DOMINGO XIV
Podríamos decir que las lecturas del domingo pasado tenían como tema central "la vocación", en su doble dimensión: universal y particular. Mientras que las lecturas para este domingo están más enfocadas en la misión, aunque hemos de afirmar que vocación y misión están entrelazadas. La Sagrada Escritura nos revela que, cuando Dios llama, confiere una misión determinada: Dios siempre llama a alguien para algo (cfr. Génesis 12,1-2; Éxodo 3,4-10; Isaías 6,1-10; Romanos 1,1; Gálatas 1,15-16). El concepto de vocación incluye el de misión: toda vocación comporta una misión concreta (Cfr. Juan Pablo II, Redemptoris missio, 7-XII-1990, n. 2).
Permítanme compartirles un comentario más personal. Desde niño yo ya veía por la televisión los encierros. Las fiestas de San Fermín son muy famosas, muy conocidas. Pero ahora que he tenido la oportunidad de meterme en el ambiente, veo muchas mas detalles, es decir, los sanfermines van más allá de los toros. Una de las cosas que más me ha gustado y admirado es ver como disfrutan la personas en familia. Ver a mamá, papá, con sus niños. A cada momento "las crías" están expresándoles a sus papás lo bien que la están pasando. Esa alegría en familia no tiene precio. Diganme hermanos y hermanas: Que serían los sanfermines sin la presencia de familias enteras!!
Que la Virgen María, que San Fermín, nos ayuden a comprender que la vida no se reduce a vivir solamente mi presente, sino también a dejar un futuro sólido para que los vendrán después de nosotros, y para esto es absolutamente necesario volver a las raíces cristianas, no arrancarlas ni despreciarlas. He aquí nuestra misión.
7-Julio-2019
Parroquia de "San Blas" (Burlada, Navarra)
Entró Jesús en una aldea, y una
mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Ésta tenía una hermana
llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra.
Por el
modo de relatar de Lucas parece que Marta, María y Jesús no son aun
amigos, sino que sería como una especie de visita evangelizadora que
andaba haciendo Jesús, y que en la casa de estas hermanas fue recibido. ¡Que
bendición tener dentro de la casa al Misionero del Padre!... Pero,
también, lo más probable es que ya lo esperaban, puesto que María se
sentó a sus pies, y la otra hermana estaba absorta con los preparativos.
Para los dos era importante Jesús; las dos se consideraban dichosas de tenerlo
en su casa.
No me
hago la idea de que María fuera haragana o evasora de responsabilidades,
sino que ella comprendió -con conocimiento de causa o por intuición- de
que tenía al Mesías prometido "aquí y ahora", y por lo
tanto, cada segundo contaba. El Señor luego seguirá su camino, por
eso había que aprovecharlo al máximo, teniendo en cuenta que El
había hecho tiempo para ellas. El Resucitado que no esta limitado por
espacio-tiempo tiene tiempo para todos nosotros.
María escuchaba
su palabra. "¡Nadie ha hablado nunca como ese hombre!" (San Juan 7, 46);
"Sus palabras son espíritu y vida" (San Juan 6, 63); "Señor ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna y
nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios" (San Juan 6, 68).
!Como no escuchar a Jesús! Hermano y hermana, amigo y amiga, te propongo dos
preguntas para que reflexiones:
1. ¿Para ti las palabras de Jesucristo son
prioritarias? o ¿son las que menos escuchas en el día a día?
2. ¿Crees que vale la pena escuchar a Jesús?, y, si afirmas que
vale la pena ¿Cuánto tiempo
le dedicas en la semana a escuchar, meditar y estudiar sus palabras?
Y Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio, hasta que
se paró y
dijo: "Señor, ¿no te importa que
mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una
mano". Pero el Señor le contestó: Marta, Marta, andas inquieta y
nerviosa con tantas cosas; solo una es necesaria. María ha escogido la
parte mejor, y no se la quitarán".
En las casas se dan reclamos entre hermanos ante
los papás porque no todos asumen las responsabilidades, al
párroco le llevan las quejas por ciertos hermanos que no responden al
accionar pastoral, al jefe le reclaman porque no todos trabajan igual y ganan
lo mismo... El Señor con serenidad, sabiduría y sencillez (sin
razonamientos) le hace ver a María que su hermana ha hecho la mejor
elección: aprovechar el tiempo para escucharlo a Él. Imagino a
Jesús despreocupado por el tipo de comida que le darán o por ser
recibido en una casa reluciente. Él ha ido donde esas hermanas para ser su
alimento: "Trabajen no por el alimento que perece, sino
por el alimento que perdura para la vida eterna, el que les dará el Hijo del
hombre" (San Juan 6, 27).
Por otra parte, se ha de evitar condenar a Marta,
tachándola de activista y materialista, puesto que ella actuó de
buena con fe y con buena intención, simplemente le falto llegar a la claridad
que alcanzó su
hermana. El Papa Emérito Benedicto XVI nos ofrece un rico comentario al
respecto: "La palabra de Cristo es clarísima: ningún
desprecio por la vida activa, ni mucho menos por la generosa
hospitalidad; sino una llamada clara al hecho de que lo único
verdaderamente necesario es otra cosa: escuchar la Palabra del Señor; y el
Señor en aquel momento está allí, ¡presente en la Persona de Jesús! Todo lo
demás pasará y se nos quitará, pero la Palabra de Dios es eterna y da sentido a
nuestra actividad cotidiana.
…la
persona humana tiene necesidad de Dios, que es luz interior de amor y de
verdad. Sin amor, hasta las actividades más importantes pierden valor y no dan
alegría. Sin un significado profundo, toda nuestra acción se reduce a activismo
estéril y desordenado. Y ¿Quién nos da el amor y la verdad sino Jesucristo?
Por eso aprendamos, hermanos, a ayudarnos los unos a los otros, a colaborar;
pero antes aún a elegir juntos la parte mejor, que es y será siempre nuestro
mayor bien" (18 de julio de 2010). La elección de esa mejor parte es
la que nos impulsa a entregarnos más o del todo, a hacernos caridad y
generosidad.
Oportunamente bien podemos citar a San Benito de Nursia con su clásica frase: Ora et labora. Los cristianos tenemos que ser Marta y María al mismo tiempo, ni solo trabajo ni solo oración.


El Evangelio de este domingo nos habla del deseo del encuentro definitivo con Cristo, un deseo que nos hace estar siempre preparados, con el espíritu en vela, porque esperamos este encuentro con todo el corazón, con todo lo que somos. “Estén listos, con la túnica puesta y las lámparas encendidas. Sean semejantes a los criados que están esperando a que su Señor regrese de la boda, para abrirle en cuando llegue y toque. Dichosos aquellos a quienes su Señor, al llegar, encuentre en vela”. Y la segunda carta a los hebreos 11, 1 dice: “La fe es la forma de poseer, ya desde ahora, lo que se espera y de conocer las realidades que no se ven”. Este es un aspecto fundamental de la vida. Existe un deseo que todos nosotros, sea explícito u oculto, tenemos en el corazón. Todos nosotros tenemos este deseo en el corazón.
Lanzo dos preguntas. La primera: todos ustedes, ¿tienen un corazón que desea lo mejor, la ansiada felicidad? Revisen y respondan en el silencio íntimo de su corazón... Entonces, ¿tienes un corazón que desea, o tienes un corazón cerrado,un corazón adormecido, un corazón anestesiado o "alineado"? Dice san Lucas 13, 18 sobre la semilla lanzada por el sembrador: “El que fue sembrado entre espinos, éste es el que oye la palabra, pero el afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y se hace infructuosa”.Y la segunda pregunta: ¿Dónde está tu tesoro? —porque Jesús nos dijo: Dónde está vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón—. Es decir: ¿Cuál es para ti la realidad más importante, más valiosa, la realidad que atrae tu corazón como un poderoso imán?, ¿a qué te cuesta ponerle resistencia?,¿qué es lo que más consume tu atención y empeño?, ¿se puede decir que es el amor de Dios? ¿Están las ganas de hacer el bien a los demás, de vivir para el Señor?, ¿estás siempre disponible a ayudar con lo que posees a quien te necesite o necesite sin pedirtelo?, ¿se puede decir esto?, ¿amar a Dios sobre todas las cosas esta como primer lugar en tu corazón? El tesoro simboliza lo más valioso entre muchas cosas valiosas, aquello por lo cual se está decidido sacrificar mucho o todo por conseguirlo, es aquello que inquieta el espíritu humano. La invitación, por consiguiente, está clara: Dios, Jesucristo y su Evangelio ha de ser nuestro máximo tesoro. La avaricia, la codicia, la corrupción en todas sus incontables acepciones, un vicio, la lujuria, quieren ocupar ese lugar que le corresponde solo a Dios, por ello, les llamamos ídolos, pequeños dioses, tesoritos falsos, aunque atractivos y esclavizantes.
San Vicente, 2016

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En el evangelio de este domingo hay una expresión de Jesús que siempre atrae nuestra atención cuando la leemos o la escuchamos, es una expresión que despierta nuestra curiosidad y por tal motivo tenemos que comprender su correcto significado. Mientras nuestro Señor Jesús va de camino hacia Jerusalén, donde le espera la muerte en cruz, le dice a sus discípulos: "¿Pensáis que he venido a traer paz al mundo? No, sino división". Y añade: "En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra" (Lucas 12, 51-53). Quien haya leído o conozca, aunque sea un poquito el evangelio de Cristo, sabe que el Evangelio, la Buena Nueva, es un mensaje de paz por excelencia; Jesús mismo, como escribe san Pablo, "es nuestra paz" (Efesios 2, 14), muerto y resucitado para derribar el muro de la enemistad e inaugurar el Reino de Dios, un Reino que es amor, alegría, justicia, paz y santidad. ¿Cómo se explican, entonces, esas palabras suyas que anuncian guerra y división? ¿A qué se refiere el Señor cuando dice —según la redacción de san Lucas— que ha venido a traer la "división", o —según la redacción de san Mateo— la "espada"? (Mateo 10, 34).
Esta expresión de Cristo significa que la paz que vino a traer no es sinónimo de simple ausencia de conflictos. Al contrario, la paz de Jesús es fruto de una lucha constante contra el mal. El combate que Jesús está decidido a librar no es contra hombres o poderes humanos, sino contra el enemigo de Dios y del hombre, contra Satanás y su perverso plan de enfriar los corazones, las familias y las sociedades. Dicho de otra manera, el pecado es el frío, el hielo, que congela a las personas, las vuelve indiferentes y contrarias a Dios, a sus mandatos, a su Iglesia; en cambio, el fuego de Jesucristo, que es el don del Espíritu Santo, derrite el hielo del pecado y enciende, ilumina las almas. Ahora sí entenderemos porque el Señor ha dicho: “He venido a prender fuego a la tierra”, ¡verdad! ¡Y cuánto deseo que ya esté ardiendo! Por consiguiente, quien quiera resistir a este enemigo permaneciendo fiel a Dios, al bien y a la verdad, debe afrontar necesariamente incomprensiones y a veces auténticas persecuciones. Nuestro Señor Jesucristo está deseoso de que todos los que nos consideramos sus discípulos, de que todos los miembros de la Iglesia Católica, incendiemos el mundo con amor, que aplaquemos el odio y las divisiones causadas por ambiciones y todo tipo de torpeza humana.
Por ello, todos los que quieran seguir a Jesús y comprometerse sin “medias tintas” en favor de la verdad, tal como lo hizo el profeta Jeremías, deben saber que encontrarán oposiciones y se convertirán, sin buscarlo, en signo de división entre las personas, incluso en el seno de sus mismas familias. De este modo, siguiendo los pasos del Señor Jesús, los cristianos se convierten en "instrumentos de su paz", según la célebre expresión de san Francisco de Asís. No de una paz inconsistente y aparente, sino real, buscada con valentía y tenacidad en el esfuerzo diario por vencer el mal con el bien (cf. Romanos 12, 21) y pagando personalmente el precio que esto implica.
En mi cuenta de twitter escribí: "La Carta a los Hebreos 12, 1-4 hace ver que la vida es un camino, el cual debe recorrerse sí o sí desde el momento que se nace. Su propuesta es que para recorrerlo y terminarlo bien, hay que "fijar los ojos en Cristo", quien premiará con la gloria eterna".
Invoquemos, pues, hermanos y hermanas a nuestra Madre la Virgen María, Reina de la paz, para que nos ayude a ser siempre testigos de la paz de Cristo, sin llegar jamás a pactar con el mal en sus diversas manifestaciones y estructuras. Qué así sea.
18-Agosto-2019
Parroquia "San Blas", Burlada (Navarra)


El Evangelio de este domingo (cf. Lucas 14, 1. 7-14) nos muestra a Jesús participando en un banquete en la casa de un líder de los fariseos. Jesús mira y observa cómo corren los invitados, se apresuran a llegar a los primeros lugares. Esta es una actitud bastante extendida, incluso en nuestros días, y no sólo cuando se nos invita a comer: normalmente, buscamos el primer lugar para afirmar una supuesta superioridad sobre los demás. En realidad, esta carrera hacia los primeros lugares perjudica a la comunidad, tanto civil como eclesial, porque arruina la fraternidad. Todos conocemos a esta gente: escaladores, que siempre suben para arriba, arriba.... Hacen daño a la fraternidad, dañan la fraternidad.
Frente a esta escena, Jesús cuenta dos parábolas cortas. La primera parábola se dirige al invitado a un banquete, y le exhorta a no ponerse en primer lugar, «no sea —dice— que haya sido convidado otro más distinguido que tú y viniendo el que os convidó a ti y a él, te diga: “deja el sitio a este” y entonces vayas a ocupar avergonzado el último puesto» (cf. vv. 8-9). En cambio, Jesús nos enseña a tener una actitud opuesta: «Al contrario, cuando seas convidado, vete a sentarte en el último puesto, de manera que, cuando venga el que te convidó, te diga: “Amigo, sube más arriba”» (v. 10). Por lo tanto, no debemos buscar por nuestra propia iniciativa la atención y consideración de los demás, sino más bien dejar que otros nos la presten. Jesús siempre nos muestra el camino de la humildad —¡debemos aprender el camino de la humildad!— porque es el más auténtico, lo que también nos permite tener relaciones auténticas. Verdadera humildad, no falsa humildad, lo que en Piamonte se llama la mugna quacia, no, no esa. La verdadera humildad.
En la segunda parábola, Jesús se dirige al que invita y, refiriéndose a la manera de seleccionar a los invitados, le dice: «Cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos; y serás dichoso, porque no te pueden corresponder» (vv. 13-14). Aquí también, Jesús va completamente a contracorriente, manifestando como siempre la lógica de Dios Padre. Y también añade la clave para interpretar este discurso suyo. ¿Y cuál es la clave? Una promesa: si haces esto, «se te recompensará en la resurrección de los justos» (v. 14). Esto significa que quien se comporte de esta manera tendrá la recompensa divina, muy superior al intercambio humano: Yo te hago este favor esperando que me hagas otro. No, esto no es cristiano. La humilde generosidad es cristiana. El intercambio humano, de hecho, suele distorsionar las relaciones, las hace «comerciales», introduciendo un interés personal en una relación que debe ser generosa y libre. En cambio, Jesús invita a la generosidad desinteresada, a abrir el camino a una alegría mucho mayor, la alegría de ser parte del amor mismo de Dios que nos espera a todos en el banquete celestial.
Que la Virgen María, «humilde y elevada más que criatura» (Dante, Paraíso, XXXIII, 2), nos ayude a reconocernos como somos, es decir, como pequeños; y a alegrarnos de dar sin nada a cambio.
Al llegar allí, Jesús miró hacia arriba y le dijo: «Zaqueo, baja enseguida porque hoy he de quedarme en tu casa.» Zaqueo bajó aprisa, y con alegría recibió a Jesús. Al ver esto comenzaron todos a criticar a Jesús, diciendo que había ido a quedarse en casa de un pecador.
Pero Zaqueo, levantándose entonces, dijo al Señor: «Mira, Señor, voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes; y si he robado algo a alguien, le devolveré cuatro veces más.» Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque este hombre también es descendiente de Abraham. Pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que se había perdido”. Jesús le restituye, le devuelve la dignidad a Zaqueo. Nos enfocamos en este texto, para relacionarlo con el Domingo XXXI del tiempo ordinario, ciclo c.
Francisco, 10 de noviembre de 2013





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