BLOG PERSONAL E INDEPENDIENTE

lunes, 25 de noviembre de 2013

TEMA ESPIRITUAL DE ADVIENTO PARA JÓVENES


Queridos jovencitos y jovencitas:

Nos hemos reunido con la intención de recordar, concientizar, aprovechar esta nueva oportunidad que Dios nos regala, por tanto, con esta celebración vespertina, el Señor nos da la gracia y la alegría de abrir el nuevo Año litúrgico iniciando con su primera etapa: el Adviento, es decir, el período que conmemora la venida de Dios entre nosotros. Todo inicio lleva consigo una gracia particular, porque está bendecido por el Señor. En este Adviento se nos concederá, una vez más, experimentar la cercanía de Aquel que ha creado el mundo, que orienta la historia y que ha querido cuidar de nosotros hasta llegar al culmen de su condescendencia haciéndose hombre. ¿A quién nos estamos refiriendo? ¡A Jesucristo! Precisamente, el misterio grande y fascinante del Dios con nosotros, es más, del Dios que se hace uno de nosotros, es lo que celebraremos en las próximas semanas caminando hacia la santa Navidad. Esto es impresionante, lo diré dirigido a ustedes: Dios se ha acercado a ustedes, quiere estar a su lado y por eso se hace uno de ustedes. ¿Y por qué Dios quiere hacer eso con ustedes los jóvenes? Por que ustedes le interesan a Dios, ustedes valen demasiado para Jesús, tanto individualmente como grupo juvenil. La juventud es una etapa deseada por Dios, porque Dios lo quiso así y Él es el perfecto Creador. Por eso, si comprendemos estas verdades mencionadas, durante el tiempo de Adviento sentiremos que la Iglesia nos toma de la mano y, a imagen de María santísima, manifiesta su maternidad haciéndonos experimentar la espera gozosa de la venida del Señor, que nos abraza a todos en su amor que salva y consuela.

Mientras nuestros corazones se disponen a la celebración anual del nacimiento de Cristo, la liturgia de la Iglesia orienta nuestra mirada hacia la meta definitiva: el encuentro con el Señor que vendrá en el esplendor de la gloria. Por eso nosotros que en cada Eucaristía «anunciamos su muerte, proclamamos su resurrección, a la espera de su venida», vigilamos en oración. La liturgia no se cansa de alentarnos y de sostenernos, poniendo en nuestros labios, en los días de Adviento, el grito con el cual se cierra toda la Sagrada Escritura, en la última página del Apocalipsis de san Juan: «¡Ven, Señor Jesús!» (22, 20).

Queridos jovencitos y jovencitas, nuestro reunirnos aquí esta tarde para iniciar el camino del Adviento queremos enriquecerlo con otro importante motivo: con toda la Iglesia, queremos reflexionar y orar por la vida naciente. Precisamente, el comienzo del Año litúrgico nos hace vivir nuevamente la espera de Dios que se hace carne en el seno de la Virgen María, de Dios que se hace pequeño, se hace niño; nos habla de la venida de un Dios cercano, que ha querido recorrer la vida del hombre, desde los comienzos, y esto para salvarla totalmente, en plenitud. Así, el misterio de la encarnación del Señor y el inicio de la vida humana están íntima y armónicamente conectados entre sí dentro del único designio salvífico de Dios, Señor de la vida de todos y de cada uno. La Encarnación nos revela con intensa luz y de modo sorprendente que toda vida humana tiene una dignidad altísima, incomparable. Cuántos jóvenes desde pequeños han sufrido o sufrieron abusos en su dignidad humana, cuántos jóvenes se han salvado de un aborto, por otra parte, cuántos jóvenes son irresponsables en el aspecto procreativo, donde las relaciones intimas se han vuelto placer, diversión, espacios para experimentar, el sentir “éxtasis” pasionales.

El ser humano presenta una originalidad inconfundible respecto a todos los demás seres vivientes que pueblan la tierra. Se presenta como sujeto único y singular, dotado de inteligencia y voluntad libre, pero también compuesto de realidad material. Vive simultánea e inseparablemente en la dimensión espiritual y en la dimensión corporal. Lo sugiere también el texto de la primera carta a los Tesalonicenses: «Que él, el Dios de la paz —escribe san Pablo—, los santifique plenamente, y que todo su ser, el espíritu, el alma y el cuerpo, se conserve sin mancha hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo» (5, 23). Somos, por tanto, espíritu, alma y cuerpo. Somos parte de este mundo, vinculados a las posibilidades y a los límites de la condición material; al mismo tiempo, estamos abiertos a un horizonte infinito, somos capaces de dialogar con Dios y de acogerlo en nosotros. Actuamos en las realidades terrenas y a través de ellas podemos percibir la presencia de Dios y tender a él, verdad, bondad y belleza absoluta. Saboreamos fragmentos de vida y de felicidad y anhelamos la plenitud total.

Dios nos ama de modo profundo, total, sin distinciones; nos llama a la amistad con él; nos hace partícipes de una realidad por encima de toda imaginación y de todo pensamiento y palabra: su misma vida divina. Con conmoción y gratitud tomamos conciencia del valor, de la dignidad incomparable de toda persona humana y de la gran responsabilidad que tenemos para con todos. «Cristo, el nuevo Adán —afirma el concilio Vaticano II— en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación... El Hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre» (Gaudium et spes, 22).

Queridos jóvenes graben en su mete esta convicción y háganla suya: Creer en Jesucristo conlleva también tener una mirada nueva sobre el hombre y la mujer, una mirada de confianza, de esperanza. Por lo demás, la experiencia misma y la recta razón muestran que el ser humano es un sujeto capaz de inteligencia y voluntad, autoconsciente y libre, irrepetible e insustituible, vértice de todas las realidades terrenas, que exige que se le reconozca como valor en sí mismo y merece ser escuchado siempre con respeto y amor. Tiene derecho a que no se le trate como a un objeto que poseer o como a algo que se puede manipular a placer, que no se le reduzca a puro instrumento en favor de otros o de sus intereses. La persona es un bien en sí misma y es preciso buscar siempre su desarrollo integral. El Hijo de Dios se hizo humano, por hacérsenos cercanos, para redimirnos, pero también para que valoremos el ser persona, claro, el Dios topoderoso y perfecto, decide hacerse hombre… limitado, pequeño, débil… Y el Dios encarnado no quiso suprimir ninguna etapa ordinaria en el ser humano: estuvo en el vientre de una mujer, nació, fue niño, joven, adolescente y adulto.

Que en esta navidad nos reencontremos y encontremos con el Dios vivo presente en Jesucristo, en la sencillez del Niñito Dios. He querido aprovechar la meditación dada por el Papa Benedicto XVI, en el año 2010 en la celebración de las primeras vísperas de Adviento, resaltando el valor de la vida, porque la vida se vive verdaderamente cuando se vive como se debe vivir. Si tu valoras la vida de Jesucristo de paso por este mundo y valoras la tuya, estas listo para tener en cuenta la de los demás y ser responsable en tu sexualidad.


A la Virgen María, que acogió al Hijo de Dios hecho hombre con su fe, con su seno materno, con atenta solicitud, con el acompañamiento solidario y vibrante de amor, encomendamos la oración y el empeño en favor de la vida naciente. Lo hacemos en la liturgia —que es el lugar donde vivimos la verdad y donde la verdad vive con nosotros— adorando la divina Eucaristía, en la que contemplamos el Cuerpo de Cristo, ese Cuerpo que tomó carne de María por obra del Espíritu Santo, y de ella nació en Belén, para nuestra salvación. Ave, verum Corpus, natum de Maria Virgine!


domingo, 3 de noviembre de 2013

APORTE SOBRE JEREMÍAS 1, 4-6


La palabra de Yahveh me fue dirigida en estos términos: Antes de formarte en el seno materno te conocí, desde antes que nacieras te consagré: profeta de las naciones te constituí”.



1.     Justificación

Quiero comenzar este pequeño trabajo, presentando el porqué  he preferido fijar mi exegesis en el capítulo primero del profeta Jeremías. Sin duda alguna la vocación a la que nos sentimos llamados es un misterio. Hay muchas preguntas que no podemos responder por más que tratemos de investigar sobre la naturaleza de la llamada y, que a lo menos que podemos llegar es a un balbuceo. Creo que, al igual que muchos compañeros, que compartimos la misma ilusión, y que sentimos la misma llamada hemos experimentado a lo largo de este itinerario vocacional y que sentimos claro está desde luego; ciertos temores a responder al llamado que Dios nos hace; donde hay más preguntas que respuestas, pero, una misma Luz que nos guía por el sendero de éste camino, y de la cual nos fiamos para seguir dando con el día a día nuestra respuesta positiva al Señor, aunque no podamos comprender sus designios.

2.   Objetivo
Espero sirva de luz, para cuantos nos disponemos a aceptar y responder con generosidad a la invitación de Dios, de servir desde nuestra fragilidad y debilidad  humana  herida por el pecado.

3.   Texto                                             

Jeremías 1, 4-6  4La palabra de Yahveh me fue dirigida en estos términos:
5 Antes de formarte en el seno materno te conocí, desde antes que nacieras te consagré: profeta de las naciones te constituí”



  WTT Jeremìas 1:4 וַיְהִ֥י דְבַר־יְהוָ֖ה אֵלַ֥י לֵאמֹֽר׃
  Jeremías 1:4 La palabra de Yahveh me fue dirigida en estos términos:
  
  WTT Jeremìas 1:5 בְּטֶ֙רֶם )אֶצּוֹרְךָ] (אֶצָּרְךָ֤[ בַבֶּ֙טֶן֙ יְדַעְתִּ֔יךָ וּבְטֶ֛רֶם תֵּצֵ֥א מֵרֶ֖חֶם הִקְדַּשְׁתִּ֑יךָ נָבִ֥יא לַגּוֹיִ֖ם נְתַתִּֽיךָ׃
 1:5 Antes de formarte en el seno materno te conocí, desde antes que nacieras te consagré: profeta de las naciones te constituí.







4.   Análisis lingüístico sintáctico

      La
   palabra
   de
      Yahvé
 Forma femenina singular del artículo determinado.
Sustantivo femenino
Preposición de genitivo y de ablativo. Expresa: Posesión y pertenencia.

Nombre propio del Dios de Israel revelado según la Biblia.

    me
   fue
   dirigida
    en
Pronombre de primera persona, en género masculino y femenino y en número singular, que realiza la función de complemento directo e indirecto.

Dirigirse hacia, llevar a, conducir.
Del verbo dirigir, Pretérito perfecto.
Preposición  que indica en qué lugar, tiempo o modo se determinan las acciones de los verbos a que se refiere.

        estos
    términos
   antes
   de
Formas del pronombre. dem.  en los tres géneros: m., f. y n., y en ambos números: sing. y pl., que designan lo que física o mentalmente está cerca de la persona que habla o representan lo que se acaba de mencionar:
Palabra o sintagma introducidos por una preposición:
Adv. t. y l. que denota prioridad de tiempo o lugar:
Preposición 

    formarte
      en
     El
       Seno
Del verbo. Formar. tr. dar forma a algo.
Preposición, que indica en qué lugar, tiempo o modo se determinan las acciones de los verbos a que se refiere:
 Articulo
Matriz de la mujer y de las hembras de los mamíferos

  materno
te
   conocí
   desde
antes
que
Adjetivo de la madre o relativo a ella.
Pronombre, forma átona del pronombre personal.
Del verbo conocer: (conjugar)
conocí es:
1ª persona singular (yo) pretérito indicativo.

Preposición,  Indica el punto, procedencia u origen en el tiempo y en el espacio:
Adv. t. y l. que denota prioridad de tiempo o lugar:
Pron. Relat. Pronombre invariable que sustituye a un nombre o a otro pronombre.

nacieras
Te
consagré
profeta
Del verbo nacer: (conjugar)
nacieras es:
2ª persona singular (tú) imperfecto(1) subjuntivo

pron. Forma átona del pron. pers. com. de segunda persona singular.
Del verbo consagrar: (conjugar)
consagré es:
1ª persona singular (yo) pretérito indicativo

com. Persona que posee el don de profecía. Habla por Dios.

de
Las
naciones
te
constituí
Preposición que indica finalidad.
art. det. f. pl. la 
f. Entidad jurídica y política formada por el conjunto de los habitantes de un país regido por el mismo gobierno.
Pron. Forma átona del pron. pers. com. de segunda persona singular.
Del verbo constituir:
constituí es: 1ª persona singular (yo) pretérito indicativo.


5.   Exegesis

El libro del Profeta Jeremías, se puede dividir en una introducción, seis capítulos y una conclusión. En la introducción se nos cuenta la vocación de Jeremías (1, 1-19), con una mezcla de poesía y prosa. Especialmente hermosos son los versículos 4 al 10, que han quedado como modelo de la llamada de Dios a una vocación que implica sacrificio y de los temores que surgen en el hombre llamado a ello. De los cuales sólo dos  (4-6), trataremos a continuación.

La palabra profeta deriva del griego "profétes", cuyo significado etimológico es el de "hablar en nombre de", "ser portavoz" de otro, y traduce a su vez en la literatura bíblica el término hebreo “nabi”. Si se relaciona con una raíz arcaica emparentada con nb (brotar con ruido, agitarse interiormente); el nabi sería el que habla con vehemencia y bajo el influjo de una potencia superior, para anunciar cosas inaccesibles a los mortales.

Otros recurren a una raíz nb (hablar), significaría entonces el "hablante" (por la divinidad). Hay una tercera explicación, más sencilla y más plausible; relacionar el nabi con el acádico nabu, que presenta el sentido de "llamar". El nabi sería, pues, el "llamado"(por Dios). "No nos faltara la ley del sacerdote, ni el consejo del sabio, ni la palabra del profeta" (Jr 18, 18).

Jeremías llama la atención  sobre la genealogía  espiritual o vocación  al profetismo, para apoyar sobre ella el auténtico alcance de su actividad profética. Descripción detallada de una vocación de privilegio, recogida de labios de Yahvé: te conocí-elegí para el profetismo (yāda: Gen 18,19; Os 13,5; Am 3,2), con cuidado amoroso y providencial  (Sal 1,6), antes de tu concepción, antes de formarte, como artista que plasma cuidadosamente su obra predilecta (yāsar), en el vientre materno; concebido ya, antes de que, por el nacimiento, salieses del seno de tu madre, te santifiqué-consagré, destinándote al profetismo y reservándote para este ministerio como para algo propio y exclusivo; así elegido y consagrado, ya desde entonces te di como profeta (nābî) que, mi interprete-boca, comunicases llaggôyin = a las naciones mi palabra confiada a ti. Bajo el signo de la elección divina, Jeremías se asoma  a la vida «consagrado» exclusivamente a su misión de profeta de la «naciones».  La  vocación divina de Jeremías es de alcance universal, arrancado de Israel, se extiende a las naciones  (gôyim), a los pueblos diversos del pueblo escogido e históricamente sus enemigos: para ellos, como contra Israel, tendrá el profeta sus amenazas de «destrucción» (46-51) y sus promesas de edificación mesiánica (3, 14-18; 4, 1-4; 12, 7-17; 16, 14-19; 23, 5.7)[1]  «Conocer», por parte del Señor equivale a elegir y predestinar: Am 3,2 Rm 8-29. «Consagrar», más que una santificación interior indica una segregación  para el ministerio profético.

6.   Exegesis canónica.

Otros enviados antes y después de Moisés y Aarón: Ex 3-4; Is 6; Siervo de Yahvé: 1Sm 3; 1Re 19,19-21; Lc 1, 36-38. Is 49, 1-5; Ez: 2.3; pablo: 1Cor 15, 1-11; 2 Cor 12; Gal 1-2. En todos podemos constatar un esquema literario similar: Dios irrumpe en la conciencia de la persona; el elegido se asombra, no entiende muy bien de qué se trata, el Señor le confía una misión; el elegido se resiste, se siente demasiado limitado o demasiado pequeño para dicha misión; el Señor pronuncia siempre una última palabra de ánimo y de respaldo, «no temas, yo estoy contigo». Este esquema varía un poco en el caso de Isaías, el único que se adelanta a ofrecerse sin ningún  temor para la misión.

Conviene destacar que el «espacio» en el que irrumpe la llamada de Dios  es muy  variable: en el caso de Moisés, Dios lo llama mientras cuida las ovejas de su suegro (Ex 3,1); Samuel es aún niño que vive en el santuario de Siló bajo el cuidado de Elí (1Sm 3,1s);     Eliseo está trabajando con sus bueyes (1R 19,19); Isaías se encuentra en el templo participando de una impresionante liturgia (Is 6), Ezequiel se halla entre los deportados de Babilonia, esto es en tierra extraña, en donde quizás ni se le había ocurrido que pudiera hacerse presente el Señor (Ez 1,1s); finalmente es de suponer que María, como buena muchacha judía, está en su casa ocupada en los oficios domésticos cuando Dios la llama (Lc 1, 26-28). Todo lugar, todo tiempo y toda circunstancia son aptos para «escuchar» la voz de Dios que llama a colaborar con su proyecto.

7.  Interpretación

7.1.Reflexión sobre la vocación

La experiencia vocacional de Jeremías  lo ha impactado tanto, que pone antes de su propio nacimiento la decisión de Dios de llamarlo al ministerio profético. No hay que aprovechar estas palabras para «probar»  ninguna teoría de la predestinación, por más que expresiones como éstas parezcan indicarla. Hay que recordar que Dios solamente propone, invita, pero no condiciona  ni obliga a nadie a seguirlo; por encima de todo está la libre voluntad de la persona para decir sí o no a la invitación. No es fácil decir sí de manera incondicional al llamado de Dios. La misión inherente  a la vocación  es superior a las fuerzas  de cualquier humano; sin embargo, y aquí está el único aliciente para decir sí, la misión  no es del profeta, la misión es de Dios, el elegido es un simple instrumento, un medio por el cual Dios hablará y llevará adelante su obra. No significa esto que la persona del elegido no cuenta o que pasa a ser un títere en manos de Dios; todo lo contrario: si es capaz de decir sí al llamado es porque puede hacer uso de su voluntad y siempre la seguirá ejerciendo, pero siempre tendrá que recordar a quién sirve y en nombre de quién habla; de lo contrario su ministerio podrá ser cualquier cosa menos ministerio profético[2].

7.2.Aplicación personal

Hace algunos años me preguntaba y me pregunto aún, con respecto a la vocación sacerdotal, de cuán grande dignidad encierra este misterio. Escuchaba hablar a sacerdotes sobre la dignidad del sacerdote, e incluso leí un libro titulado con este nombre “La dignidad Sacerdotal”. Y mi pregunta es ésta, y, por qué no hablar y darle valor a la “dignidad” que como candidatos al sacerdocio tenemos; porque para ser sacerdote, primero se ha sido seminarista, y la dignidad, en lo personal no tienen su inicio después de la imposición de manos por el señor Obispo, sino que se confirma esa dignidad. Porque de serlo así, se caería no en  una elección divina sino meramente humana.

No estoy de acuerdo con la predestinación, pero considero que somos especiales, porque de entre tantos jóvenes, cientos e incluso miles, uno o dos son  elegidos en todo el sentido de la palabra. En verdad la vocación es un misterio. Por tanto en nuestra convivencia y trato para con los demás debe de ser, no hasta cuando sean ordenados, sino desde ya, no tanto por lo que serán, sino por lo que son y somos: una persona elegida; somos elegidos, pero por el momento no consagrados. Nuestra dignidad por el momento es que somos candidatos a las órdenes sagradas.

Y en cuanto a nuestra conducta, saber dar gracias a Dios por su llamada y responder generosamente, con estrega total, no reservar nada para sí, darlo todo por el Todo. Saberse desde ya elegidos, pero no con una actitud engreída de soberbia sino más bien de humildad ante el Señor, que me llama siendo indigno de este Don. Y comportarme como tal, desde ya en mi condición, para que esta vocación de servicio, de dar mi ser al Señor, sea desde ya un pregustar de las alegrías del cielo, dándome todo aquí en la tierra por Él, en mi prójimo.

Estamos invitados a darle el valor que se merece tal elección divina… desde ya como seminaristas; no esperar hasta la imposición de manos del señor Obispo, para comenzar a tratarnos bien, sino desde ya reconocer esa dignidad “incoada” que llevamos.




[1] Cfr. PROFESORES DE LA COMPAÑIA DE JESUS., La Sagrada Escritura., B.A.C., Madrid., 1970.
[2] LUIS ALONSO SCHӦKEL., La Biblia de nuestro Pueblo., X Ed., 2008.


Luis Chacón
Seminarista 1º Teología
Hebreo Bíblico
Seminario Mayor "De La Inmaculada"

domingo, 22 de septiembre de 2013

PRIMER ENCUENTRO DE SEMINARIOS DE EL SALVADOR


Con ocasión del 75 aniversario de la fundación del Seminario Mayor "San José de la Montaña", radicado en San Salvador, los padres de dicha institución, tuvieron a bien organizar el primer encuentro nacional de seminarios, llevándose a cabo los días 20 y 21 de septiembre. Estaban presentes los sacerdotes formadores y los seminaristas de los seminarios de las diócesis de Santa Ana, San Salvador, San Vicente y Santiago de María. Se calcula la asistencia de más de 300 seminaristas diocesanos. 

A las 11: 00 a.m., fue la bienvenida, luego el almuerzo, el torneo interdiocesano de fútbol y otros deportes, la merienda, una ponencia histórica, la Santa Misa y por ultimo, una noche cultural. Cada seminario presentó en un stand su identidad. 

Bienvenida por parte del Seminario "San José de la Montaña"

Selección del Seminario Mayor de San Vicente

Conferencia por parte de Monseñor Jesús Delgado. Hizo una reseña histórica del Seminario, los frutos para el clero nacional y centroamericano, y resaltó la figura de Monseñor Luis Chávez y Gonzales, formado en "San José de la Montaña". "Cualquiera podría pensar que Monseñor Luis Chávez y Gónzales se formó en Bélgica, Italia, España, Francia y no fue así, él recibió toda su formación en esta casa". 

Santa Misa presidida por Monseñor Constantino Barrera, concelebrada por Monseñor Elias Rauda y por los sacerdotes de los equipos formadores del país, con la asistencia de todos los seminaristas diocesanos. Mons. Contantino predicó. 

En el momento de la cena

Inicio de la noche cultural. 

Punto artístico por parte de seminaristas de Santa Ana

Acto por parte de seminaristas de la Arquidiócesis

Presentación por parte de los seminaristas vicentinos

Luego, continuó el acto por parte de los seminaristas del Seminario "Santiago Apóstol", la entrega de recuerdo entre las instituciones formativas, para clausurar con el rezo de las completas. El siguiente día se tuvo la segunda parte, solo el Seminario de San Vicente no participó, por acompañar la ordenación de nuevos diáconos. 

Stand del Seminario Mayor De La Inmaculada, San Vicente

lunes, 26 de agosto de 2013

PERSONA HUMANA

QUIEN NO SIENTE LA "INFERIORIDAD",
NO URGE DE EXHIBIR SU "SUPERIORIDAD" 

¿O soy yo el que me siento inferior o la otra persona en verdad es superior? Son una de las preguntas o reacciones que las personas experimentan frecuentemente. Todos constatamos que estando solos somos una cosa, pero al entrar en contacto con otros hay un intercambio interpersonal, del cual surgen tres efectos: inferioridad, igualdad o superioridad. Aunque la temática que estoy abordando es cuando entramos en contacto con una persona tenida o señalada con un superego o con el síntoma de superioridad. 

De una manera superficial podría ser fácil dar una respuesta, pero si nos ponemos a analizar es más profunda la cuestión, porque entra en juego nuestro propio punto de vista, nuestros sentimientos, prejuicios y subjetivismos. Por ejemplo: una persona que se ha ganado el respeto y posee muchas cualidades y logros, para uno puede ser un egocéntrico y exhibicionista, porque uno no ha logrado lo que esa persona sí; o caso contrario, humillarnos tanto ante las palabras y gestos de quien se está imponiendo con supuesta o real altanería.

A lo que quiero llegar, es que debemos poseer una postura de protección y respuesta ante una persona con un claro síntoma de superioridad, de superego, de inferioridad mostrada con aires de altanería. Según una psicóloga francesa, con un libro de titulo: "Atrévete a decir no" (el cual recomiendo que lo lean), una persona pierde el control de sus respuestas y reacciones ante una persona con síntoma de superioridad, porque aún no se ha autoafirmado, y por tanto, su autoestima es vulnerable.


Aquí les comparto algo que me encontré en internet, con la intención de secundar y ahondar lo anteriormente expuesto.


Un complejo de inferioridad, en el campo de psicología y psicoanálisis, es un sentimiento en el cual de un modo u otro una persona se siente de menor valor que los demás. Normalmente es inconsciente y se piensa que lleva a los individuos afligidos a sobrecompensar, resultando o en exitosos logros o en comportamiento esquizotípico severo. En contra de un sentimiento normal de inferioridad que puede actuar como motivación para lograr objetivos, un complejo es un estado avanzado de desánimo y evasión de las dificultades.


El complejo de superioridad es un mecanismo inconsciente, neurológico, en el cual tratan de compensarse los sentimientos de inferioridad de los individuos, resaltando aquellas cualidades en las que sobresalen. Es lógico pensar que cada individuo posea aspectos positivos y otros negativos. Posiblemente los aspectos negativos del ser son obviados por su psiquis para obcecarse sólo con los positivos. El término fue establecido por Alfred Adler (7 de febrero de 1870 – 28 de mayo de 1937).

La exhibición del complejo de superioridad, generalmente, se proyecta hacia los sentimientos de inferioridad con respecto a los demás. Las razones más comunes de estos complejos con sentirse "apartado" de los grupos sociales, por no presentar las mismas características que el resto de las personas. En el resto de las personas, al estar con una persona con este tipo de complejos, se puede llegar a pensar que son arrogantes o que quieren hacerse destacar por aspectos banales.

La conducta relacionada con este mecanismo puede incluir una opinión exageradamente positiva sobre el valor y las habilidades de uno mismo, expectativas muy altas y poco realistas (aunque con frecuencia las personas altamente dotadas poseen este complejo) con respecto a los logros de uno mismo y de los demás, vanidad, estilo extravagante en la forma de vestir (con la intención de llamar la atención), orgullo, sentimientalismo y facilidad de ser herido, una tendencia a rechazar las opiniones de los demas (a veces con fundamentos racionales), comportamiento snob, entre otras.

El alejamiento social y el "soñar despierto" puede ser también asociado al complejo de superioridad, ya que es una forma de evadir el temor al fracaso relacionado con los sentimientos de incapacidad de enfrentar el mundo real.

Los complejos de superioridad e inferioridad son a menudo presentados ambos en las mismas personas, y se manifiestan de maneras diferentes. Sin embargo, los dos complejos pueden existir el uno sin el otro.

Perspectiva de Alfred Adler

En sus teorías se definen y estudian los complejos de Inferioridad y Superioridad.

El primero considera la percepción de desarraigo que un individuo obtiene a causa de haber padecido una infancia mala, plena de burlas, sufrimientos, rechazos, etc. Respecto del Complejo de superioridad, Adler considera que es la consecuencia del proceso de transferencia que busca esconder la inferioridad percibida, con la pretensión de ser superior a los demás, en algún aspecto vital. Podríamos decir, en términos de Jung, que la percepción de Superioridad es la consecuente reacción a un sentimiento de inferioridad no expresado externamente, maximizando hacia el exterior aquellos aspectos en que (por transferencia de objetos, o por observación diferencial) consideramos destacar del comportamiento colectivo aparente. Es una maximalización subjetiva del hecho sincrónico que nos lleva a buscar aquello que los demás consideran insólito, en nosotros mismos. Pero básicamente se manifiesta como una afectación de la personalidad que conduce a la adopción de posturas prepotentes o arrogantes, en nuestro trato con los demás. Siempre en la interpretación de las teorías Adlerianas (Ver Complejo de Napoleón).

En realidad, el síndrome de Superioridad es una consecuencia de un previo Complejo de inferioridad mal resuelto. Quien no siente la "inferioridad", no precisa exhibir su "superioridad"; por otra parte, quien es claramente superior, es así percibido por los demás, sin requerir una manifestación mayor.

Aunque un individuo puede exhibir comportamientos autoritarios y arrogantes, desarrollar actitudes de prepotencia, sin que constituya necesariamente un verdadero "Complejo de Superioridad" (empero una distorsión de la personalidad social del sujeto), por cuanto que no se produzca como consecuencia de una percepción previa de ser inferior en algo. Tal motivación debe quedar ciertamente esclarecida en el diagnóstico de las actitudes, a fin de evitar errores en la terapia asumida.

Inferioridad

Bueno, así que aquí estamos; siendo “empujados” a desarrollar una vida plena, a lograr una perfección absoluta; hacia a la auto-actualización. Y sin embargo, algunos de nosotros, los “fallidos”, terminamos terriblemente insatisfechos, malamente imperfectos y muy lejos de la auto-actualización. Y todo ello porque carecemos de interés social, o mejor, porque estamos muy interesados en nosotros mismos. ¿Y qué es lo que hace que estemos tan autocentrados?.

Adler responde que es una cuestión de estar sobresaturados por nuestra inferioridad. Si nos estamos manejando bien, si nos sentimos competentes, nos podemos permitir pensar en los demás. Pero si la vida nos está quitando lo mejor de nosotros, entonces nuestra atención se vuelve cada vez más focalizada hacia nosotros mismos.

Obviamente, cualquiera sufre de inferioridad de una forma u otra. Por ejemplo, Adler empieza su trabajo teórico hablando de la inferioridad de órgano, lo cual no es más que el hecho de que cada uno de nosotros tiene partes débiles y fuertes con respecto a la anatomía o la fisiología. Algunos de nosotros nacemos con soplos cardíacos, o desarrollamos problemas de corazón tempranamente en la vida. Otros tienen pulmones o riñones débiles, o problemas hepáticos en la infancia. Algunos otros padecemos de tartamudeo o ceceo. Otros presentan diabetes o asma o polio. Están también aquellos con ojos débiles, o con dificultades de audición o una pobre masa muscular. Algunos otros tienen la tendencia innata a ser fuertes y grandes; otros a ser delgaduchos. Algunos de nosotros somos retardados; otros somos deformes. Algunos son impresionantemente altos y otros terriblemente bajos, y así sucesivamente.

Adler señaló que muchas personas responden a estas inferioridades orgánicas con una compensación. De alguna manera se sobreponen a sus deficiencias: el órgano inferior puede fortalecerse e incluso volverse más fuerte que los otros; u otros órganos pueden superdesarrollarse para asumir la función del inferior; o la persona puede compensar psicológicamente el problema orgánico desarrollando ciertas destrezas o incluso ciertos tipos de personalidad. Existen, como todos ustedes saben, muchos ejemplos de personas que logran llegar a ser grandes figuras cuando incluso no soñaban que podían hacerlo. (Tomemos como ejemplo muy conocido el caso de Stephen Hopkins. N.T.).

No obstante, por desgracia, existen también personas que no pueden lidiar con sus dificultades, y viven vidas de displacer crónico. Me atrevería a adivinar que nuestra sociedad tan optimista y echada para adelante desestima seriamente a este grupo.

Pero Adler pronto se percató de que esto era solo una parte de la cuestión. Hay incluso más personas con inferioridades psicológicas. A algunos de nosotros nos han dicho que somos tontos, o feos o débiles. Algunos llegamos a creer que sencillamente no somos buenos. En el colegio, nos someten a exámenes una y otra vez y nos enseñan resultados que nos dicen que no somos tan buenos como el otro alumno. O somos degradados por nuestras espinillas o nuestra mala postura, sólo para hallarnos sin amigos o pareja. O nos fuerzan a pertenecer al equipo de baloncesto, donde esperamos a ver que equipo va a ser nuestro contrincante; ése que nos aplastará. En estos ejemplos, no es una cuestión de inferioridad orgánica la que está en juego (realmente ni somos deformes, ni somos retardados o débiles) pero nos inclinamos a creer que lo somos. Una vez más, algunos compensamos nuestra inferioridad siendo mejores en el particular. O nos hacemos mejores en otros aspectos, aún a pesar de mantener nuestra sensación de inferioridad. Y existen algunos que nunca desarrollarán para nada una autoestima mínima.

Si lo anterior todavía no ha removido tu personalidad, entonces nos encontramos con una forma bastante más general de inferioridad: La inferioridad natural de los niños. Todos los niños, por naturaleza, más pequeños, débiles y menos competentes intelectual y socialmente que los adultos que les rodean. Adler sugirió que si nos detenemos a observar sus juguetes, juegos y fantasías; todos tienen una cosa en común: el deseo de crecer, de ser mayores, de ser adultos. ¡Este tipo de compensación es verdaderamente idéntica al afán de perfección!. No obstante, muchos niños crecen con la sensación de que siempre habrá otros mejores que ellos.

Si nos sentimos abrumados por las fuerzas de la inferioridad, ya sean fijadas en nuestro cuerpo, o a través de la sensación de estar en minusvalía con respecto a otros o simplemente presentamos problemas en el crecimiento, desarrollaremos un complejo de inferioridad. Volviendo atrás en mi niñez, puedo identificar varias fuentes causales de futuros complejos de inferioridad: físicamente, siempre tendí a ser más bien grueso, con estadios de verdadero “niño gordo”. Además, dado que había nacido en Holanda, no crecí con las aptitudes para jugar baloncesto o baseball o fútbol americano en mis genes. Finalmente, el talento artístico de mis padres con frecuencia me dejó (no intencionadamente) con la sensación de que nunca sería tan bueno como ellos. Por tanto, a medida que fui creciendo, me fui tornando tímido y tristón, concentrándome en aquello en lo que yo sabía que era realmente bueno: la escuela. Me tomó bastante tiempo lograr una autovalía.

Si no hubieses sido un “súper lerdo”, quizás no hubieras tenido que desarrollar uno de los complejos de inferioridad más comunes: ¡la fobia a las matemáticas!. Quizás empezó porque nunca podía recordar cuánto eran 7 por 8. Cada vez había alguna cosa que no podía recordar. Cada año me sentía más alejado de las matemáticas, hasta que llegamos al punto crítico: el álgebra. ¿Cómo podía esperar saber lo que era “x” si ni siquiera sabía cuánto era 7 por 8?.

Bastantes personas realmente creen que no están hechos para las matemáticas, considerando que se debe a que les falta alguna parte del cerebro o algo así. Me gustaría transmitir en este momento que cualquiera puede hacer matemáticas, siempre y cuando hayan sido enseñados apropiadamente y cuando estén listos para hacerlo. Tomando en cuenta lo anterior, imaginemos cuántas personas han dejado de ser científicos, profesores, hombres de negocios o incluso simplemente ir al colegio, debido su complejo de inferioridad.

En este sentido, el complejo de inferioridad no es solamente un pequeño problema; es una neurosis, significando con esto que es un problema considerable. Uno se vuelve tímido y vergonzoso, inseguro, indeciso, cobarde, sumiso y demás. Empezamos a apoyarnos en las personas sólo para que nos conduzcan e incluso llegamos a manipularles para que aseguren nuestra vida: “soy bueno/listo/fuerte/guapo/sexy/; ¿no crees?”. Eventualmente, nos volvemos el sumidero de los demás y podemos vernos como copias de los otros. ¡Nadie puede mantener esta postura de minusvalía durante mucho tiempo!.

Aparte de la compensación y el complejo de inferioridad, otras personas responden a la inferioridad de otra manera: con un complejo de superioridad. Este complejo busca esconder tu inferioridad a través de pretender ser superior. Si creemos que somos débiles, una forma de sentirnos fuertes es haciendo que todos los demás se sientan aún más débiles. Esas personas a las que llamamos tontos, fanfarrones y esos dictadores de pacotilla son el mejor ejemplo de este complejo. Ejemplos más sutiles lo constituyen aquellos que buscan llamar la atención a través del dramatismo; o aquellos que se sienten más poderosos al realizar crímenes y aquellos otros que ridiculizan a los demás en virtud de su género, raza, orígenes étnicos, creencias religiosas, orientaciones sexuales, peso, estatura, etc. Algunos ejemplos aún más sutiles son aquellas personas que esconden sus sentimientos de minusvalía en las ilusiones obtenidas por el alcohol y las drogas (Alfred Adler - Wikipedia, la enciclopedia libreComplejo de superioridad - Wikipedia, la enciclopedia librehttp://www.psicologia-online.com/ebo...idad/adler.htm).