidad, mientras unos abundan y hasta rebalsan en lo material, otros solo ellos saben cómo sobreviven el día a día. Da coraje escuchar a los funcionarios políticos hablar sobre la falta de dinero en el país y buscar soluciones, cuando sus sueldos, los de los suplentes y ahí a saber qué otras cosas más, bien podrían ser reguladas para nivelar la disparidad socioeconómica latente. El egoísmo cierra el horizonte y enferma la mente y el corazón. La generosidad y solidaridad enriquecen la vida y se gana espacio para la eternidad.

El miércoles 27 de julio, en los noticieros también sonó el caso de una familia salvadoreña, quienes fueron detenidos bajo cargos de lavar unos $18 millones de dólares entre el 2008 y 2014. “Hasta el 2008, los detenidos vivían en casas humildes, adobes, una mezcla de tierra y paja, mientras en la actualidad la Fiscalía les ha intervenido al menos ocho grandes residencias en las que se podía observar artículos de lujo y mucha ostentación en la forma en que vivían”. Digamos que esta familia tenía la intención de la familia salvadoreña común: salir adelante, buscar mejorar el nivel de vida, obtener mejores ingresos económicos. La intención es una y los mecanismos para lograr los objetivos es otra. Esta familia no fue a buscar ese vivir mejor fuera del país, como muchos lo están intentando diariamente, sino que lo buscó adentro. Por lo visto vivieron bien materialmente unos años, pero como el mecanismo usado para potenciar el nivel de vida material y el pecado de la codicia y avaricia se hicieron presentes, pues se perdió todo lo adquirido con el lavado del dinero y peor aún, se perdió la libertad, la cual se tenía cuando eran pobres. Para muchos la pobreza es una maldición, es una desgracia, y hay que destruirla. Dice Santo Tomás: El ser humano quiere poseerlo todo para tener la impresión de que se pertenece a sí mismo de una manera absoluta. La avaricia es un pecado contra la caridad y la justicia. Es la raíz de muchas otras actitudes: perfidia, fraude, perjurio, endurecimiento del corazón.

La avaricia sobrepasa la precaución y la prudencia; es un vicio espiritual. La avaricia es la enfermedad del ahorro.

Teólogos y científicos han observado la psicología del avaro y han comprendido la perversión moral y psicológica de tal hombre. El avaro se aparta de los demás, se encierra en sí mismo y se impone una austeridad que va incluso en contra de sus necesidades vitales. Come menos de lo necesario, pierde horas de sueño (para velar su fortuna), vive en la obsesión del robo o del incendio.

El Evangelio (Mt, 6,24) dice “Nadie puede servir a dos patrones: necesariamente odiará a uno y amará al otro, o bien cuidará al primero y despreciará al otro. Ustedes no pueden servir al mismo tiempo a Dios y al Dinero”.

De acuerdo a este relato, el personaje de la parábola es un rico que, tras haber obtenido una abundante cosecha, decide almacenarla en unos nuevos y grandiosos graneros, saboreando ya el placer tanto de poseer muchos bienes como de disponer de muchos años para gozarlos alegremente. Sin embargo, Dios le despierta de su estupidez haciéndole consciente de que no es él el dueño de su vida y de que, de un momento a otro (siempre muy pronto), será llamado a entregarla al Señor.

El Señor nos quiere hacer ver que quien piensa en acumular bienes para enriquecerse en vistas a un interés sólo personal es un insensato, porque es ante Dios, realizando el precepto del amor, como se enriquece el hombre. En efecto, sólo dando es como nos enriquecemos del amor de Dios y de su premio eterno.

Jesús nos ha recomendado que no acumulemos tesoros en la tierra, sino en el cielo, y nos ha hecho conscientes de que allí donde consideremos que está nuestro tesoro, allí estará constantemente nuestro corazón (cf. Mateo 6,19 ss). En consecuencia, es importante que, especialmente en las profundidades del corazón, nos mantengamos libres de los “apetitos de la carne” que nos llevan a este desordenado instinto de la ambición.

Por otra parte, el 31 de julio de 2011, se celebró en esta Parroquia el primer festival del maíz, con la intención de dar gracias a Dios por el maíz y sus derivados, y en palabras del Beato Monseñor Romero: “Ese producto que es base de nuestra alimentación (el maíz) no falte en ninguno de nuestros hogares. Y que esa iniciativa de aprovechar hasta los desperdicios del maíz en obras, en industrias nacionales muy artísticas (el olote, la tuza, etc.); pues es un gesto de lo que puede ser una comunidad cuando, además del evangelio, trata también de promoverse en lo material” (1978). También, homenajeamos a los hermanos agricultores, las personas que laboran en el campo, en este contexto hago presentes las palabras del Papa San Juan Pablo II a los campesinos “Ustedes, campesinos, cumplen cabalmente el mandato del Señor de cultivar la tierra para que produzca los alimentos necesarios al sustento de todos. ¡Cuántos de ustedes pasan toda la vida sometidos al duro trabajo del campo, recibiendo quizás salarios insuficientes, sin la esperanza de conseguir un día un pedazo de tierra en propiedad, con problemas de vivienda, de inseguridad social, preocupados por el porvenir de sus hijos! Y los que son pequeños propietarios, ¡cuántas dificultades deben de afrontar para obtener créditos suficientes con intereses moderados, cuántos riesgos hasta llevar la cosecha a buen término, cuántas dificultades para conseguir una mejor capacitación agrícola!

Ante este panorama, a muchos asalta la tentación seductora de marcharse a la ciudad o fuera del país donde, por desgracia, se verán obligados a aceptar condiciones de vida todavía más deshumanizantes.

La solución a los nuevos problemas del campo requiere la colaboración solidaria de todos los sectores de la sociedad.  No es justo que intereses de grupos, no tengan en cuenta las exigencias del bien común ni las necesidades cada día más insoslayables de los campesinos, y pongan la ganancia a toda costa como única meta a conseguir” (México 1990).

Con la asistencia del Espíritu Santo, utilicemos los bienes que poseamos para la glorificación de Dios a través del servicio al prójimo. Ave María Purísima!!


DOMINGO XIX



Primera lectura: Sabiduría 18, 6-9
Salmo: 32, 1.12.18-20.22
Segundo lectura: Hebreos 11,1-2.8-19
Evangelio: Lucas 12, 32-48

El Evangelio de este domingo nos habla del deseo del encuentro definitivo con Cristo, un deseo que nos hace estar siempre preparados, con el espíritu en vela, porque esperamos este encuentro con todo el corazón, con todo lo que somos. “Estén listos, con la túnica puesta y las lámparas encendidas. Sean semejantes a los criados que están esperando a que su Señor regrese de la boda, para abrirle en cuando llegue y toque. Dichosos aquellos a quienes su Señor, al llegar, encuentre en vela”. Y la segunda carta a los hebreos 11, 1 dice: “La fe es la forma de poseer, ya desde ahora, lo que se espera y de conocer las realidades que no se ven”. Este es un aspecto fundamental de la vida. Existe un deseo que todos nosotros, sea explícito u oculto, tenemos en el corazón. Todos nosotros tenemos este deseo en el corazón.

Esta enseñanza de Jesús también es importante verla en el contexto concreto, existencial en el que la transmitió. El evangelista Lucas nos presenta a Jesús caminando con sus discípulos hacia Jerusalén, hacia su futura Pascua, y en este camino los instruye confiándoles lo que Él mismo lleva en el corazón. “No temas, rebañito mío, porque tu Padre ha tenido a bien darte el Reino. Vendan sus bienes y den limosnas. Consíganse unas bolsas que no se destruyan y acumulen en el cielo un tesoro que no se acaba, allá donde no llega el ladrón, ni carcome la polilla. Porque donde está tu tesoro, ahí estará tu corazón”. Este Evangelio quiere decirnos que el cristiano es alguien que lleva dentro de sí un deseo grande, un deseo profundo: el de encontrarse con su Señor junto a los hermanos, a los compañeros de camino. Y esto se resume en: «Donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón» (Lucas 12, 34). El corazón que desea. Todos nosotros tenemos un deseo. Pobre quien no tiene el deseo de seguir adelante, de trascender, de ir hacia el horizonte. Por eso vamos a Misa y nos confesamos, porque deseamos estar bien con Dios, deseamos estar en gracia, deseamos confiar en su Palabra, deseamos fortalecer nuestra espiritualidad cristiana, y así llegar victoriosos a la unión con Él en la próxima y definitiva vida. 

Lanzo dos preguntas. La primera: todos ustedes, ¿tienen un corazón que desea lo mejor, la ansiada felicidad? Revisen y respondan en el silencio íntimo de su corazón... Entonces, ¿tienes un corazón que desea, o tienes un corazón cerrado,un corazón adormecido, un corazón anestesiado o "alineado"? Dice san Lucas 13, 18 sobre la semilla lanzada por el sembrador: “El que fue sembrado entre espinos, éste es el que oye la palabra, pero el afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y se hace infructuosa”.Y la segunda pregunta: ¿Dónde está tu tesoro? —porque Jesús nos dijo: Dónde está vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón—. Es decir: ¿Cuál es para ti la realidad más importante, más valiosa, la realidad que atrae tu corazón como un poderoso imán?, ¿a qué te cuesta ponerle resistencia?,¿qué es lo que más consume tu atención y empeño?, ¿se puede decir que es el amor de Dios? ¿Están las ganas de hacer el bien a los demás, de vivir para el Señor?, ¿estás siempre disponible a ayudar con lo que posees a quien te necesite o necesite sin pedirtelo?, ¿se puede decir esto?, ¿amar a Dios sobre todas las cosas esta como primer lugar en tu corazón? El tesoro simboliza lo más valioso entre muchas cosas valiosas, aquello por lo cual se está decidido sacrificar mucho o todo por conseguirlo, es aquello que inquieta el espíritu humano. La invitación, por consiguiente, está clara: Dios, Jesucristo y su Evangelio ha de ser nuestro máximo tesoro. La avaricia, la codicia, la corrupción en todas sus  incontables acepciones, un vicio, la lujuria, quieren ocupar ese lugar que le corresponde solo a Dios, por ello, les llamamos ídolos, pequeños dioses, tesoritos falsos, aunque atractivos y esclavizantes.

“Pero alguien puede decirme: Padre, pero yo soy uno que trabaja, que tiene familia, para mí la realidad más importante es sacar adelante a mi familia, el trabajo... Cierto, es verdad, es importante. Pero, ¿cuál es la fuerza que mantiene unida a la familia? Es precisamente el amor, y quien siembra el amor en nuestro corazón es Dios, el amor de Dios, es precisamente el amor de Dios quien da sentido a los pequeños compromisos cotidianos e incluso ayuda a afrontar las grandes pruebas. Este es el verdadero tesoro del hombre. Seguir adelante en la vida con amor, con ese amor que el Señor sembró en el corazón, con el amor de Dios. Este es el verdadero tesoro. Pero el amor de Dios, ¿qué es? No es algo vago, un sentimiento genérico. El amor de Dios tiene un nombre y un rostro: Jesucristo, Jesús. El amor de Dios se manifiesta en Jesús. Porque nosotros no podemos amar el aire... ¿Amamos el aire? ¿Amamos el todo? No, no se puede, amamos a personas, y la persona que nosotros amamos es Jesús, el regalo del Padre entre nosotros. Es un amor que da valor y belleza a todo lo demás; un amor que da fuerza a la familia, al trabajo, al estudio, a la amistad, al arte, a toda actividad humana (la lucha por la justicia). Y da sentido también a las experiencias negativas, porque este amor nos permite ir más allá de estas experiencias, ir más allá, no permanecer prisioneros del mal, sino que nos hace ir más allá, nos abre siempre a la esperanza. He aquí que el amor de Dios en Jesús siempre nos abre a la esperanza, al horizonte de esperanza, al horizonte final de nuestra peregrinación. Así, incluso las fatigas y las caídas encuentran un sentido. También nuestros pecados encuentran un sentido en el amor de Dios, porque este amor de Dios en Jesucristo nos perdona siempre, nos ama tanto que nos perdona siempre” (Papa Francisco 2013).

Estén listos, con la túnica puesta y sus lámparas encendidas”, es decir, estar permanentemente en gracia de Dios. Los cristianos tenemos un compromiso con la historia. El Papa Francisco le dijo a los jóvenes en la recién JMJ en Polonia: “No vinimos a este mundo a «vegetar», a pasarla cómodamente, a hacer de la vida un sofá que nos adormezca; al contrario, hemos venido a otra cosa, a dejar una huella. Es muy triste pasar por la vida sin dejar una huella.”. “Al final de la vida nos examinarán en el amor”, decía san Juan de la Cruz, y ese amor debemos hacerlo concreto día a día, en la realidad cotidiana que nos toca afrontar o en las situaciones extraordinarias que se nos llegaran a presentar.

Al que mucho se le da, se le exigirá mucho, y al que mucho se le confía, se le exigirá mucho más”. Ciertamente todos los seres humanos, pero más los cristianos, hemos recibido y seguimos recibiendo de parte de Dios, lo necesario para servirle a Él, a los otros y contribuir positivamente a nuestro alrededor. El objetivo y el fruto es buscar y suscitar la glorificación de Dios. ¿Y yo qué gano con eso ($$$)? "Bienaventurados aquellos criados a quienes el Señor, al llegar, los encuentre en vela; en verdad les digo que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y, acercándose, les irá sirviendo"... "Los ojos del Señor están puestos en quien lo teme, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre" (Salmo 32). 

Confiemos en el apoyo materno de la Virgen María, modelo de servicio cristiano y prudencia en la administración de todo lo dado por Dios. 

San Vicente, 2016




DOMINGO XX



¿Piensan acaso que he venido a traer paz a la tierra? De ningún modo. No he venido a traer la paz, sino la división” (Lucas 12, 51).

La primera lectura tomada del profeta Jeremías 38, nos narra lo sucedido durante el sitio de Jerusalén. La ciudad había sido rodeada por los babilonios para atacarla. Los jefes de Jerusalén tenían prisionero al profeta de Dios llamado Jeremías, quienes se presentaron al rey para pedir la muerte del profeta. ¿Cuáles era la razón presentada por los jefes para quitarle la vida a Jeremías? “Porque las cosas que dice este hombre desmoraliza a los guerreros que quedan en este ciudad y a todo el pueblo”, por tanto, según el juicio de los jefes, con esas palabras Jeremías no busca el bienestar del pueblo, sino su perdición. El rey Sedecias o Sedequias,  último rey de Judá antes de la destrucción de este reino a manos de los babilonios, no evaluó la petición de los jefes ni escucho a Jeremías, simplemente dijo: “Lo tienen ya en sus manos y el rey no puede nada contra ustedes”. Esto me recuerda a Jesús, a Poncio Pilato, a los sumos sacerdotes y al pueblo. Poncio Pilato quería liberar a Jesús, pero ante la presión de los demás que pedían la muerte del inocente maestro, prefirió lavarse las manos, dejar la decisión a los demás, como el rey Sedecías. Poncio Pilato tenía poder para salvar a Jesús de la crucifixión, pero eso traía consecuencias, se exponía a pedir su poder político-social, perder su cargo, su prestigio y hasta la vida.

Considero que la pregunta más importante es: ¿Que decía Jeremías para pedir su muerte? Aconsejaba no atacar a Babilonia.  «Dios dice que Jerusalén caerá definitivamente bajo el poder del ejército del rey de Babilonia. Dios dice también que los que se queden en Jerusalén morirán en la guerra, o de hambre o de enfermedad. Por el contrario, los que se entreguen a los babilonios salvarán su vida. Serán tratados como prisioneros de guerra, pero seguirán con vida» (Jeremías 38, 2-3). Por eso lo llevaron a la cárcel, por decir a la verdad, una verdad que incomoda, pero era un mensaje de parte de Dios. San Juan Bautista, Jeremías, Jesucristo, todo ellos tienen algo en común: son profetas de Dios, por supuesto, Jesús por excelencia. Siempre la verdad incómoda a los hijos de las tinieblas, del error, el libertinaje y la imprudencia. Hay personas que quieren y piden que se les predique seguido la Palabra de Dios, pero cuando se les hace ver la verdad, su verdad, el buen camino, la toma de las mejores decisiones, se incomodan, critican, porque su oscuridad, falsedad, error queda al descubierto.

Por supuesto, siempre existen personas que ven la verdad, ven más allá del grupo y con valentía defienden la justicia y a los inocentes. En este caso Ebed-Melek, el etíope, oficial de palacio, fue a ver al rey y habló a favor de Jeremías, quien estaba arrojado en un pozo, y acusó el mal hecho por los jefes. El rey lo escucho y liberó al profeta del castigo.

“El Evangelio de este domingo contiene también una palabra de Jesús que nos pone en crisis, y que se ha de explicar, porque de otro modo puede generar malentendidos. Jesús dice a los discípulos: « ¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división» (Lc 12, 51). ¿Qué significa esto? Significa que la fe no es una cosa decorativa, ornamental; vivir la fe no es decorar la vida con un poco de religión, como si fuese un pastel que se lo decora con nata. No, la fe no es esto. La fe comporta elegir a Dios como criterio- base de la vida, y Dios no es vacío, Dios no es neutro, Dios es siempre positivo, Dio es amor, y el amor es positivo. Después de que Jesús vino al mundo no se puede actuar como si no conociéramos a Dios. Como si fuese una cosa abstracta, vacía, de referencia puramente nominal; no, Dios tiene un rostro concreto, tiene un nombre: Dios es misericordia, Dios es fidelidad, es vida que se dona a todos nosotros. Por esto Jesús dice: he venido a traer división; no es que Jesús quiera dividir a los hombres entre sí, al contrario: Jesús es nuestra paz, nuestra reconciliación. Pero esta paz no es la paz de los sepulcros, no es neutralidad, Jesús no trae neutralidad, esta paz no es una componenda a cualquier precio. Seguir a Jesús comporta renunciar al mal, al egoísmo y elegir el bien, la verdad, la justicia, incluso cuando esto requiere sacrificio y renuncia a los propios intereses. Y esto sí, divide; lo sabemos, divide incluso las relaciones más cercanas. Pero atención: no es Jesús quien divide. Él pone el criterio: vivir para sí mismos, o vivir para Dios y para los demás; hacerse servir, o servir; obedecer al propio yo, u obedecer a Dios. He aquí en qué sentido Jesús es «signo de contradicción» (Lc 2, 34).

Por lo tanto, esta palabra del Evangelio no autoriza, de hecho, el uso de la fuerza para difundir la fe. Es precisamente lo contrario: la verdadera fuerza del cristiano es la fuerza de la verdad y del amor, que comporta renunciar a toda violencia. ¡Fe y violencia son incompatibles! ¡Fe y violencia son incompatibles! En cambio, fe y fortaleza van juntas. El cristiano no es violento, pero es fuerte. ¿Con qué fortaleza? La de la mansedumbre, la fuerza de la mansedumbre, la fuerza del amor.

Queridos amigos, también entre los parientes de Jesús hubo algunos que a un cierto punto no compartieron su modo de vivir y de predicar, nos lo dice el Evangelio (cf. Mc 3, 20-21). Pero su Madre lo siguió siempre fielmente, manteniendo fija la mirada de su corazón en Jesús, el Hijo del Altísimo, y en su misterio. Y al final, gracias a la fe de María, los familiares de Jesús entraron a formar parte de la primera comunidad cristiana (cf. Hch 1, 14). Pidamos a María que nos ayude también a nosotros a mantener la mirada bien fija en Jesús y a seguirle siempre, incluso cuando cuesta” (Papa Francisco, 2013), “para correr con perseverancia la carrera que tenemos por delante” (Hebreos 12, 1) .

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En el evangelio de este domingo hay una expresión de Jesús que siempre atrae nuestra atención cuando la leemos o la escuchamos, es una expresión que despierta nuestra curiosidad y por tal motivo tenemos que comprender su correcto significado. Mientras nuestro Señor Jesús va de camino hacia Jerusalén, donde le espera la muerte en cruz, le dice a sus discípulos: "¿Pensáis que he venido a traer paz al mundo? No, sino división". Y añade: "En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra" (Lucas 12, 51-53). Quien haya leído o conozca, aunque sea un poquito el evangelio de Cristo, sabe que el Evangelio, la Buena Nueva, es un mensaje de paz por excelencia; Jesús mismo, como escribe san Pablo, "es nuestra paz" (Efesios 2, 14), muerto y resucitado para derribar el muro de la enemistad e inaugurar el Reino de Dios, un Reino que es amor, alegría, justicia, paz y santidad. ¿Cómo se explican, entonces, esas palabras suyas que anuncian guerra y división? ¿A qué se refiere el Señor cuando dice —según la redacción de san Lucas— que ha venido a traer la "división", o —según la redacción de san Mateo— la "espada"? (Mateo 10, 34).

Esta expresión de Cristo significa que la paz que vino a traer no es sinónimo de simple ausencia de conflictos. Al contrario, la paz de Jesús es fruto de una lucha constante contra el mal. El combate que Jesús está decidido a librar no es contra hombres o poderes humanos, sino contra el enemigo de Dios y del hombre, contra Satanás y su perverso plan de enfriar los corazones, las familias y las sociedades. Dicho de otra manera, el pecado es el frío, el hielo, que congela a las personas, las vuelve indiferentes y contrarias a Dios, a sus mandatos, a su Iglesia; en cambio, el fuego de Jesucristo, que es el don del Espíritu Santo, derrite el hielo del pecado y enciende, ilumina las almas. Ahora sí entenderemos porque el Señor ha dicho: “He venido a prender fuego a la tierra”, ¡verdad! ¡Y cuánto deseo que ya esté ardiendo! Por consiguiente, quien quiera resistir a este enemigo permaneciendo fiel a Dios, al bien y a la verdad, debe afrontar necesariamente incomprensiones y a veces auténticas persecuciones. Nuestro Señor Jesucristo está deseoso de que todos los que nos consideramos sus discípulos, de que todos los miembros de la Iglesia Católica, incendiemos el mundo con amor, que aplaquemos el odio y las divisiones causadas por ambiciones y todo tipo de torpeza humana.

Por ello, todos los que quieran seguir a Jesús y comprometerse sin “medias tintas” en favor de la verdad, tal como lo hizo el profeta Jeremías, deben saber que encontrarán oposiciones y se convertirán, sin buscarlo, en signo de división entre las personas, incluso en el seno de sus mismas familias. De este modo, siguiendo los pasos del Señor Jesús, los cristianos se convierten en "instrumentos de su paz", según la célebre expresión de san Francisco de Asís. No de una paz inconsistente y aparente, sino real, buscada con valentía y tenacidad en el esfuerzo diario por vencer el mal con el bien (cf. Romanos 12, 21) y pagando personalmente el precio que esto implica.

En mi cuenta de twitter escribí: "La Carta a los Hebreos 12, 1-4 hace ver que la vida es un camino, el cual debe recorrerse sí o sí desde el momento que se nace. Su propuesta es que para recorrerlo y terminarlo bien, hay que "fijar los ojos en Cristo", quien premiará con la gloria eterna".

Invoquemos, pues, hermanos y hermanas a nuestra Madre la Virgen María, Reina de la paz, para que nos ayude a ser siempre testigos de la paz de Cristo, sin llegar jamás a pactar con el mal en sus diversas manifestaciones y estructuras. Qué así sea.

18-Agosto-2019
Parroquia "San Blas", Burlada (Navarra)

DOMINGO XXI

Resultado de imagen para Jesus ensenando a la gente

Primera lectura: Isaías 66, 18-21
Salmo: 116, 1-2
Segundo lectura: Hebreos 12, 5-7.11-13
Evangelio: Lucas 13, 22-30

San Lucas dice que mientras Jesús iba caminando, andando hacia Jerusalén, ciudad donde iba a entregar su vida para la redención de la humanidad, aprovechaba para enseñarle a la gente de las ciudades y aldeas que se iba encontrando en el camino. Importante detalle! Jesús aprovechaba el tiempo, "su" tiempo, para ensenar, instruir a la gente. 

De esto, surge una pregunta importantísima: ¿Por qué Jesús no pasaba de largo por las ciudades y aldeas, sino que se ponía a enseñarle a la gente? ¿Por qué se esmeraba en enseñarles? Pues, porque Jesús veía que la gente necesitaba enseñanza, instrucción, luces. Aquí la palabra clave sería "necesidad". Las acciones que emprendemos en la Iglesia Católica, en las diócesis, en las parroquias, seminarios, universidades, colegios, quieren ser una respuesta a una o a varias necesidades. Les pongo dos ejemplos muy sencillos: Todos los años se imparten clases, cursos de catecismo a los niños para que hagan la primera comunión, se les enseña, se les explica, para que ellos sepan a Quién van a recibir en la Hostia consagrada, para que distingan la Hostia de una simple galleta. ¿ven? También, se forman coros en las parroquias, para animar, solemnizar las celebraciones eucarísticas. Pero, para ello , los miembros de un coro necesitan reunirse para ensayar. Por lo tanto, repetimos, las acciones que se llevan a cabo en la Iglesia quieren responder a una necesidad, al igual como lo hizo Jesús. 

DOMINGO XXII



Queridos hermanos y hermanas:

En el Evangelio de este domingo (Lc 14, 1.7-14), encontramos a Jesús como comensal en la casa de un jefe de los fariseos. Dándose cuenta de que los invitados elegían los primeros puestos en la mesa, contó una parábola, ambientada en un banquete nupcial. «Cuando seas convidado por alguien a una boda, no te pongas en el primer puesto, no sea que haya sido convidado por él otro más distinguido que tú, y viniendo el que os convidó a ti y a él, te diga: “Deja el sitio a este”... Al contrario, cuando seas convidado, ve a sentarte en el último puesto» (Lc 14, 8-10). El Señor no pretende dar una lección de buenos modales, ni sobre la jerarquía entre las distintas autoridades. Insiste, más bien, en un punto decisivo, que es el de la humildad: «El que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado» (Lc 14, 11). Esta parábola, en un significado más profundo, hace pensar también en la postura del hombre en relación con Dios. De hecho, el «último lugar» puede representar la condición de la humanidad degradada por el pecado, condición de la que sólo la encarnación del Hijo unigénito puede elevarla. Por eso Cristo mismo «tomó el último puesto en el mundo —la cruz— y precisamente con esta humildad radical nos redimió y nos ayuda constantemente» (Deus caritas est, 35).

Al final de la parábola, Jesús sugiere al jefe de los fariseos que no invite a su mesa a sus amigos, parientes o vecinos ricos, sino a las personas más pobres y marginadas, que no tienen modo de devolverle el favor (cf. Lc 14, 13-14), para que el don sea gratuito. De hecho, la verdadera recompensa la dará al final Dios, «quien gobierna el mundo... Nosotros le ofrecemos nuestro servicio sólo en lo que podamos y mientras él nos dé fuerzas» (Deus caritas est, 35). Por tanto, una vez más vemos a Cristo como modelo de humildad y de gratuidad: de él aprendemos la paciencia en las tentaciones, la mansedumbre en las ofensas, la obediencia a Dios en el dolor, a la espera de que Aquel que nos ha invitado nos diga: «Amigo, sube más arriba» (cf. Lc 14, 10); en efecto, el verdadero bien es estar cerca de él. San Luis IX, rey de Francia —cuya memoria se celebró el pasado miércoles— puso en práctica lo que está escrito en el Libro del Sirácida: «Cuanto más grande seas, tanto más humilde debes ser, y así obtendrás el favor del Señor» (3, 18). Así escribió en el «Testamento espiritual a su hijo»: «Si el Señor te concede prosperidad, debes darle gracias con humildad y vigilar que no sea en detrimento tuyo, por vanagloria o por cualquier otro motivo, porque los dones de Dios no han de ser causa de que le ofendas» (Acta Sanctorum Augusti 5 [1868] 546).

Queridos amigos, hoy recordamos también el martirio de san Juan Bautista, el mayor entre los profetas de Cristo, que supo negarse a sí mismo para dejar espacio al Salvador y que sufrió y murió por la verdad. Pidámosle a él y a la Virgen María que nos guíen por el camino de la humildad, para llegar a ser dignos de la recompensa divina.

Benedicto XVI, 2010


DOMINGO XXV

Primera lectura: Amos 8, 4-7  
Salmo: 112, 1-2.4-6.7-8
Segundo lectura: 1 Tim 2, 1-8
Evangelio: Lucas 16, 1-13


[...] En los domingos pasados, san Lucas, el evangelista que más se preocupa de mostrar el amor que Jesús siente por los pobres, nos ha ofrecido varios puntos de reflexión sobre los peligros de un apego excesivo al dinero, a los bienes materiales y a todo lo que impide vivir en plenitud nuestra vocación y amar a Dios y a los hermanos.

También hoy, con una parábola que suscita en nosotros cierta sorpresa porque en ella se habla de un administrador injusto, al que se alaba (cf. Lc 16, 1-13), analizando a fondo, el Señor nos da una enseñanza seria y muy saludable. Como siempre, el Señor toma como punto de partida sucesos de la crónica diaria: habla de un administrador que está a punto de ser despedido por gestión fraudulenta de los negocios de su amo y, para asegurarse su futuro, con astucia trata de negociar con los deudores. Ciertamente es injusto, pero astuto: el evangelio no nos lo presenta como modelo a seguir en su injusticia, sino como ejemplo a imitar por su astucia previsora. En efecto, la breve parábola concluye con estas palabras: "El amo felicitó al administrador injusto por la astucia con que había procedido" (Lc 16, 8).

Pero, ¿qué es lo que quiere decirnos Jesús con esta parábola, con esta conclusión sorprendente? Inmediatamente después de esta parábola del administrador injusto el evangelista nos presenta una serie de dichos y advertencias sobre la relación que debemos tener con el dinero y con los bienes de esta tierra. Son pequeñas frases que invitan a una opción que supone una decisión radical, una tensión interior constante.

En verdad, la vida es siempre una opción: entre honradez e injusticia, entre fidelidad e infidelidad, entre egoísmo y altruismo, entre bien y mal. Es incisiva y perentoria la conclusión del pasaje evangélico: "Ningún siervo puede servir a dos amos: porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo". En definitiva —dice Jesús— hay que decidirse: "No podéis servir a Dios y al dinero" (Lc 16, 13). La palabra que usa para decir dinero —"mammona"— es de origen fenicio y evoca seguridad económica y éxito en los negocios. Podríamos decir que la riqueza se presenta como el ídolo al que se sacrifica todo con tal de lograr el éxito material; así, este éxito económico se convierte en el verdadero dios de una persona.

Por consiguiente, es necesaria una decisión fundamental para elegir entre Dios y "mammona"; es preciso elegir entre la lógica del lucro como criterio último de nuestra actividad y la lógica del compartir y de la solidaridad. Cuando prevalece la lógica del lucro, aumenta la desproporción entre pobres y ricos, así como una explotación dañina del planeta. Por el contrario, cuando prevalece la lógica del compartir y de la solidaridad, se puede corregir la ruta y orientarla hacia un desarrollo equitativo, para el bien común de todos.

En el fondo, se trata de la decisión entre el egoísmo y el amor, entre la justicia y la injusticia; en definitiva, entre Dios y Satanás. Si amar a Cristo y a los hermanos no se considera algo accesorio y superficial, sino más bien la finalidad verdadera y última de toda nuestra vida, es necesario saber hacer opciones fundamentales, estar dispuestos a renuncias radicales, si es preciso hasta el martirio. Hoy, como ayer, la vida del cristiano exige valentía para ir contra corriente, para amar como Jesús, que llegó incluso al sacrificio de sí mismo en la cruz.

Así pues, parafraseando una reflexión de san Agustín, podríamos decir que por medio de las riquezas terrenas debemos conseguir las verdaderas y eternas. En efecto, si existen personas dispuestas a todo tipo de injusticias con tal de obtener un bienestar material siempre aleatorio, ¡cuánto más nosotros, los cristianos, deberíamos preocuparnos de proveer a nuestra felicidad eterna con los bienes de esta tierra! (cf. Discursos 359, 10).

Ahora bien, la única manera de hacer que fructifiquen para la eternidad nuestras cualidades y capacidades personales, así como las riquezas que poseemos, es compartirlas con nuestros hermanos, siendo de este modo buenos administradores de lo que Dios nos encomienda. Dice Jesús: "El que es fiel en lo poco, lo es también en lo mucho; y el que es injusto en lo poco, también lo es en lo mucho" (Lc 16, 10).

De esa opción fundamental, que es preciso realizar cada día, también habla hoy el profeta Amós en la primera lectura. Con palabras fuertes critica un estilo de vida típico de quienes se dejan absorber por una búsqueda egoísta del lucro de todas las maneras posibles y que se traduce en afán de ganancias, en desprecio a los pobres y en explotación de su situación en beneficio propio (cf. Am 4, 5).

El cristiano debe rechazar con energía todo esto, abriendo el corazón, por el contrario, a sentimientos de auténtica generosidad. Una generosidad que, como exhorta el apóstol san Pablo en la segunda lectura, se manifiesta en un amor sincero a todos y en la oración.

En realidad, orar por los demás es un gran gesto de caridad. El Apóstol invita, en primer lugar, a orar por los que tienen cargos de responsabilidad en la comunidad civil, porque —explica— de sus decisiones, si se encaminan a realizar el bien, derivan consecuencias positivas, asegurando la paz y "una vida tranquila y apacible, con toda piedad y dignidad" para todos (1 Tm 2, 2). Por consiguiente, no debe faltar nunca nuestra oración, que es nuestra aportación espiritual a la edificación de una comunidad eclesial fiel a Cristo y a la construcción de una sociedad más justa y solidaria.

Que María nos libre de la codicia de las riquezas, y haga que, elevando al cielo manos libres y puras, demos gloria a Dios con toda nuestra vida (cf. Colecta). Amén.

DOMINGO XXXI



«Era forastero y me acogisteis; estaba desnudo y me vestisteis» (Mateo 25, 35-36). Partiendo de estas palabras del Señor Jesús, el Papa Francisco dice lo siguiente, reflexionado sobre una de las obras de misericordia corporales: “Y la otra cosa es vestir a quien está desnudo: ¿qué quiere decir si no devolver la dignidad a quien la ha perdido? Ciertamente dando vestidos a quien no tiene; pero pensemos también en las mujeres víctimas de la trata, tiradas por las calles, y demás, demasiadas maneras de usar el cuerpo humano como mercancía, incluso de los menores. Así como también no tener un trabajo, una casa, un salario justo es una forma de desnudez, o ser discriminados por la raza, por la fe; son todas formas de «desnudez», ante las cuales como cristianos estamos llamados a estar atentos, vigilantes y preparados para actuar (Audiencia General, 26 de octubre de 2016). Sinceramente, la pregunta que hizo el Papa me impactó: ¿qué quiere decir si no devolver la dignidad a quien la ha perdido? De modo corporal está claro de proporcionar vestido a quien está desnudo, no se necesita tanta explicación porque es entendible, más al vestir la desnudez como una aplicación espiritual, el Papa Francisco en su pregunta nos pone como núcleo“la dignidad”. Que cosa más hermosa: devolver la dignidad a la persona que la ha perdido. “Por haber sido hecho a imagen de Dios, el ser humano tiene la dignidad de persona; no es solamente algo, sino alguien” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 357). En los evangelios podemos encontrar textos donde Jesús devuelve la dignidad a las personas, en este escrito solo nos concentraremos en la historia de Zaqueo. La misión de la Iglesia, de los cristianos es la misma de Jesús: restituir, devolver, recobrar la dignidad en quien la ha perdido.

El Papa nos da ejemplos concretos: “pensemos también en las mujeres víctimas de la trata, tiradas por las calles, y demás, demasiadas maneras de usar el cuerpo humano como mercancía, incluso de los menores. Así como también no tener un trabajo, una casa, un salario justo es una forma de desnudez, o ser discriminados por la raza, por la fe”. Ciertamente, de cada uno de los ejemplos dados por el Papa, podemos hacer temas enteros con sus valoraciones, pero de modo general, invito a considerar las veces en que varias personas se nos han cruzado en la vida, se nos están cruzando o se nos cruzaran con la dignidad perdida, ante esta realidad, solo tenemos tres opciones: aprovecharnos de esa dignidad herida, destrozada; con madurez y espíritu cristiano ayudar a repararla, o simplemente hacernos indiferentes. Qué triste y escandaloso cuando una persona cristiana, “de iglesia” y en el peor de los casos un sacerdote, se aprovecha de esa persona con su dignidad perdida, herida, lastimada, desgarrada en su inocencia, para la satisfacción de su egoísmo; esa persona se hunde más. Debemos pedir un profundo perdón los sacerdotes y cristianos, cuando en vez de reparar hemos terminado de derrumbar lo que aún queda en pie de esa persona, imagen de Dios. Qué triste cuando contribuimos a la cadena de atropelladores de la dignidad de una persona. Horroroso ha de ser el manchar la inocencia de un ser humano.

San Lucas (19,1-10): “Jesús entró en Jericó e iba atravesando la ciudad. Vivía en ella un hombre rico llamado Zaqueo, jefe de los que cobraban impuestos para Roma. Quería conocer a Jesús, pero no conseguía verle, porque había mucha gente y Zaqueo era de baja estatura. Así que, echando a correr, se adelantó, y para alcanzar a verle se subió a un árbol junto al cual tenía que pasar Jesús. 

Al llegar allí, Jesús miró hacia arriba y le dijo: «Zaqueo, baja enseguida porque hoy he de quedarme en tu casa.» Zaqueo bajó aprisa, y con alegría recibió a Jesús. Al ver esto comenzaron todos a criticar a Jesús, diciendo que había ido a quedarse en casa de un pecador. 

Pero Zaqueo, levantándose entonces, dijo al Señor: «Mira, Señor, voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes; y si he robado algo a alguien, le devolveré cuatro veces más.» Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque este hombre también es descendiente de Abraham. Pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que se había perdido”. Jesús le restituye, le devuelve la dignidad a Zaqueo. Nos enfocamos en este texto, para relacionarlo con el Domingo XXXI del tiempo ordinario, ciclo c. 

En la tradición judeocristiana, la ciudad de Jericó es conocida como el lugar donde los israelitas retornaron de la esclavitud en Egipto, dirigidos por Josué, el sucesor de Moisés (Josué 6). En esa ciudad vivía Zaqueo. Lucas le señala tres características: rico, jefe de los publicanos, hombre de baja estatura. San Lucas no ha señalado estas características por casualidad o simple modo de escribir, pues no, hay una intención para ello.

Zaqueo era rico. Ser rico no es el problema. Cuánta gente estudia honestamente para obtener una profesión, con vistas a trabajar o trabaja duro para mejorar su nivel de vida personal y familiar. Pero, otra manera de ser rico es a base de corrupción, robo, engaño, fraude. Zaqueo cobraba para las arcas de Roma, y el ser jefe le daba más espacio para hacer algo indebido en relación al dinero. 

Jefe de publicanos. Los de «segunda clase» y como recaudadores de impuestos que abusaban de su poder (éstos eran odiados, ya que cobraban más de lo que la ley les exigía, y al estar amparados por ella, las personas no tenían defensa. Por otra parte, eran odiados por los judíos, ya que cobraban de más a su propio pueblo en beneficio de los invasores). Los publicanos eran tenidos como pecadores, y no digamos a Zaqueo por ser líder.

Era de baja estatura. Las personas formaban un muro para su visión y acercamiento a Jesús. Eran un obstáculo para el encuentro con el Señor. 

Zaqueo quería conocer a Jesús. El texto no nos dice si por curiosidad o movido por un deseo inexplicable. Aunque hay personas que la llegada del Papa a un país, un personaje de la Iglesia o un acontecimiento cultual o de religiosidad popular les da igual, a Zaqueo no. Se puede pensar que había una multitud, para que Zaqueo haya optado por subirse a un árbol. Esta actitud de Zaqueo personalmente la admiro. Un hombre que se “rebusca” por lograr su objetivo. No se rindió ni lo dejó para otra ocasión, no le importó siendo un hombre odiado por su condición de publicano, tratar de llegar hasta de Jesús en medio de la gente. “Así que, echando a correr, se adelantó, y para alcanzar a verle se subió a un árbol junto al cual tenía que pasar Jesús. “Quien busca encuentra” dice el Señor (Mateo 7, 8). Que hermoso y edificador es cuando una persona se esfuerza por encontrarse con Jesús, a través de los sacramentos, la oración, del necesitado. 

Al llegar allí, Jesús miró hacia arriba y le dijo: «Zaqueo, baja enseguida porque hoy he de quedarme en tu casa.» Zaqueo bajó aprisa, y con alegría recibió a Jesús. La mirada de Jesús la encontramos en otros pasajes bíblicos. La mirada de Jesús ve lo externo y lo interno, “sondea el corazón y examina los pensamientos, para darle a cada uno según sus acciones y según el fruto de sus obras” (cfr. Jeremías 17, 10). Jesús no solamente lo mira y le habla, sino que le concede una gran bendición: quedarse en su casa. 

Zaqueo bajó aprisa, y con alegría recibió a Jesús. Al ver esto comenzaron todos a criticar a Jesús, diciendo que había ido a quedarse en casa de un pecador. Pero Zaqueo, levantándose entonces, dijo al Señor: «Mira, Señor, voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes; y si he robado algo a alguien, le devolveré cuatro veces más«. “Así, cuando Jesús, al atravesar Jericó, se detuvo precisamente en casa de Zaqueo, suscitó un escándalo general, pero el Señor sabía muy bien lo que hacía. Por decirlo así, quiso arriesgar y ganó la apuesta: Zaqueo, profundamente impresionado por la visita de Jesús, decide cambiar de vida, y promete restituir el cuádruplo de lo que ha robado. «Hoy ha llegado la salvación a esta casa», dice Jesús y concluye: «El Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido».

Dios no excluye a nadie, ni a pobres y ni a ricos. Dios no se deja condicionar por nuestros prejuicios humanos, sino que ve en cada uno un alma que es preciso salvar, y le atraen especialmente aquellas almas a las que se considera perdida y que así lo piensan ellas mismas. Jesucristo, encarnación de Dios, demostró esta inmensa misericordia, que no quita nada a la gravedad del pecado, sino que busca siempre salvar al pecador, ofrecerle la posibilidad de rescatarse, de volver a comenzar, de convertirse. En otro pasaje del Evangelio Jesús afirma que es muy difícil para un rico entrar en el reino de los cielos (cf. Mt 19, 23). En el caso de Zaqueo vemos precisamente que lo que parece imposible se realiza: «Él —comenta san Jerónimo— entregó su riqueza e inmediatamente la sustituyó con la riqueza del reino de los cielos» (Homilía sobre el Salmo 83, 3). Y san Máximo de Turín añade: «Para los necios, las riquezas son un alimento para la deshonestidad; sin embargo, para los sabios son una ayuda para la virtud; a estos se les ofrece una oportunidad para la salvación; a aquellos se les provoca un tropiezo que los arruina» (Sermones, 95)” (Papa Benedicto XVI, 31 octubre de 2016). Ojala viéramos esto en muchos políticos de muchas naciones del mundo, que se han enriquecido con dinero del pueblo, por tanto, “dinero sagrado, dinero ajeno”. 

Espero más adelante desarrollar con más extensión y profundidad lo referente a “devolver la dignidad”, pues estoy viendo ahora con mayor visión esta realidad, la cual puede estar pasando por alto ante muchos . Que los cristianos actuemos a favor de la dignidad humana, tanto para proteger como restituir en el nombre de Jesucristo. 


DOMINGO XXXII



Primera lectura: 2 Macabeos 7, 1-2. 9-14
Salmo: 16
Segundo lectura: 2 Tesalonicenses 2, 16-3, 5
Evangelio: Lucas 20, 27-38

El Evangelio de este domingo nos presenta a Jesús enfrentando a los saduceos, quienes negaban la resurrección. Y es precisamente sobre este tema que ellos hacen una pregunta a Jesús, para ponerlo en dificultad y ridiculizar la fe en la resurrección de los muertos. Parten de un caso imaginario: «Una mujer tuvo siete maridos, que murieron uno tras otro», y preguntan a Jesús: «¿De cuál de ellos será esposa esa mujer después de su muerte?». Jesús, siempre apacible y paciente, en primer lugar responde que la vida después de la muerte no tiene los mismos parámetros de la vida terrena. La vida eterna es otra vida, en otra dimensión donde, entre otras cosas, ya no existirá el matrimonio, que está vinculado a nuestra existencia en este mundo. Los resucitados —dice Jesús— serán como los ángeles, y vivirán en un estado diverso, que ahora no podemos experimentar y ni siquiera imaginar. Así lo explica Jesús.

Pero luego Jesús, por decirlo así, pasa al contraataque. Y lo hace citando la Sagrada Escritura, con una sencillez y una originalidad que nos dejan llenos de admiración por nuestro Maestro, el único Maestro. La prueba de la resurrección Jesús la encuentra en el episodio de Moisés y de la zarza ardiente (cf. Ex 3, 1-6), allí donde Dios se revela como el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob. El nombre de Dios está relacionado a los nombres de los hombres y las mujeres con quienes Él se vincula, y este vínculo es más fuerte que la muerte. Y nosotros podemos decir también de la relación de Dios con nosotros, con cada uno de nosotros: ¡Él es nuestro Dios! ¡Él es el Dios de cada uno de nosotros! Como si Él llevase nuestro nombre. A Él le gusta decirlo, y ésta es la alianza. He aquí por qué Jesús afirma: «No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para Él todos están vivos» (Lc 20, 38). Y éste es el vínculo decisivo, la alianza fundamental, la alianza con Jesús: Él mismo es la Alianza, Él mismo es la Vida y la Resurrección, porque con su amor crucificado venció la muerte. En Jesús Dios nos dona la vida eterna, la dona a todos, y gracias a Él todos tienen la esperanza de una vida aún más auténtica que ésta. La vida que Dios nos prepara no es un sencillo embellecimiento de esta vida actual: ella supera nuestra imaginación, porque Dios nos sorprende continuamente con su amor y con su misericordia.

Por lo tanto, lo que sucederá es precisamente lo contrario de cuanto esperaban los saduceos. No es esta vida la que hace referencia a la eternidad, a la otra vida, la que nos espera, sino que es la eternidad —aquella vida— la que ilumina y da esperanza a la vida terrena de cada uno de nosotros. Si miramos sólo con ojo humano, estamos predispuestos a decir que el camino del hombre va de la vida hacia la muerte. ¡Esto se ve! Pero esto es sólo si lo miramos con ojo humano. Jesús le da un giro a esta perspectiva y afirma que nuestra peregrinación va de la muerte a la vida: la vida plena. Nosotros estamos en camino, en peregrinación hacia la vida plena, y esa vida plena es la que ilumina nuestro camino. Por lo tanto, la muerte está detrás, a la espalda, no delante de nosotros. Delante de nosotros está el Dios de los vivientes, el Dios de la alianza, el Dios que lleva mi nombre, nuestro nombre, como Él dijo: «Yo soy el Dios de Abrahán, Isaac, Jacob», también el Dios con mi nombre, con tu nombre, con tu nombre..., con nuestro nombre. ¡Dios de los vivientes! ... Está la derrota definitiva del pecado y de la muerte, el inicio de un nuevo tiempo de alegría y luz sin fin. Pero ya en esta tierra, en la oración, en los Sacramentos, en la fraternidad, encontramos a Jesús y su amor, y así podemos pregustar algo de la vida resucitada. La experiencia que hacemos de su amor y de su fidelidad enciende como un fuego en nuestro corazón y aumenta nuestra fe en la resurrección. En efecto, si Dios es fiel y ama, no puede serlo a tiempo limitado: la fidelidad es eterna, no puede cambiar. El amor de Dios es eterno, no puede cambiar. No es a tiempo limitado: es para siempre. Es para seguir adelante. Él es fiel para siempre y Él nos espera, a cada uno de nosotros, acompaña a cada uno de nosotros con esta fidelidad eterna.

Francisco, 10 de noviembre de 2013

DOMINGO XXXIII




Primera lectura: 2 Malaquías 4, 1-2a
Salmo: 97
Segundo lectura: 2 Tesalonicenses 3, 7-12
Evangelio: Lucas 21, 5-19

El Evangelio de este domingo (Lc 21, 5-19) consiste en la primera parte de un discurso de Jesús: sobre los últimos tiempos. Jesús lo pronuncia en Jerusalén, en las inmediaciones del templo; y la ocasión se la dio precisamente la gente que hablaba del templo y de su belleza. Porque era hermoso ese templo. Entonces Jesús dijo: «Esto que contempláis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida» (Lc 21, 6). Naturalmente le preguntan: ¿cuándo va a ser eso?, ¿cuáles serán las señales? Pero Jesús desplaza la atención de estos aspectos secundarios —¿cuándo será? ¿cómo será?—, la desplaza a las verdaderas cuestiones. Y son dos. Primero: no dejarse engañar por los falsos mesías y no dejarse paralizar por el miedo. Segundo: vivir el tiempo de la espera como tiempo del testimonio y de la perseverancia. Y nosotros estamos en este tiempo de la espera, de la espera de la venida del Señor.

Este discurso de Jesús es siempre actual, también para nosotros que vivimos en el siglo XXI. Él nos repite: «Mirad que nadie os engañe. Porque muchos vendrán en mi nombre» (v. 8). Es una invitación al discernimiento, esta virtud cristiana de comprender dónde está el espíritu del Señor y dónde está el espíritu maligno. También hoy, en efecto, existen falsos «salvadores», que buscan sustituir a Jesús: líder de este mundo, santones, incluso brujos, personalidades que quieren atraer a sí las mentes y los corazones, especialmente de los jóvenes. Jesús nos alerta: «¡No vayáis tras ellos!». «¡No vayáis tras ellos!».

El Señor nos ayuda incluso a no tener miedo: ante las guerras, las revoluciones, pero también ante las calamidades naturales, las epidemias, Jesús nos libera del fatalismo y de falsas visiones apocalípticas.

El segundo aspecto nos interpela precisamente como cristianos y como Iglesia: Jesús anuncia pruebas dolorosas y persecuciones que sus discípulos deberán sufrir, por su causa. Pero asegura: «Ni un cabello de vuestra cabeza perecerá» (v. 18). Nos recuerda que estamos totalmente en las manos de Dios. Las adversidades que encontramos por nuestra fe y nuestra adhesión al Evangelio son ocasiones de testimonio; no deben alejarnos del Señor, sino impulsarnos a abandonarnos aún más a Él, a la fuerza de su Espíritu y de su gracia.

En este momento pienso, y pensamos todos. Hagámoslo juntos: pensemos en los muchos hermanos y hermanas cristianos que sufren persecuciones a causa de su fe. Son muchos. Tal vez muchos más que en los primeros siglos. Jesús está con ellos. También nosotros estamos unidos a ellos con nuestra oración y nuestro afecto; tenemos admiración por su valentía y su testimonio. Son nuestros hermanos y hermanas, que en muchas partes del mundo sufren a causa de ser fieles a Jesucristo. Les saludamos de corazón y con afecto.

Al final, Jesús hace una promesa que es garantía de victoria: «Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas» (v. 19). ¡Cuánta esperanza en estas palabras! Son una llamada a la esperanza y a la paciencia, a saber esperar los frutos seguros de la salvación, confiando en el sentido profundo de la vida y de la historia: las pruebas y las dificultades forman parte de un designio más grande; el Señor, dueño de la historia, conduce todo a su realización. A pesar de los desórdenes y los desastres que agitan el mundo, el designio de bondad y de misericordia de Dios se cumplirá. Y ésta es nuestra esperanza: andar así, por este camino, en el designio de Dios que se realizará. Es nuestra esperanza.

Este mensaje de Jesús nos hace reflexionar sobre nuestro presente y nos da la fuerza para afrontarlo con valentía y esperanza, en compañía de la Virgen, que siempre camina con nosotros.

Francisco, 17 de noviembre de 2013


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