BLOG PERSONAL E INDEPENDIENTE

lunes, 25 de noviembre de 2013

TEMA ESPIRITUAL DE ADVIENTO PARA JÓVENES


Queridos jovencitos y jovencitas:

Nos hemos reunido con la intención de recordar, concientizar, aprovechar esta nueva oportunidad que Dios nos regala, por tanto, con esta celebración vespertina, el Señor nos da la gracia y la alegría de abrir el nuevo Año litúrgico iniciando con su primera etapa: el Adviento, es decir, el período que conmemora la venida de Dios entre nosotros. Todo inicio lleva consigo una gracia particular, porque está bendecido por el Señor. En este Adviento se nos concederá, una vez más, experimentar la cercanía de Aquel que ha creado el mundo, que orienta la historia y que ha querido cuidar de nosotros hasta llegar al culmen de su condescendencia haciéndose hombre. ¿A quién nos estamos refiriendo? ¡A Jesucristo! Precisamente, el misterio grande y fascinante del Dios con nosotros, es más, del Dios que se hace uno de nosotros, es lo que celebraremos en las próximas semanas caminando hacia la santa Navidad. Esto es impresionante, lo diré dirigido a ustedes: Dios se ha acercado a ustedes, quiere estar a su lado y por eso se hace uno de ustedes. ¿Y por qué Dios quiere hacer eso con ustedes los jóvenes? Por que ustedes le interesan a Dios, ustedes valen demasiado para Jesús, tanto individualmente como grupo juvenil. La juventud es una etapa deseada por Dios, porque Dios lo quiso así y Él es el perfecto Creador. Por eso, si comprendemos estas verdades mencionadas, durante el tiempo de Adviento sentiremos que la Iglesia nos toma de la mano y, a imagen de María santísima, manifiesta su maternidad haciéndonos experimentar la espera gozosa de la venida del Señor, que nos abraza a todos en su amor que salva y consuela.

Mientras nuestros corazones se disponen a la celebración anual del nacimiento de Cristo, la liturgia de la Iglesia orienta nuestra mirada hacia la meta definitiva: el encuentro con el Señor que vendrá en el esplendor de la gloria. Por eso nosotros que en cada Eucaristía «anunciamos su muerte, proclamamos su resurrección, a la espera de su venida», vigilamos en oración. La liturgia no se cansa de alentarnos y de sostenernos, poniendo en nuestros labios, en los días de Adviento, el grito con el cual se cierra toda la Sagrada Escritura, en la última página del Apocalipsis de san Juan: «¡Ven, Señor Jesús!» (22, 20).

Queridos jovencitos y jovencitas, nuestro reunirnos aquí esta tarde para iniciar el camino del Adviento queremos enriquecerlo con otro importante motivo: con toda la Iglesia, queremos reflexionar y orar por la vida naciente. Precisamente, el comienzo del Año litúrgico nos hace vivir nuevamente la espera de Dios que se hace carne en el seno de la Virgen María, de Dios que se hace pequeño, se hace niño; nos habla de la venida de un Dios cercano, que ha querido recorrer la vida del hombre, desde los comienzos, y esto para salvarla totalmente, en plenitud. Así, el misterio de la encarnación del Señor y el inicio de la vida humana están íntima y armónicamente conectados entre sí dentro del único designio salvífico de Dios, Señor de la vida de todos y de cada uno. La Encarnación nos revela con intensa luz y de modo sorprendente que toda vida humana tiene una dignidad altísima, incomparable. Cuántos jóvenes desde pequeños han sufrido o sufrieron abusos en su dignidad humana, cuántos jóvenes se han salvado de un aborto, por otra parte, cuántos jóvenes son irresponsables en el aspecto procreativo, donde las relaciones intimas se han vuelto placer, diversión, espacios para experimentar, el sentir “éxtasis” pasionales.

El ser humano presenta una originalidad inconfundible respecto a todos los demás seres vivientes que pueblan la tierra. Se presenta como sujeto único y singular, dotado de inteligencia y voluntad libre, pero también compuesto de realidad material. Vive simultánea e inseparablemente en la dimensión espiritual y en la dimensión corporal. Lo sugiere también el texto de la primera carta a los Tesalonicenses: «Que él, el Dios de la paz —escribe san Pablo—, los santifique plenamente, y que todo su ser, el espíritu, el alma y el cuerpo, se conserve sin mancha hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo» (5, 23). Somos, por tanto, espíritu, alma y cuerpo. Somos parte de este mundo, vinculados a las posibilidades y a los límites de la condición material; al mismo tiempo, estamos abiertos a un horizonte infinito, somos capaces de dialogar con Dios y de acogerlo en nosotros. Actuamos en las realidades terrenas y a través de ellas podemos percibir la presencia de Dios y tender a él, verdad, bondad y belleza absoluta. Saboreamos fragmentos de vida y de felicidad y anhelamos la plenitud total.

Dios nos ama de modo profundo, total, sin distinciones; nos llama a la amistad con él; nos hace partícipes de una realidad por encima de toda imaginación y de todo pensamiento y palabra: su misma vida divina. Con conmoción y gratitud tomamos conciencia del valor, de la dignidad incomparable de toda persona humana y de la gran responsabilidad que tenemos para con todos. «Cristo, el nuevo Adán —afirma el concilio Vaticano II— en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación... El Hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre» (Gaudium et spes, 22).

Queridos jóvenes graben en su mete esta convicción y háganla suya: Creer en Jesucristo conlleva también tener una mirada nueva sobre el hombre y la mujer, una mirada de confianza, de esperanza. Por lo demás, la experiencia misma y la recta razón muestran que el ser humano es un sujeto capaz de inteligencia y voluntad, autoconsciente y libre, irrepetible e insustituible, vértice de todas las realidades terrenas, que exige que se le reconozca como valor en sí mismo y merece ser escuchado siempre con respeto y amor. Tiene derecho a que no se le trate como a un objeto que poseer o como a algo que se puede manipular a placer, que no se le reduzca a puro instrumento en favor de otros o de sus intereses. La persona es un bien en sí misma y es preciso buscar siempre su desarrollo integral. El Hijo de Dios se hizo humano, por hacérsenos cercanos, para redimirnos, pero también para que valoremos el ser persona, claro, el Dios topoderoso y perfecto, decide hacerse hombre… limitado, pequeño, débil… Y el Dios encarnado no quiso suprimir ninguna etapa ordinaria en el ser humano: estuvo en el vientre de una mujer, nació, fue niño, joven, adolescente y adulto.

Que en esta navidad nos reencontremos y encontremos con el Dios vivo presente en Jesucristo, en la sencillez del Niñito Dios. He querido aprovechar la meditación dada por el Papa Benedicto XVI, en el año 2010 en la celebración de las primeras vísperas de Adviento, resaltando el valor de la vida, porque la vida se vive verdaderamente cuando se vive como se debe vivir. Si tu valoras la vida de Jesucristo de paso por este mundo y valoras la tuya, estas listo para tener en cuenta la de los demás y ser responsable en tu sexualidad.


A la Virgen María, que acogió al Hijo de Dios hecho hombre con su fe, con su seno materno, con atenta solicitud, con el acompañamiento solidario y vibrante de amor, encomendamos la oración y el empeño en favor de la vida naciente. Lo hacemos en la liturgia —que es el lugar donde vivimos la verdad y donde la verdad vive con nosotros— adorando la divina Eucaristía, en la que contemplamos el Cuerpo de Cristo, ese Cuerpo que tomó carne de María por obra del Espíritu Santo, y de ella nació en Belén, para nuestra salvación. Ave, verum Corpus, natum de Maria Virgine!


domingo, 3 de noviembre de 2013

APORTE SOBRE JEREMÍAS 1, 4-6


La palabra de Yahveh me fue dirigida en estos términos: Antes de formarte en el seno materno te conocí, desde antes que nacieras te consagré: profeta de las naciones te constituí”.



1.     Justificación

Quiero comenzar este pequeño trabajo, presentando el porqué  he preferido fijar mi exegesis en el capítulo primero del profeta Jeremías. Sin duda alguna la vocación a la que nos sentimos llamados es un misterio. Hay muchas preguntas que no podemos responder por más que tratemos de investigar sobre la naturaleza de la llamada y, que a lo menos que podemos llegar es a un balbuceo. Creo que, al igual que muchos compañeros, que compartimos la misma ilusión, y que sentimos la misma llamada hemos experimentado a lo largo de este itinerario vocacional y que sentimos claro está desde luego; ciertos temores a responder al llamado que Dios nos hace; donde hay más preguntas que respuestas, pero, una misma Luz que nos guía por el sendero de éste camino, y de la cual nos fiamos para seguir dando con el día a día nuestra respuesta positiva al Señor, aunque no podamos comprender sus designios.

2.   Objetivo
Espero sirva de luz, para cuantos nos disponemos a aceptar y responder con generosidad a la invitación de Dios, de servir desde nuestra fragilidad y debilidad  humana  herida por el pecado.

3.   Texto                                             

Jeremías 1, 4-6  4La palabra de Yahveh me fue dirigida en estos términos:
5 Antes de formarte en el seno materno te conocí, desde antes que nacieras te consagré: profeta de las naciones te constituí”



  WTT Jeremìas 1:4 וַיְהִ֥י דְבַר־יְהוָ֖ה אֵלַ֥י לֵאמֹֽר׃
  Jeremías 1:4 La palabra de Yahveh me fue dirigida en estos términos:
  
  WTT Jeremìas 1:5 בְּטֶ֙רֶם )אֶצּוֹרְךָ] (אֶצָּרְךָ֤[ בַבֶּ֙טֶן֙ יְדַעְתִּ֔יךָ וּבְטֶ֛רֶם תֵּצֵ֥א מֵרֶ֖חֶם הִקְדַּשְׁתִּ֑יךָ נָבִ֥יא לַגּוֹיִ֖ם נְתַתִּֽיךָ׃
 1:5 Antes de formarte en el seno materno te conocí, desde antes que nacieras te consagré: profeta de las naciones te constituí.







4.   Análisis lingüístico sintáctico

      La
   palabra
   de
      Yahvé
 Forma femenina singular del artículo determinado.
Sustantivo femenino
Preposición de genitivo y de ablativo. Expresa: Posesión y pertenencia.

Nombre propio del Dios de Israel revelado según la Biblia.

    me
   fue
   dirigida
    en
Pronombre de primera persona, en género masculino y femenino y en número singular, que realiza la función de complemento directo e indirecto.

Dirigirse hacia, llevar a, conducir.
Del verbo dirigir, Pretérito perfecto.
Preposición  que indica en qué lugar, tiempo o modo se determinan las acciones de los verbos a que se refiere.

        estos
    términos
   antes
   de
Formas del pronombre. dem.  en los tres géneros: m., f. y n., y en ambos números: sing. y pl., que designan lo que física o mentalmente está cerca de la persona que habla o representan lo que se acaba de mencionar:
Palabra o sintagma introducidos por una preposición:
Adv. t. y l. que denota prioridad de tiempo o lugar:
Preposición 

    formarte
      en
     El
       Seno
Del verbo. Formar. tr. dar forma a algo.
Preposición, que indica en qué lugar, tiempo o modo se determinan las acciones de los verbos a que se refiere:
 Articulo
Matriz de la mujer y de las hembras de los mamíferos

  materno
te
   conocí
   desde
antes
que
Adjetivo de la madre o relativo a ella.
Pronombre, forma átona del pronombre personal.
Del verbo conocer: (conjugar)
conocí es:
1ª persona singular (yo) pretérito indicativo.

Preposición,  Indica el punto, procedencia u origen en el tiempo y en el espacio:
Adv. t. y l. que denota prioridad de tiempo o lugar:
Pron. Relat. Pronombre invariable que sustituye a un nombre o a otro pronombre.

nacieras
Te
consagré
profeta
Del verbo nacer: (conjugar)
nacieras es:
2ª persona singular (tú) imperfecto(1) subjuntivo

pron. Forma átona del pron. pers. com. de segunda persona singular.
Del verbo consagrar: (conjugar)
consagré es:
1ª persona singular (yo) pretérito indicativo

com. Persona que posee el don de profecía. Habla por Dios.

de
Las
naciones
te
constituí
Preposición que indica finalidad.
art. det. f. pl. la 
f. Entidad jurídica y política formada por el conjunto de los habitantes de un país regido por el mismo gobierno.
Pron. Forma átona del pron. pers. com. de segunda persona singular.
Del verbo constituir:
constituí es: 1ª persona singular (yo) pretérito indicativo.


5.   Exegesis

El libro del Profeta Jeremías, se puede dividir en una introducción, seis capítulos y una conclusión. En la introducción se nos cuenta la vocación de Jeremías (1, 1-19), con una mezcla de poesía y prosa. Especialmente hermosos son los versículos 4 al 10, que han quedado como modelo de la llamada de Dios a una vocación que implica sacrificio y de los temores que surgen en el hombre llamado a ello. De los cuales sólo dos  (4-6), trataremos a continuación.

La palabra profeta deriva del griego "profétes", cuyo significado etimológico es el de "hablar en nombre de", "ser portavoz" de otro, y traduce a su vez en la literatura bíblica el término hebreo “nabi”. Si se relaciona con una raíz arcaica emparentada con nb (brotar con ruido, agitarse interiormente); el nabi sería el que habla con vehemencia y bajo el influjo de una potencia superior, para anunciar cosas inaccesibles a los mortales.

Otros recurren a una raíz nb (hablar), significaría entonces el "hablante" (por la divinidad). Hay una tercera explicación, más sencilla y más plausible; relacionar el nabi con el acádico nabu, que presenta el sentido de "llamar". El nabi sería, pues, el "llamado"(por Dios). "No nos faltara la ley del sacerdote, ni el consejo del sabio, ni la palabra del profeta" (Jr 18, 18).

Jeremías llama la atención  sobre la genealogía  espiritual o vocación  al profetismo, para apoyar sobre ella el auténtico alcance de su actividad profética. Descripción detallada de una vocación de privilegio, recogida de labios de Yahvé: te conocí-elegí para el profetismo (yāda: Gen 18,19; Os 13,5; Am 3,2), con cuidado amoroso y providencial  (Sal 1,6), antes de tu concepción, antes de formarte, como artista que plasma cuidadosamente su obra predilecta (yāsar), en el vientre materno; concebido ya, antes de que, por el nacimiento, salieses del seno de tu madre, te santifiqué-consagré, destinándote al profetismo y reservándote para este ministerio como para algo propio y exclusivo; así elegido y consagrado, ya desde entonces te di como profeta (nābî) que, mi interprete-boca, comunicases llaggôyin = a las naciones mi palabra confiada a ti. Bajo el signo de la elección divina, Jeremías se asoma  a la vida «consagrado» exclusivamente a su misión de profeta de la «naciones».  La  vocación divina de Jeremías es de alcance universal, arrancado de Israel, se extiende a las naciones  (gôyim), a los pueblos diversos del pueblo escogido e históricamente sus enemigos: para ellos, como contra Israel, tendrá el profeta sus amenazas de «destrucción» (46-51) y sus promesas de edificación mesiánica (3, 14-18; 4, 1-4; 12, 7-17; 16, 14-19; 23, 5.7)[1]  «Conocer», por parte del Señor equivale a elegir y predestinar: Am 3,2 Rm 8-29. «Consagrar», más que una santificación interior indica una segregación  para el ministerio profético.

6.   Exegesis canónica.

Otros enviados antes y después de Moisés y Aarón: Ex 3-4; Is 6; Siervo de Yahvé: 1Sm 3; 1Re 19,19-21; Lc 1, 36-38. Is 49, 1-5; Ez: 2.3; pablo: 1Cor 15, 1-11; 2 Cor 12; Gal 1-2. En todos podemos constatar un esquema literario similar: Dios irrumpe en la conciencia de la persona; el elegido se asombra, no entiende muy bien de qué se trata, el Señor le confía una misión; el elegido se resiste, se siente demasiado limitado o demasiado pequeño para dicha misión; el Señor pronuncia siempre una última palabra de ánimo y de respaldo, «no temas, yo estoy contigo». Este esquema varía un poco en el caso de Isaías, el único que se adelanta a ofrecerse sin ningún  temor para la misión.

Conviene destacar que el «espacio» en el que irrumpe la llamada de Dios  es muy  variable: en el caso de Moisés, Dios lo llama mientras cuida las ovejas de su suegro (Ex 3,1); Samuel es aún niño que vive en el santuario de Siló bajo el cuidado de Elí (1Sm 3,1s);     Eliseo está trabajando con sus bueyes (1R 19,19); Isaías se encuentra en el templo participando de una impresionante liturgia (Is 6), Ezequiel se halla entre los deportados de Babilonia, esto es en tierra extraña, en donde quizás ni se le había ocurrido que pudiera hacerse presente el Señor (Ez 1,1s); finalmente es de suponer que María, como buena muchacha judía, está en su casa ocupada en los oficios domésticos cuando Dios la llama (Lc 1, 26-28). Todo lugar, todo tiempo y toda circunstancia son aptos para «escuchar» la voz de Dios que llama a colaborar con su proyecto.

7.  Interpretación

7.1.Reflexión sobre la vocación

La experiencia vocacional de Jeremías  lo ha impactado tanto, que pone antes de su propio nacimiento la decisión de Dios de llamarlo al ministerio profético. No hay que aprovechar estas palabras para «probar»  ninguna teoría de la predestinación, por más que expresiones como éstas parezcan indicarla. Hay que recordar que Dios solamente propone, invita, pero no condiciona  ni obliga a nadie a seguirlo; por encima de todo está la libre voluntad de la persona para decir sí o no a la invitación. No es fácil decir sí de manera incondicional al llamado de Dios. La misión inherente  a la vocación  es superior a las fuerzas  de cualquier humano; sin embargo, y aquí está el único aliciente para decir sí, la misión  no es del profeta, la misión es de Dios, el elegido es un simple instrumento, un medio por el cual Dios hablará y llevará adelante su obra. No significa esto que la persona del elegido no cuenta o que pasa a ser un títere en manos de Dios; todo lo contrario: si es capaz de decir sí al llamado es porque puede hacer uso de su voluntad y siempre la seguirá ejerciendo, pero siempre tendrá que recordar a quién sirve y en nombre de quién habla; de lo contrario su ministerio podrá ser cualquier cosa menos ministerio profético[2].

7.2.Aplicación personal

Hace algunos años me preguntaba y me pregunto aún, con respecto a la vocación sacerdotal, de cuán grande dignidad encierra este misterio. Escuchaba hablar a sacerdotes sobre la dignidad del sacerdote, e incluso leí un libro titulado con este nombre “La dignidad Sacerdotal”. Y mi pregunta es ésta, y, por qué no hablar y darle valor a la “dignidad” que como candidatos al sacerdocio tenemos; porque para ser sacerdote, primero se ha sido seminarista, y la dignidad, en lo personal no tienen su inicio después de la imposición de manos por el señor Obispo, sino que se confirma esa dignidad. Porque de serlo así, se caería no en  una elección divina sino meramente humana.

No estoy de acuerdo con la predestinación, pero considero que somos especiales, porque de entre tantos jóvenes, cientos e incluso miles, uno o dos son  elegidos en todo el sentido de la palabra. En verdad la vocación es un misterio. Por tanto en nuestra convivencia y trato para con los demás debe de ser, no hasta cuando sean ordenados, sino desde ya, no tanto por lo que serán, sino por lo que son y somos: una persona elegida; somos elegidos, pero por el momento no consagrados. Nuestra dignidad por el momento es que somos candidatos a las órdenes sagradas.

Y en cuanto a nuestra conducta, saber dar gracias a Dios por su llamada y responder generosamente, con estrega total, no reservar nada para sí, darlo todo por el Todo. Saberse desde ya elegidos, pero no con una actitud engreída de soberbia sino más bien de humildad ante el Señor, que me llama siendo indigno de este Don. Y comportarme como tal, desde ya en mi condición, para que esta vocación de servicio, de dar mi ser al Señor, sea desde ya un pregustar de las alegrías del cielo, dándome todo aquí en la tierra por Él, en mi prójimo.

Estamos invitados a darle el valor que se merece tal elección divina… desde ya como seminaristas; no esperar hasta la imposición de manos del señor Obispo, para comenzar a tratarnos bien, sino desde ya reconocer esa dignidad “incoada” que llevamos.




[1] Cfr. PROFESORES DE LA COMPAÑIA DE JESUS., La Sagrada Escritura., B.A.C., Madrid., 1970.
[2] LUIS ALONSO SCHӦKEL., La Biblia de nuestro Pueblo., X Ed., 2008.


Luis Chacón
Seminarista 1º Teología
Hebreo Bíblico
Seminario Mayor "De La Inmaculada"