Considero que el tema “cómo
vivir el tiempo de adviento”, podemos enfocarlo en dos sentidos: proponiendo
principios y reflexiones, y proponiendo acciones concretas, aunque la segunda
necesitaría el fundamento de la primera propuesta. Presentaremos una reflexión
general, basada en el mensaje y la persona del bautista, y en un dogma mariano. Cada uno debe procurar la aplicación de estas orientaciones a su vida cotidiana en el tiempo de adviento, más aún, les recomendamos hacer un plan en la medida de lo posible.
Ya no se trata de preparar
la tierra para acoger la buena semilla, sino de preparar un camino para Jesús
pueda llegar a nuestra alma.
En
el Adviento, la Iglesia nos pone la figura de san Juan Bautista, y con él otra
nueva imagen. Ya no se trata de preparar una tierra capaz de acoger
adecuadamente la buena semilla: se trata de preparar un camino para que pueda,
por él, llegar a nuestra alma la Persona adorable del Señor.
Consideramos
son cuatro las órdenes, los consejos o las consignas que san Juan Bautista -y
la Iglesia con él- nos da:
La primera consigna de san
Juan el Bautista es bajar los montes: todo monte y toda colina
sea humillada, bajada, desmoronada. Y cada uno tiene que tomar esto con mucha
seriedad y ver de qué manera y en qué forma ese orgullo -que todos tenemos-
está en la propia alma y está con mayor prestancia, para tratar en el Adviento
-con la ayuda de la gracia que hemos de pedir-, de reducirlo, moderarlo,
vencerlo, ojalá suprimirlo en cuanto sea posible, a ese orgullo que obstaculizaría
el descenso fructífero del Señor a nosotros. El Hijo de Dios maestro de una
total humildad no puede nacer en un corazón lleno de soberbia y orgullo. ¿Por
qué te agrandas tanto? ¿Qué te hacer sentir autosuficiente? ¿Te sientes mejor
de los que te rodean? Cuanto bien hace nuestro comportamiento humilde y
sencillo, sobre todo si eres consagrado ¡Cuánto bien! Si has obtenido cosas o
las posees, utilízalas para edificar, y sobre todo, en orden a la caridad. La
navidad es el tiempo propicio de la caridad.
En segundo lugar, Juan el
Bautista nos habla de enderezar los senderos. Es la consigna más
importante: Yo soy una voz que grita en el desierto: Preparen el camino del
Señor, allanen sus senderos. Y aquí tenemos, entonces, el llamado también
obligatorio a la rectitud, es decir, a querer sincera y prácticamente sólo el
bien, sólo lo que está bien, lo que es bueno, lo que quiere Dios, lo que es
conforme con la ley de Dios o con la voluntad de Dios según nos conste de
cualquier manera, lo que significa imitar a Jesús y darle gusto a Él, aquello
que se hace escuchando la voz interior del Espíritu Santo y de nuestra
conciencia manejada por Él.
A
cada uno corresponde en este momento ver qué es lo que hay que enderezar en la
propia conducta, pero sobre todo en la propia actitud interior para que
Jesucristo Nuestro Señor, viendo claramente nuestra buena voluntad y viéndonos
humildes, esté dispuesto a venir a nuestro interior con plenitud, o por lo
menos con abundancia de gracias.
El tercer aspecto del mensaje
de san Juan el Bautista se refiere a hacer planos los caminos abruptos,
los que tienen piedras o espinas, los que punzan los pies de los caminantes,
los que impiden el camino tranquilo, sin dificultad. Y ese llamado hace
referencia a la necesidad de ser para nuestro prójimo, precisamente, camino
fácil y no obstáculo para su virtud y para su progreso espiritual: quitar de
nosotros todo aquello que molesta al prójimo, que lo escandaliza, que lo irrita
o que le dificulta de cualquier manera el poder marchar, directa o
indirectamente, hacia el cielo. Es triste cuando una persona considerada cristiana, pervierte a una persona en el pensamiento, en su conducta, en sus rectas intenciones, en su inocencia. El consumismo de estos días nos pueden hacer
perder el auténtico sentido navideño, por tanto, la mente y el corazón se nos
puede llenar de obstáculos, por ello debemos allanar ese camino, en este punto
la austeridad es básica. La Sagrada Familia vivió la mejor navidad de la
historia, porque la vivieron en todo su esplendor espiritual, sin necesidad de
shows y abundancia de elementos materiales. Ciertamente, ahora estamos en el
tiempo de la imagen y contamos con una serie de elementos tradicionales y
modernos para darle sabor a la navidad, pues debemos sacarles provecho, qué en
verdad nos conduzca al pesebre.
El cuarto elemento del
mensaje de san Juan Bautista es el de llenar toda hondonada,
todo abismo, todo vacío. Los caminos no sólo se construyen bajando los montes
excesivos, ni sólo enderezando los senderos torcidos, o allanando los caminos
que tengan piedras: también llenando las hondonadas o cubriendo las ausencias.
Este mensaje se refiere a la necesidad de llenar nuestras manos y nuestra
conciencia con méritos, con oraciones, con obras buenas -como hicieron los
Reyes Magos y los pastores- para poder acoger a Jesucristo con algo que le dé
gusto; no sólo con la ausencia de obstáculos o de cosas que lo molesten, no
sólo con ausencia de orgullo o con ausencia de falta de rectitud o de
dificultades en nuestra conducta para con el prójimo, sino también
positivamente con la construcción: con nuestras oraciones y con nuestras buenas
obras y un pequeño -al menos- caudal, capital de méritos, que dé gusto al Señor
cuando venga y que podamos depositar a sus pies. El nacimiento de Jesús llenó
de alegría a María y José, a los ángeles y a los pastores, ahora pediremos a
Dios que te llene a ti y a mí. En todo este año, ¿con qué has está llenando o
cubriendo tu corazón? ¿Las elecciones que haces te llenan? ¿Por qué?
Como quinto elemento tenemos la solemnidad de la Inmaculada Concepción
El
Adviento, además de la conmemoración y el sentido del Antiguo Testamento -de la
tierra que espera la buena semilla-, además de la figura límite entre el
Antiguo Testamento y el Nuevo -san Juan Bautista-, este Tiempo nos acerca más
al Señor por aquélla que, en definitiva, fue quien nos entregó a Jesucristo: la
Virgen. En toda la Iglesia se entra al Adviento por la fiesta de la Inmaculada
Concepción.
Y
la Inmaculada Concepción significa dos cosas: por una parte, ausencia de pecado
original y, por otra, ausencia de pecado para y por la plenitud de la gracia.
La Virgen fue eximida del pecado original y de las consecuencias del pecado
original que en el orden moral fundamentalmente es la concupiscencia, es decir,
la rebelión de las pasiones, la falta de orden dentro de nuestra persona, el
rechazo que nuestra materia y nuestros apetitos indómitos oponen a la soberanía
de la voluntad y de la razón iluminadas por la fe, por la esperanza y por la
caridad; iluminadas y encendidas y sostenidas por la gracia. La Virgen,
preservada del pecado original en el momento mismo de su concepción y liberada
de todo obstáculo, tuvo el alma plenamente capacitada desde el primer instante
para recibir la plenitud de la gracia de Jesucristo.
Por
lo tanto su fiesta de la Inmaculada Concepción, con ese carácter sacramental
que tienen todas las fiestas de la Iglesia, ese carácter de signo que enseña y
de signo eficaz que produce lo que enseña, nos trae la gracia de liberarnos del
pecado y de vencer, de moderar, de sujetar en nosotros las pasiones sueltas por
la concupiscencia, a los efectos de que nos pueda llegar plenamente la gracia;
y naturalmente, si estamos en Adviento, para que pueda venir la gracia del
nacimiento de Jesucristo místicamente a nuestra alma, el día de Navidad.
En conclusión
Por
lo tanto, unamos a toda la ayuda que nos pueden prestar los patriarcas del
Antiguo Testamento que desde el cielo ruegan por nosotros (ellos que tanto
pidieron la venida del Mesías), unamos a la intercesión y a la figura
sacramental de san Juan Bautista, unamos por encima de ellos la presencia de la
Santísima Virgen en su fiesta el 8 de diciembre y en todo este tiempo, pidiendo
bien concretamente el poder liberarnos del pecado, de todo lo que en nosotros
haya de orgullo, de falta de rectitud, de falta de caridad con el prójimo, de
ausencia de virtud; liberarnos de todo ello para que, cuando venga Jesucristo
el día de Navidad, no encuentre en nosotros ningún obstáculo a sus intenciones
de llenar nuestra alma con su gracia.
La
perspectiva de un nuevo nacimiento del Señor, en nosotros y en el mundo tan
necesitado de Él, tiene que ser objeto de una preocupación, de todo un conjunto
de sentimientos y de actos de voluntad que estén polarizados por el deseo de
poner de nuestra parte todo lo que podamos, para que el Señor venga lo más
plenamente posible sobre cada uno y sobre el mundo.
Y
si esto vale siempre, se hace más exigente en las circunstancias del mundo
presente que desvirtúa precisamente lo que Jesucristo trajo con su nacimiento.
¡Qué necesario es que pongamos todo de nuestra parte para que Jesús venga a
nosotros con renovada fuerza el día de Navidad y, a través nuestro, sobre las
personas que están cerca, sobre la Iglesia y sobre el mundo!
Quedémonos
en espíritu de oración, fomentando en nuestro interior el deseo de que las
cosas ocurran según las intenciones y los deseos del mismo Señor.
El
Adviento es una época muy linda del año. Después de las fiestas de Navidad y de
Pascua, quizá es la más linda, porque es una época de total esperanza, de
seguridad alegre y confiada. En ese sentido nuestro Adviento es más lindo que
el del Antiguo Testamento: se esperaba lo que todavía no había venido, en cambio
nosotros sabemos que el Señor ya ha venido sobre el mundo, sobre la Iglesia,
sobre cada uno y entonces tenemos mucho más apoyo para nuestra seguridad de que
ha de venir nuevamente, a perfeccionar lo ya iniciado.
Por
otra parte, esa presencia del Señor en la Iglesia y en nosotros nos ha hecho ir
conociendo a Jesús, amándolo y tratándolo con confianza; por tanto, este
esperar su nuevo nacimiento tiene que ser mucho más dulce, mucho más suave,
mucho más seguro, mucho más esperanzado (con el doble elemento de seguridad y
alegría de la esperanza) que lo que fue la espera de los hombres y mujeres del
Antiguo Testamento.
Quedémonos,
pues, unidos con Jesús, conversemos sobre estos temas, preguntémosle qué nos
sugiere a cada uno en particular para que podamos, desde el comienzo, vivir el
Adviento del modo más conducente para obtener la plenitud de Navidad que Él sin
duda quiere darnos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario